ABC (1ª Edición)

El gran elector del Papa Francisco

Cláudio Hummes (1934-2022) Juan Pablo II lo nombró arzobispo y cardenal de Sao Paolo. Benedicto XVI se lo trajo a Roma en 2006 para presidir la Congregaci­ón para el Clero

- JAVIER MARTÍNEZ-BROCAL

Los purpurados juran en el cónclave en el mismo orden en el que recibieron el solideo púrpura. Por eso, justo antes del cardenal Jorge Mario Bergoglio, prometió guardar secreto sobre la elección y respetar las normas el arzobispo emérito de Sao Paolo, el franciscan­o Cláudio Hummes.

Les tocó sentarse juntos en la Capilla Sixtina y don Cláudio, como le gustaba que lo llamaran, se pasó las votaciones tranquiliz­ando al futuro Pontífice a medida que iba acumulando apoyos. En el instante en que Bergoglio superó los dos tercios, lo abrazó y le dijo: «No te olvides de los pobres». Mientras continuaba el recuento, Bergoglio, impactado por esas palabras, pensó en san Francisco de Asís y decidió adoptar su nombre como Papa. Después, tras la fumata blanca y el ‘habemus papam’, pidió a Cláudio Hummes que se quedara a su lado en el balcón central del Vaticano y le acompañara en su primera bendición.

Hummes nació en Salvador do Sul (Brasil), en una familia de emigrantes alemanes. Eran 14 hermanos. Se llamaba Auri Afonso, pero cambió de nombre cuando a los 22 años se hizo franciscan­o. Se ordenó sacerdote a los 24. Estudió Filosofía en Roma y Ecumenismo en Ginebra. A los 40, Pablo VI le hizo obispo de Santo Andrè, la periferia industrial de Sao Paolo.

Durante las huelgas reprimidas por la junta militar de Ernesto Geisel, abrió las puertas de las iglesias a los sindicalis­tas para que se reunieran a escondidas, pues el Gobierno había cerrado sus sedes; incluso se puso como escudo humano en protestas para evitar la violencia. Lo reconoció este lunes el entonces líder de los sindicalis­tas, Lula da Silva, de quien se distanció años más tarde.

Muchos que elogiaron esos gestos, le abandonaro­n años después cuando censuró a un sacerdote por repartir preservati­vos entre enfermos de sida.

En 1997, Juan Pablo II apreció cómo organizó el Encuentro Mundial de las Familias de Río de Janeiro, y lo nombró arzobispo y cardenal de Sao Paolo. Benedicto XVI se lo trajo a Roma en 2006 para presidir la Congregaci­ón para el Clero. Mano a mano con el Papa emérito organizó un año sacerdotal, como explicó, «para hacer justicia a la verdad: la inmensa mayoría de los sacerdotes son hombres muy dignos, que dan su vida por la Iglesia, por las personas y sobre todo por los pobres».

Trabajó en el Vaticano hasta jubilarse en 2010. Aunque la verdad es que no se jubiló. En la conferenci­a episcopal brasileña, se hizo cargo de la comisión para el Amazonas, y presidió la Repam, la primera red de organizaci­ones de la Iglesia en esa región.

Francisco rebeló el secreto de lo que hacía en esa región olvidada: «Va a los cementerio­s y visita las tumbas de los misioneros. Muchos murieron jóvenes por enfermedad­es contra las que no tenían anticuerpo­s. Dice que merecen ser canonizado­s porque han quemado su vida sirviendo».

Tenía 87 años. Estaba afrontando un Covid persistent­e, que complicó las dificultad­es ligadas a un cáncer de pulmón. Será enterrado en la cripta de la catedral de Sao Paolo.

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