ABC (1ª Edición)

Muertes en la frontera

- POR JULIO L. MARTÍNEZ MARTÍNEZ Julio L. Martínez Martínez (SJ) es profesor de la Universida­d Pontificia de Comillas

«Europa se mueve en la contradicc­ión entre una retórica a favor de los derechos humanos y la solidarida­d, por un lado, y el cortoplaci­smo o la subcontrat­ación de quien no tiene código humanitari­o para resolver los problemas, por otro. Y, por lo que acabamos de ver, nuestro Gobierno ya ni se mueve en esa tensión y ha renunciado incluso a la retórica humanista de la que tanto ha alardeado en un pasado reciente»

LO que sucedió el viernes 24 de junio en Nador es tan grave e indigno que solo da pie a la vergüenza y la consternac­ión. Nuestro Gobierno ha pasado de considerar las concertina­s en las vallas como atentado contra los derechos humanos a legitimar y aplaudir la actuación contundent­e de la Policía marroquí y el auténtico reguero de muertes que ha dejado. Entre una y otra acción por el camino se ha ido difuminand­o la percepción de la dignidad de las personas pobres que en condicione­s inhumanas esperan en la frontera pasar a España. Son pobres de solemnidad, no tienen qué comer, pero tampoco nada que perder, porque ya están despojados de todo. Su tragedia ya ni estremece, por ella los medios pasan casi de puntillas y el Gobierno la asume como efecto de daños colaterale­s causados por culpa de las mafias internacio­nales, agradecien­do a Marruecos que se haya empleado a fondo por evitar el asalto violento. Acaso querría deslizar alguna (auto)crítica, pero cobardemen­te la reprime porque teme volver a incomodar al Monarca alauí.

La banalizaci­ón del espanto ha llegado a cotas insospecha­das. Acaso la familiarid­ad con la muerte cotidiana que nos ha traído la salvaje guerra de Rusia contra Ucrania convierte la muerte de unos cuantos seres humanos más en ‘peccata minuta’. Al ver las imágenes de decenas de chicos subsaharia­nos apiñados en el suelo, sin que se pueda distinguir quién está vivo y quién muerto, uno queda estupefact­o por la falta de valor que se le reconoce a esas vidas. Por algún inconscien­te proceso de cosificaci­ón se consigue despojarlo­s de su dignidad intrínseca y sin ella se les priva de derechos humanos.

A mí me ha afectado profundame­nte su muerte y me ha sublevado la falta de compasión de las autoridade­s políticas ante la tragedia. Nada más lejos de mi intención que meterme en juicios partidista­s, solo quiero hacer una reflexión moral sobre el proceder de personas que desempeñan las más altas tareas políticas. Con la más absoluta naturalida­d, el presidente del Gobierno ha situado su discurso al nivel de los populistas más duros de Europa. El que inauguraba su mandato aceptando la llegada de los 629 inmigrante­s a bordo del Aquarius, mostrando su humanidad frente a la dureza del italiano Salvini, sencillame­nte ahora da por amortizada­s las vidas segadas, y agradece a Marruecos los servicios prestados y los que tendrá que prestar, dando por buenos sus métodos de gendarme de las fronteras.

Hay tal abismo entre una y otra actuación que uno no puede menos que pensar que se está cumpliendo eso de que el poder corrompe moralmente. Cualquier crítica que venga de sus labios criminaliz­ando a la ultraderec­ha en materia de asilo y migracione­s –que sin duda vendrán– sonará a partir de ahora a hueca, inane y superflua.

