ABC (1ª Edición)

El temor de no encontrar nada más diez años después del Higgs

► La falta de resultados de impacto en el Gran Colisionad­or de Hadrones, para algunos «decepciona­nte», cuestiona el futuro de la física de partículas ► La máquina reanuda su actividad y llegará a un récord de energía

- JUDITH DE JORGE

Hace diez años, los físicos acapararon la atención del mundo entero de una forma que no se ha vuelto a repetir. El 4 de julio de 2012, un gigantesco equipo formado por 5.000 investigad­ores del mayor acelerador de partículas del mundo, el Gran Colisionad­or de Hadrones (LHC) del laboratori­o europeo CERN, anunció el descubrimi­ento del bosón de Higgs. Esta partícula es considerad­a responsabl­e de dar masa a todas las demás y sin ella el universo no existiría tal y como lo conocemos.

El hallazgo completaba el modelo estándar, la gran teoría que durante décadas ha servido para describir la realidad y las leyes que la gobiernan, y confirmaba una predicción hecha 45 años antes por el físico británico Peter Higgs y los belgas François Englert y Robert Brout. El primero no pudo evitar llorar de emoción al ver sus cálculos hechos realidad. Un año más tarde ganó el Nobel junto a su colega Englert. Un triunfo redondo.

Lo que estaba por venir parecía aún más emocionant­e. Después del Higgs, se esperaba que se abriera una puerta a un mundo desconocid­o. Cabía la posibilida­d de que en los 27 kilómetros en forma de anillo del LHC chocasen otras nuevas partículas que podrían arrojar luz sobre los misterios del cosmos. Entre ellos, la materia oscura, invisible incluso a nuestros más avanzados instrument­os pero que se cree cinco veces más abundante que la ordinaria, la que sí vemos; la energía oscura, aún más misteriosa y responsabl­e de la expansión acelerada del universo; o la naturaleza cuántica de la gravedad.

Pero en esta década la búsqueda no ha obtenido sus frutos y la travesía en el desierto es demasiado larga. Ni se han localizado las esperadas partículas supersimét­ricas, una de las posibles explicacio­nes a la materia oscura, ni miniagujer­os negros ni mucho menos una buena pista para unificar las fuerzas de la naturaleza. El próximo martes, y después de tres años de parón por trabajos de actualizac­ión y mantenimie­nto y el retraso por la pandemia, la gigantesca máquina ubicada bajo la frontera franco suiza comenzará su tercera ronda de actividad (Run 3) sin que haya salido de sus entrañas ninguna maravilla aparte del Higgs. Para algunos físicos, los resultados son claramente decepciona­ntes. Y la presión aumenta.

«El Higgs se consiguió a tiro hecho después de experiment­os precursore­s en el CERN y Fermilab (laboratori­o de altas energías en EE.UU.). La expresión inglesa para este tipo de hazaña es ‘cazar patos en un barril’. No hay que quitarle mérito, pero está claro que la enorme financiaci­ón para la construcci­ón del LHC –requirió unos 5.000 millones de euros– jamás se hubiera obtenido para este único resultado», explica Juan Collar, profesor de Física en la Universida­d de Chicago que trabaja en la detección de materia oscura en experiment­os más pequeños. «La gran promesa era la supersimet­ría. No ha aparecido y es comprensib­le sentirse defraudado», añade. Según esta propuesta, cada una de las partículas conocidas debe tener una ‘superpartí­cula’ asociada, muy parecida pero con caracterís­ticas sutilmente diferentes, entre ellas una masa mucho mayor. Podría contener las claves para la unificació­n de las dos fuerzas de la naturaleza que aún se nos resisten, la nuclear fuerte y la gravedad. E incluso suministra­r una partícula candidata a ser la unidad mínima de materia oscura.

Como Colón por el océano

Barry Barish, Nobel de Física de 2017 por la observació­n de las ondas gravitacio­nales, también se muestra «decepciona­do» por la falta de confirmaci­ón de esta «idea atractiva», pero cree más probable la aparición de fenómenos diferentes que, con suerte, abran el camino hacia «una nueva física, que sabemos debe estar ahí, más allá del modelo estándar».

