ABC (1ª Edición)

Los solistas de la ebriedad

-

LADRÓN DE FUEGO

En este mes van a cumplirse 11 años de la muerte de Amy Winehouse, esa difunta tan viva. Llegó a publicarse, no sin alegría, que no la mató la droga, sino el vodka. No se veía venir del todo, pero casi sí. De cualquier modo, no mata un veneno, mata la vida. Cabrera Infante, lujurioso de puros, lo acreditó. Charles Baudelaire, que se pasaba con todo, hasta que lo arruinó la sífilis, era partidario del colocón propio, más bien emocional o sentimenta­l: «Embriagaos. De poesía, de vino, o de virtud. Pero embriagaos». Parece una invitación al exterminio íntimo, cuando en rigor propone un canto al exceso de uno mismo, que es el único exceso que vale.

La droga anda en nosotros y el resto se queda en farmacopea, de discoteca o no. Los poetas, esos yonquis de la síntesis, lo certificar­on para siempre: «No existe el veneno, sino la dosis». No añadieron que el veneno principal es la propia vida y, si la vida se pone terca, nos asesina de pronto un menú de estramonio o un variado postre de pastillerí­a, que es con lo que se agriaba o endulzaba la existencia Winehouse, siempre borracha de talento y vodka, no sé si por este orden.

El alcohol está en el arte, claro, y asimismo la droga, de farmacia o no. Tenemos en el horizonte famosos no adictos al Solán de Cabras, precisamen­te. Desde Melanie Griffith a Kate Moss o Elton John. Cada uno a su manera, y según épocas. Kurt Cobain se acabó, por sobredosis, y Keith Richards resolvió en ‘boutade’ su vicio: «No he tenido problemas con la droga, sino con la policía». Marguerite Yourcenar confesó que debía insólitos riesgos a la ebriedad. Pero al final se curó de la ebriedad.

Lo malo del alcohol, o del tabaco, es que hay que dejarlo. La exaltación del empeño de vivir pasa por dejarle a la muerte solo una osamenta bien acabada, naturalmen­te. La música y la literatura adeudan muchas de sus cumbres mejores a largos navegantes del opio o la absenta. Son los solistas de la ebriedad. Arruinaron sus vidas, pero hicieron mejores las nuestras. Otros, menos salvajes, se colocaban de infancia oliendo de mañana una manzana, como Proust o Stendhal. Quiero decir que la droga, la dulce droga visionaria, va por dentro, y no nos trae la cocaína o el vodka nada que no anide ya en nosotros, más o menos dormido. Me lo tiene dicho Sabina, que es autoridad: «Me gusta el alcohol, pero me cabrean los borrachos». Pues eso.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain