Dentellada de Pogacar
► Sin equipo, el doble ganador del Tour da una exhibición en los adoquines. Caída y ruina de Roglic. Triunfo de Clarke
En el purgatorio de las piedras, polvo, sudor y pavés, los ciclistas del Tour hacen recuento. Bagaje de daños y saldo de réditos a partes iguales porque es imposible que en un paraje como el trazado de la París-Roubaix alguien firme un empate. En la puerta del bosque de Arenberg nadie es más feliz que Tadej Pogacar, el doble ganador del Tour a quien no se le ha movido el pelo en la estresante sesión por los caminos que cuidan con mimo los ‘Amigos de la París-Roubaix’. Su cara de adolescente esconde una vitalidad sin igual en la bici. Es un depredador siempre al ataque que, en la quinta etapa, lanza una dentellada severa. Gana tiempo ante todo el mundo: 13 segundos ante Vingegaard, Van Aert, Nairo Quintana, Thomas, Vlasov y el mallorquín Enric Mas, quien salva un día comprometido. En el otro lado del ring asoma Primoz Roglic, derrotado y casi hundido. Una caída que le disloca el hombro lo retrasa más allá de lo admisible para un candidato al triunfo: 2 minutos y ocho segundos. Salvo reacción estratégica del Jumbo jugando a la contra, el Tour está perdido para el triple vencedor de la Vuelta a España.
Le preguntan a Pogacar por su análisis del día y el esloveno responde como quien termina el aperitivo. «Escuché por la radio una caída, pero no sabía que era de Roglic. Me he preocupado de ir muy rápido, de hacer mi carrera y de no caerme».
Un día antes de afrontar el temible adoquín que tanta literatura ha generado en la historia del ciclismo –«La París-Roubaix es un montón de mierda, pero intentaré ganarla otra vez el año que viene», dijo en los ochenta Theo de Rooy–, Pogacar bajaba rapeando por unas escaleras de hotel, distraído, divertido, ajeno a la tensión que han demostrado tantos años tantos líderes del Tour.
A Pogacar le faltaba el italiano Matteo Trentin, su ángel de la guarda para guiarlo por los senderos empedrados. Le faltaba más, un equipo de apariencia hercúlea como el Jumbo para soportar todo tipo de adversidades, con Van Aert, Roglic, Vingegaard y un elenco notable de escuderos.
A pecho descubierto se adentró el esloveno en las tierras del norte, con la inteligencia natural de quien ha ganado el Tour con 23 años, interpretando los movimientos de carrera, cogiendo las ruedas solventes (Politt, Rowe, Fuglsang, Stuyven), siempre en segunda o tercera posición, al acecho, sin recibir el aire.
Su principal enemigo, el tren dorado del Jumbo, sucumbió a medida que asomaban los sectores. Vingegaard pinchó, Van Aert se había caído antes del pavés, hubo cruce y lío de bicicletas en un tramo del polvo, Roglic se fue al suelo por una bala de paja mal colocada...
En la París-Roubaix o en una etapa como la de ayer, el caos es tan radical que nadie sabe dónde está nadie. Los coches no llegan a los ciclistas, la confusión reina respecto a las posiciones, la composición de los grupos suele ser un misterio... Es un sálvese quien pueda sin más ley que la supervivencia en la jungla.
En el vagón de Pogacar resistieron Nairo Quintana, siempre bien ubicado en estas etapas poco propicias, un Enric Mas sorprendente, el ruso Vlasov, el colombiano Martínez... Van Aert se dejó la vida para enlazar a Vingegaard con el grupo del esloveno, mientras otros tres ‘jumbos’ empujaban a Roglic a la caza de sus compañeros. Gabinete de crisis en el Jumbo.
La fuga del día aguantó todos los envites y se coronó sin su invitado habitual, Cort Nielsen. El veterano Simon Clarke, que estaba sin equipo en el invierno, le otorgó una rutilante victoria al Israel en esa otra clasificación de los puntos por salvar la categoría.