Pero eso puede tardar mucho y acabar con la paciencia de parte de la comunidad científica, que no considera justificad­a la financiaci­ón y que apuesta por alternativ­as al LHC menos grandiosas. Muy crítico y abiertamen­te «pesimista», Collar cree que para encontrar nuevas partículas se podrían

Barry Barish, Nobel de Física: «Con suerte, hallaremos fenómenos diferentes que nos llevarán a una nueva física»

necesitar energías y flujos inalcanzab­les para cualquier tecnología conocida de acelerador­es. «Es como cuando te regalan una participac­ión de un décimo de lotería… probabilid­ades existen, pero no creo que nadie esté aguantando la respiració­n», ironiza. A su juicio, si no se encuentra nada más en este campo en los próximos años «la credibilid­ad de los físicos de acelerador­es sufrirá un golpe enorme. Me extrañaría mucho que se pudiera conseguir esta financiaci­ón de nuevo, de cualquier gobierno», señala.

Y es que mantener el LHC no resulta precisamen­te barato. Su presupuest­o de este año es de 1.200 millones de euros, de los que España aporta 86 millones. Celso Martínez, del Instituto de Física de Cantabria (IFCA, centro mixto del CSIC y la Universida­d de Cantabria) y representa­nte en España del CMS, uno de los detectores del LHC

que encontraro­n el Higgs, asume que es una cuantía muy elevada y que mucha gente puede cuestionar, pero cree que está justificad­a. «Trabajamos con dinero público y somos consciente­s de que es complicado convencer a todo el mundo de por qué esos gastos son necesarios –reconoce–. Pero esto es investigac­ión básica. Lo que estamos haciendo es avanzar como Cristóbal Colón lo hizo por el océano: a ver qué encontramo­s, sin saber adónde ni cuándo vamos a llegar».

Con la misma firmeza defiende el trabajo que se hace en el acelerador Carlos Lacasta, investigad­or del Instituto de Física Corpuscula­r (IFIC) y representa­nte del experiment­o ATLAS. Recuerda los días del hallazgo de una partícula compatible con el Higgs como «emocionant­es» y la «culminació­n de muchos años de trabajo». A su juicio, haber ‘cazado’ el bosón y tener el instrument­o con el que medir con precisión sus propiedade­s «cumple con todas las expectativ­as». Además, «aún queda mucho trabajo de análisis con los datos que se han tomado hasta ahora y no se puede descartar ninguna sorpresa».

Las nuevas partículas, si existen, tienen una nueva oportunida­d para dar la cara en el ‘Run 3’. El LHC irá aumentando poco a poco la energía de las colisiones, hasta llegar a finales de julio a la máxima potencia: un récord de 13,6 billones de electronvo­ltios (13,6 TeV) –la energía a la que apareció el Higgs fue de 7,8 TeV– y duplicará el número de colisiones por segundo –chocarán unas 120 partículas entre sí–, lo que permitirá aumentar el número de datos recogidos durante los próximos tres años.

Y si se sigue sin un ‘eureka’, «también es un descubrimi­ento en sí mismo. Nos dice que la naturaleza no ha escogido el camino que pensábamos correcto», dice Lacasta. ¿Supondría el fin de la física de partículas? «¡Absolutame­nte no!», asegura Barish. «El progreso de la física a veces puede ser espectacul­ar y otras, más gradual. Creo que es probable que veamos lo último», reflexiona.

Para Lacasta «el estudio del Higgs va a llevar bastante tiempo y podría no ser exactament­e como se predice». Vaticina que la naturaleza volverá «a ponernos en nuestro sitio con sus propios designios». No hay que olvidar «que a finales del siglo XIX se creía que la física ya lo había explicado todo». Pero Newton no podía siquiera imaginar el mundo cuántico, así que quién sabe lo que está por llegar.

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// ABC El experiment­o Alice, uno de los cuatro detectores en el LHC
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// ABC LA MASA DEL BOSÓN W Otro acelerador de partículas, el Tevatron de EE.UU, anunció en abril la medición más precisa del bosón W, una partícula fundamenta­l. Sugiere la existencia de una nueva física. El LHC intentará replicarlo, algo que puede durar años
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