ABC (1ª Edición)

Camarón en la OTAN

Se metió en el patio de los americanos mientras soltaba su quejío Israel Fernández

- ÁNGEL ANTONIO HERRERA

CAMARÓN lleva tres décadas de difunto vivísimo, y ayer lo glosaba aquí Alberto García Reyes, que en un calambre de oro escribe para siempre que el cantaor «le da el pecho a un precipicio». A Alberto se le ha adelantado en la celebració­n del genio Jill Biden, que montó en la Embajada americana, en Madrid, un pícnic flamenco que animaron Israel Fernández y Marina Carmona, dos jóvenes del género que también le dan el pecho a un precipicio, como Camarón, o casi. La señora de Biden no sabe que el flamenco de verdad tiene el corazón dolido, pero quiso cerca a Israel y Marina, que conocen ese palo, que es abismo que es misterio. La juerga fue la misma noche que los jerifaltes del universo tenían cena en el Museo del Prado, pero Jill les puso abiertamen­te los cuernos, y se fue al recreo de las bulerías, aunque no dio palmas, según lo trascendid­o. De modo que la señora del presidente de los Estados Unidos prefiere a Camarón, ante los compromiso­s de protocolo, y a uno esto le parece entre bien y muy bien, aunque una cita de la OTAN no es un campeonato de coctelería­s, precisamen­te. A mí este sarao de la señora Biden me pareció, en un principio, una frivolidad a orillas del papeleo de una guerra, pero quiero sostener cierto consuelo porque estamos celebrando a Camarón, y Camarón se metió en el patio de los americanos mientras soltaba su quejío Israel Fernández. Paco de Lucía, que tocaba la guitarra como si él la inventara, siempre quiso ser cantaor, o sea, Camarón, que era un hombre silente y un poeta del mejor aullido. Ahora ha participad­o en la cumbre de la OTAN, pero a su manera, que fue siempre estar sin estar. Incluso cuando pisaba el escenario. Ya digo que la iniciativa de Jill Biden no me seduce ni mucho ni poco, y casi le perdono que incurra en la vieja costumbre espantosa de tantos ricos de encargar la juerga a cuatro gitanos, esa tribu de incendiada­s pupilas. Con cierto alivio quiero ver el alegrón de Jill, porque ahí estuvo Camarón, un hermano de la herida, y un enemigo de la guerra.

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