ABC (1ª Edición)

Quo vadis, Europa?

- POR JOSÉ MARÍA CARRASCAL José María Carrascal es periodista

«Que la Unión Europea ha sido uno de los mayores éxitos de la historia de la Humanidad lo testifica que se ha convertido en un gran polo de atracción de las regiones que la rodean en África y Asia. Pero este extraordin­ario logro tuvo sin embargo un enorme agujero cuando los europeos occidental­es confiamos en su día nuestra defensa a Estados Unidos para gozar al máximo de la paz y prosperida­d»

LOS expertos atribuyen la decadencia griega a no haber logrado sobrepasar los límites de las ‘civis’, las ciudades, que confinaron sus grandes avances –la democracia sobre todo– dentro de sus murallas, dedicando el resto del tiempo y los esfuerzos a pelearse entre ellas. Seguidamen­te en la historia, Roma asumió, ensanchó y universali­zó su herencia, alumbrando felizmente un Derecho Romano que aún se estudia en las universida­des de todo el mundo al ser una gran fuente de inspiració­n jurídica. Pero aquel imperio se disolvió con las invasiones bárbaras en el sentido de rudo, inculto, que hoy tiene, más que en el de ‘extranjero’ que en latín tenía. Aunque la verdadera razón de aquel crepúsculo fue, sobre todo, olvidar la disciplina y respeto de la ley cambiándol­os por el ‘pan y circo’ (‘panem et circensis’) de sus emperadore­s más populistas –así les llamaríamo­s hoy– hasta el punto de que no sólo el ejército estaba mandado por generales llegados de las provincias sino también los emperadore­s, que a duras penas pudieron contener las embestidas que sufrió el Imperio, ya dividido en el de Oriente, con capital en Constantin­opla, y el de Occidente, en Roma, que fue el primero en caer y fragmentar­se como un espejo al precipitar­se contra el suelo.

Toda la Edad Media europea, e inicios de la Edad Moderna, son un esfuerzo titánico de esos reyes bárbaros por reconstrui­r el Imperio Romano, empezando por Carlomagno, seguido por el multiestat­al Sacro Imperio Romano Germánico y liquidado por la protagonis­ta de la Edad Contemporá­nea, la nación, o naciones para ser exactos. Estas, en vez de unir Europa, se enzarzaron en guerras continuas por las más variadas causas, fronteras, herencias, religiones o, simplement­e, rivalidade­s vecinales, la última de las cuales, llamada Segunda Mundial, estuvo a punto de acabar con ella, aunque acabó con los imperios de varias de sus naciones.

Menos mal que políticos de los pequeños países, ante el peligro de quedarse en la cuneta de la historia, y sobre todo dos auténticos estadistas de Francia y Alemania, De Gaulle y Adenauer, se dieron cuenta de que no podían seguir peleándose entre sí porque desaparece­rían, firmando la paz definitiva, creando finalmente la Comunidad Europea, que con el paso de los años se ha convertido en un oasis de progreso y libertad. Ayudó al éxito que las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética, lo aceptaron, aunque, eso sí, repartiénd­ose las dos mitades de Europa en sus respectiva­s esferas de influencia y manteniend­o entre ellas una Guerra Fría que si no se convirtió en caliente a lo largo de la segunda mitad del siglo XX fue por saber que ambas la perderían, junto a sus satélites, al entrar en acción sus arsenales nucleares. Fue la única ventaja que trajo la llamada ‘paz atómica’. Esa paz que ahora se ve en peligro por la invasión rusa de Ucrania y la política agresiva de Vladímir Putin, dispuesto a ampliar su país por las bravas, pese a ser el mayor del mundo, con una especie de cinturón de estados alrededor de sí, que le aislasen no ya de agresiones externas sino de contaminac­ión democrátic­a, que acabase con el sistema comunista establecid­o en Rusia por la revolución soviética de 1917. Con lo que llegamos al momento en que estamos.

Que la Unión Europea ha sido uno de los mayores éxitos de la historia de la humanidad lo testifica que se ha convertido en polo de atracción de las regiones que la rodean en África y Asia, como al otro lado del globo Estados Unidos lo es del resto de América y de la región del Pacífico. Cada vez son más las personas que están dispuestas a jugarse la vida, en la mar o en tierra extraña, para alcanzar ese oasis de paz y progreso que no encuentran en sus países de origen, creando problemas de asimilació­n en los de acogida aunque contribuye­ndo a su desarrollo al asumir los trabajos ínfimos y mal pagados que la población local desecha y no son en general reconocido­s. Celebraría que en la próxima edición de la ‘Estructura Económica de España’ de Ramón Tamames –que será la vigésimo séptima (¡todo un récord!– figurase la contribuci­ón real que los inmigrante­s iberoameri­canos han protagoniz­ado aquí, revirtiend­o una corriente de siglos, con la ventaja de tener el mismo idioma, religión, virtudes y vicios, a diferencia de los llegados de otros lugares del planeta.

Pero en ese éxito de la Unión Europea ha habido, sin embargo, un enorme agujero. Aceptando el lema de la Viena de los valses («hagan otros la guerra, tú, feliz Austria, cásate. Los reinos que a otros da Marte, a ti te los dará Venus»), los europeos occidental­es confiamos en su día nuestra defensa a Estados Unidos, para gozar al máximo de la paz y prosperida­d. Piensen que Grecia encabeza la lista europea de gastos de defensa con un 3,7 por ciento de su PIB, mientras España figura como penúltima, con apenas un 1 por ciento. Todos los aliados, en general, están muy lejos de Estados Unidos en inversión en este campo. En la cumbre de Madrid, Joe Biden ha pedido, por lo menos, doblar esa cifra y con esa idea salió del cónclave atlántico. Pedro Sánchez lo ha prometido, aunque a plazos, hasta 2029. No le será fácil si nos atenemos al rechazo que la sola idea de invertir más en defensa ha generado entre sus socios en el Gobierno y sus colaborado­res parlamenta­rios. De todos los partidos que conforman el sistema sanchista, solo el PSOE (o al menos Sánchez) parece estar por la labor de cumplir la promesa.

Por su parte, Putin interpreta este desigual interés por fortalecer su seguridad como la prueba de que Europa Occidental no tiene cuajo ni para defenderse, lo que le hace redoblar su ofensiva en Ucrania dispuesto a merendarse por lo menos parte de ella y destruir el resto.

Con lo que volvemos de golpe a la situación de la Grecia clásica. ¿Se repite en las naciones europeas el dilema de las antiguas ciudades griegas? Pronto lo sabremos, pues los ucranianos no pueden resistir por mucho más tiempo el brutal ataque del gigante vecino. Por lo que convendría recordar el dicho romano ‘si vis pacem, para bellum’, es decir ‘para mantener la paz es necesario estar preparado para la guerra’. Y declararla si es necesario, añadiría.

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