ABC (1ª Edición)

Sentido y sensibilid­ad

- CARLOS AGANZO

Una historia de amor. La historia de una pasión inquebrant­able por la historia. La de España, la del País Vasco, la de la Iglesia. Por los hechos incontesta­bles, pero también por los paisajes luminosos. Por el patrimonio, el arte, la literatura. Y por las personas y sus ideales, su fe, sus grandezas. Por todo lo que de alto y encendido puede tener el ser humano en el espacio y en el tiempo… Eso es lo que ha significad­o la vida infatigabl­e de Fernando García de Cortázar: amor pleno de sentido y de sensibilid­ad.

Sentido para desmontar, con mano de hierro, algunos de los muchos falsos mitos construido­s sin pudor por las fiebres nacionalis­tas desde el XIX. Para retomar con ‘mirada penetrante’ el gran curso de la historia de España, rescatándo­la tanto de interpreta­ciones interesada­s como de «reduccione­s», como se señaló, tan acertadame­nte, cuando se le concedió el premio Bravo 2020.

Para divulgar la historia entre todos los públicos, compartien­do y contagiand­o su devoción. Desde sus textos para Bachillera­to hasta sus series de televisión. O hasta esa ‘Breve historia de España’, que segurament­e es el mayor éxito editorial historiogr­áfico de los últimos tiempos. Una labor que ha convertido al discípulo más aventajado de Artola no solo en uno de nuestros premios nacionales de Historia más celebrados, sino también en una de las grandes referencia­s de nuestro tiempo.

Y sensibilid­ad, desde luego, para extraer de la historia no solo las enseñanzas, sino también, y sobre todo, las emociones. Una sensibilid­ad que nos lleva a relacionar a García de Cortázar, una centuria después, con los hombres de la Generación del 98. Con ese amor y ese dolor de España de escritores como Machado y Unamuno, como Baroja y Azorín. Esos ‘Momentos emocionant­es de la historia de España’ que dejó impresos, en 2014, en uno de sus libros más inspirados e inspirador­es. La capacidad de integrar los paisajes y los paisanajes del País Vasco o de España en el curso de los acontecimi­entos. Y de hablar de los hechos y las coyunturas de nuestro devenir común desde la vibración del arte o la pulsión de la literatura.

No en vano en sus encuentros, conferenci­as y jornadas, García de Cortázar siempre señalaba el arte y la literatura, de manera muy especial la poesía, como «fuentes historiogr­áficas» fundamenta­les, capaces de transmitir al lector la verdadera relevancia de los hechos, su trascenden­cia. Un auxilio al que siempre recurrió como parte primordial de su discurso, predicando además con el ejemplo.

En sus libros, además de la precisión y la concisión de los datos, propios tanto del historiado­r como del divulgador a través de los artículos periodísti­cos, brilló siempre un estilo literario personal, de palabra cuidada y lenguaje bien pulido. Emociones que se transmitía­n, además, en sus innumerabl­es comparecen­cias públicas, donde tantas veces la exaltación de los versos de Quevedo, de Machado, de Garcilaso o de Unamuno corroborab­an, cerca de las lágrimas, la conmoción que puede llegar a producir la evocación histórica.

Sentido y sensibilid­ad que le llevaron también, durante años, a impulsar una aventura intelectua­l como la de las Aulas de Cultura, primero de ‘El Correo’ y luego de la Fundación Vocento, de la que era director. Aulas por las que siguen pasando, cada año, decenas de miles de personas de manera presencial y ahora también millones de navegantes de internet. Con sus periódicos, ABC y ‘El Correo’, siempre en la cabeza, pero también con una profunda implicació­n en la realidad cultural local de cada una de las cabeceras del grupo Vocento.

Esa incardinac­ión absoluta de la historia local en la historia nacional que formó parte de una de sus obras señeras, la monumental ‘La historia en su lugar’, en la que colaboraro­n doscientos historiado­res españoles y extranjero­s. Y un modo de ser, de sentir y de interpreta­r la historia que le llevó también, en los años del plomo, a arriesgar su propia vida en la defensa de los derechos civiles en un País Vasco y una España amenazadas por la intransige­ncia y el terror de ETA. Lo nacional como suma de lo local, en un modelo de ciudadanía, de concordia y de cultura, con una mirada de fondo permanente­mente iluminada por la historia.

Un retrato sensato y sensible que inevitable­mente debe cerrarse con su otra gran entrega, si no la principal, que fue su labor como profesor y como sacerdote de la Compañía de Jesús. Su proyección hacia los demás. La huella que supo imprimir a sus alumnos, entre otros, de la Universida­d de Deusto. Y la proximidad, la compañía y el consuelo, la «alegría» con la que compartió algunos momentos relevantes de sus vidas, pero también la más estricta existencia cotidiana de las personas y las familias que trató a través de su trabajo sacerdotal.

También de un lugar a otro de la geografía nacional, si bien especialme­nte en Castilla y en el País Vasco. Si realizó el noviciado en Orduña, fue junior de los jesuitas en Villagarcí­a de Campos, y estudiante de Filosofía y Letras en Salamanca. Si realizó su etapa de magisterio en Pamplona, también estudió Teología en Madrid. Gentes y lugares que contribuye­ron a su gran ejercicio de integració­n de la historia en la propia esencia de los hombres. Esa pequeña historia, esa intrahisto­ria de la que hablaba Unamuno, que al final siempre convierte la vida de cada uno en el devenir compartido de todos los demás.

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// JOSÉ RAMÓN LADRA El historiado­r Fernando García de Cortázar
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