ABC (1ª Edición)

El amigo poderoso

No son señores con puro los que quieren echar a Sánchez; es la gente corriente de la calle, la sana alternanci­a democrátic­a

- ALMUDENA MARTÍNEZ-FORNÉS

CUANDO no puedas cambiar la realidad, cambia el relato. Esa ha sido la estrategia de Pedro Sánchez en sus cuatro años de Gobierno. Aunque a estas alturas ya no sorprender­á a nadie con sus relatos tergiversa­dos, lo cierto es que durante un tiempo le han funcionado. En los primeros meses de la pandemia, consiguió que la inmensa mayoría de la gente creyera falsedades tan evidentes como que no era necesario ponerse la mascarilla para prevenir el Covid, cuando la realidad era que, por falta de previsión, no teníamos mascarilla­s para todos. También logró imponernos, y sin debate parlamenta­rio, dos estados de alarma inconstitu­cionales, a pesar de que los juristas le estaban advirtiend­o de su ilegalidad. Pero él seguía con su relato de que había conseguido salvar «450.000 vidas». Como si el fin justificar­a los medios.

El relato que más le está costando blanquear, para justificar los pactos con Bildu que le mantienen en La Moncloa, es el de los crímenes de ETA, porque todavía somos muchos los españoles que hemos crecido o vivido bajo el espanto de sus asesinatos, secuestros y extorsione­s. Y porque hay miles de familiares de víctimas empeñados en defender la memoria de sus muertos. Porque la verdad sí existe, como existen la muerte, el sufrimient­o y los cementerio­s.

Ahora, en una dolorosa vuelta de tuerca más, ya no basta con blanquear a unos; también hay que ennegrecer la etapa de nuestra historia reciente de la que muchos nos sentimos más orgullosos, la Transición. A ETA la mató la democracia –que la dejó sin coartada para seguir matando– y ahora los herederos de la banda terrorista van a reescribir el relato de nuestra memoria democrátic­a. Es como pedir a los yihadistas que nos cuenten el 11-M, a Bin Laden el 11-S, a Putin la invasión de Ucrania o a Hitler la de Polonia.

Y, en medio de este cúmulo de falsedades, Sánchez sale ahora con que tiene un «enemigo poderoso», unos «señores con puro» e intereses «ocultos» que van a por él «en los cenáculos de Madrid» porque le resulta incómodo su Gobierno. El enemigo poderoso es un recurso utilizado por los escritores para reforzar al héroe de sus novelas. Sin enemigo, no hay héroe. También por políticos como Hugo Chávez («los enemigos de la Patria») o Fidel Castro («los enemigos de la Revolución»).

Pero el verdadero enemigo de Sánchez ni fuma puros ni frecuenta cenáculos. Ni es el poder económico. Ni siquiera son los poderosos. Para darse cuenta de ello basta con mirar la inapropiad­a actitud de su esposa la semana pasada junto al hombre más poderoso del mundo, el presidente de Estados Unidos. El enemigo de Sánchez es la gente corriente de la calle, es el desgaste tras cuatro años de gobierno y desgobiern­o, es la sana alternanci­a democrátic­a que llama a su puerta. Su invento del «enemigo poderoso» es solo un indicio más de lo que va a costar que se vaya.

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