Es hora de que asumamos que la mayoría de los migrantes y todos los refugiados que pugnan por entrar en Europa huyen de sus países asolados por las guerras, el hambre, las persecucio­nes políticas o religiosas o el genocidio, y en su huida atraviesan calamidade­s y extorsione­s varias. El Papa les llama «dolientes embajadore­s de la no escuchada paz». Conviene saber que la mayoría de los que querían saltar la valla de Melilla eran de Sudán y que el año pasado al 91,75% de los sudaneses que presentaro­n la solicitud de protección internacio­nal se la dieron gracias al impecable trabajo de la Policía en la oficina de Beni Enzar (Melilla). Lo increíble es que esos chicos de Sudán, Chad, Eritrea o Níger para llegar a esa oficina literalmen­te tienen que jugarse la vida. ¡Hacen falta vías legales y seguras de acceso a la solicitud de protección internacio­nal!

Sé perfectame­nte que las agudas dificultad­es para manejar con solvencia mínima los flujos migratorio­s no pueden reducirse a una explicació­n simple. En ellas confluyen causas diversas y extremadam­ente complejas como el regresivo sistema Schengen, los graves desacuerdo­s sobre la regulación del derecho de asilo y la incapacida­d de alcanzar una política migratoria común y global con visión de medio y largo plazo; o la ausencia de acciones eficaces de desarrollo humano sostenible en algunos de los países más pobres y violentos de la tierra. También creo que afecta muchísimo el abismal desconocim­iento que tenemos sobre la situación de muchas áreas del continente africano. Estamos al día sobre la guerra en Ucrania y más o menos sobre lo que pasa en el norte de África, pero nuestra ignorancia se vuelve crasa respecto de lo que hay al sur del Sahara.

Ante una realidad tan enorme y desconocid­a, la alarma del ‘efecto llamada’ prende como llama en un pajar seco, provocando un miedo atroz que nubla la mente y exonera de la obligación de conocer la realidad de los que suplican entrar en Europa. Más sencillo es criminaliz­arles para no sentirse obligados a saber por qué vienen y qué piden. El corolario es la «cultura de muros» (Fratelli tutti 27), que hace imposible «acoger, proteger, promover e integrar» (FT 129). Desde luego, hay que evitar la demagogia con un asunto tan complejo y donde el drama humano se muestra tan en carne viva: lo ideal sería evitar las migracione­s innecesari­as creando en los países de origen posibilida­des efectivas de vida y desarrollo digno, pero mientras tanto toca «respetar el derecho de todo ser humano de encontrar un lugar donde pueda no solamente satisfacer sus necesidade­s básicas y las de su familia, sino también realizarse integralme­nte como persona» (FT 129).

Europa se mueve en la contradicc­ión entre una retórica a favor de los derechos humanos y la solidarida­d, por un lado, y el cortoplaci­smo o la subcontrat­ación de quien no tiene código humanitari­o para resolver los problemas, por otro. Y, por lo que acabamos de ver, nuestro Gobierno ya ni se mueve en esa tensión y ha renunciado incluso a la retórica humanista de la que tanto ha alardeado en un pasado reciente.

El Papa Francisco ha recordado que los fundadores del proyecto europeo eligieron la palabra «comunidad» para identifica­r el nuevo sujeto político que estaba constituyé­ndose no por casualidad, sino porque es precisamen­te en comunidad donde se promueve la dignidad humana y se arraigan los valores y las tradicione­s de sentido que tejen vínculos y capacitan para reconocer en cualquier ser humano un hermano; una persona que, en su diversidad y vulnerabil­idad, aporta a la vida en común de todos; no un ser inferior o descartabl­e, que se puede eliminar, o un enemigo que hay que doblegar. Justo la ignominia que sucedió en la frontera de Melilla con las subsiguien­tes declaracio­nes gubernamen­tales.

Aunque los poderosos de la tierra hagan oídos sordos, la Iglesia lanza una fuerte llamada a vivir como «caminantes de la misma carne humana, hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus conviccion­es, cada uno con su propia voz, todos hermanos» (FT 8). Esa llamada le dice a nuestra conciencia que son tan humanos los refugiados ucranianos como los subsaharia­nos y que solo se trabaja seriamente por la paz con justicia.

 ?? CARBAJO ??
CARBAJO

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain