ABC (1ª Edición)

El maillot amarillo se inventa un recital

► Van Aert gana en solitario tras el ataque masivo del Jumbo en una cota de cuarta

- JOSÉ CARLOS CARABIAS

En Calais, con Inglaterra a la vista al otro lado del canal de la Mancha, Wout van Aert revive aquella frase del periodista radiofónic­o Mateo Ferretti en 1949. «Un hombre solo al comando. Su maillot es celeste y blanco; su nombre es Fausto Coppi». ‘Il campeoniss­imo’ colocó doce minutos a su enemigo fraternal, Gino Bartali, cuando en el ciclismo se corría por rabia y honor. El ciclismo de hoy es otra cosa: tecnológic­o y calculado, menos imprevisib­le. De vez en cuando regresa a su esencia. Van Aert se inventó una maravilla en un ataque masivo del Jumbo en una cota de un kilómetro. Ganó, como Coppi, en solitario. Un día antes del martirio de los adoquines en el norte de Francia y después de hacer tres segundos puestos en las tres primeras etapas, el maillot amarillo regaló una exhibición al personal.

El pelotón se dirige hacia el Eurotúnel de la Mancha, la portentosa obra de ingeniería que el Tour inauguró en 1994. Aquel día la caravana de ciclistas, organizado­res, periodista­s y demás tuvo que espantar al miedo de sumergirse bajo el agua para atravesar en un tren ballena que llevaba en su interior todos los coches los 50 kilómetros que separan Francia de Inglaterra.

El día viene espeso en dirección al oeste francés. Es la dinámica del tedio que se ha instalado en las etapas inaugurale­s y que aporta contenidos que agotan. Es la escapada diaria de Magnus Cort Nielsen, su tránsito por los puertos para asegurarse el maillot de la montaña, el recuerdo a Federico Martín Bahamontes (el danés iguala la marca del ‘Águila de Toledo’ al puntuar primero los siete puertos iniciales del Tour) y poco más en 160 kilómetros.

Viene la etapa mortecina y la afición clamando por algo más que un rosario de ciclistas dando pedales en grupo, cuando en la última cima (Cap Blanc-Nez) el equipo Jumbo decide exprimir las piernas en los 900 metros al 7,5 por ciento de desnivel medio.

Jumbo se explaya en armonía corporativ­a, cientos de watios sobre la carretera, sudor a manta, velocidad en la subida, un suplicio para los demás. Aprieta Benoot como si lanzase un esprint en el llano, se grapa Van Aert a su vera, aguanta Vingegaard (el segundo del Tour 2021) y hasta la extenuació­n se sujeta Roglic del vagón. Entre medias, Adam Yates y poco más. Pogacar está mal colocado, el colombiano Dani Martínez no aguanta, ni Geraint Thomas, ni Enric Mas, ni nadie. Es un esfuerzo supremo, en los límites, que desempolva el Tour en 900 metros. Van Aert, el líder, se queda solo con su agonía al coronar el puertecill­o. No viene Yates, tampoco Vingegaard, se quedó Roglic, no llega Pogacar, no está Van der Poel. El Jumbo no puede repetir la proeza de la ParísNiza (un trío solo hasta meta), pero tiene al fenómeno Van Aert.

«Hubo un momento en que no supe qué hacer, si esperar a Vingegaard o seguir solo». Van Aert emprende una aventura excitante: diez kilómetros en solitario hasta Calais, contra el aire, el pelotón organizado y la ambición de sus compañeros.

Es hermosa la imagen Van Aert, todo amarillo de pies a cabeza según las reglas del marketing. Una bola de músculos que se mueven acompasado, sin fallo, armónico el recital. «Es mitad hombre, mitad motor», lo describe Roglic.

No da opción a que el pelotón lo enganche, crece la ventaja al ritmo que amplía la capacidad de sus pulmones para gestionar el aire que le entra. Es el único ciclista del pelotón con publicidad externa al equipo. Completa su vestuario con un casco de Red Bull, el gigante del patrocinio en el deporte. En su honor, Van Aert despliega alas al entrar en la meta. Tres segundos puestos espolearon su autoestima de gigante.

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// AFP El belga Wout van Aert, vencedor en Calais

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