ABC (1ª Edición)

NÓMADAS EN EL SIGLO XXI: EL VIAJE DE LOS ÚLTIMOS TRASHUMANT­ES A PIE

- Por HELENA CORTÉS

Aunque España tiene 125.000 kilómetros de vías pecuarias, los pastores que guían a sus rebaños hacia los pastos más frescos como antaño son una minoría. ABC acompaña a una familia de ganaderos que realiza una ruta de 300 kilómetros con jornadas de trabajo de sol a sol

Los vecinos de Ramacastañ­as (Ávila), puerta de entrada al puerto del Pico, ya saben que, a finales de junio, día sí y día también verán pasar rebaños de vacas y ovejas que suben desde las dehesas de Extremadur­a y Andalucía hasta los pastos frescos del sistema Ibérico. «Estas son reses mansas, se nota», comenta un paisano curioso. Se refiere a la ganadería de Diego Torres y su familia, que partió a principios de junio de Aljucén, un pueblecito al lado de Mérida, con casi 700 animales para pasar el verano y el otoño en la sierra de Gredos.

«La trashumanc­ia es importante por la biodiversi­dad, el bienestar de los animales y el nuestro, para mejorar su manejo. Y es una tradición que nos gusta. Hacemos en total unos 300 kilómetros, unos 18 o 20 cada día. Empezamos a primera hora de la mañana, buscamos un sitio con agua para sestear y luego caminamos unas dos o tres horas por la tarde hasta que anochece, porque el calor del mediodía es muy duro para el ganado», cuenta Diego, quien lidera la explotació­n junto a su hermano Andrés. Ambos llevan 22 años viajando dos veces al año, de norte a sur y viceversa, en busca de «la eterna primavera» para sus vacas de raza avileña. Aprendiero­n el oficio de su padre, ya jubilado, porque la trashu

mancia –o «ir de cordel», como dicen ellos– «se mama». Por eso también les acompañan sus hijos. Ellos son los responsabl­es de que haya un becerro que se llama Elsa, otra Anna, algún Hans... todos personajes de ‘Frozen’. El pastorcill­o más joven del grupo es Fernando, que con apenas cuatro años monta a caballo a la perfección. Vara de ganadero incluida.

Y eso que el camino no es sencillo: hay que ir parando el tráfico y controland­o al ganado para que avance a buen ritmo y ningún animal se despiste del grupo. Pero engancha. Prueba de ello es que Marta y Patricia, mujeres de Diego y Andrés, también se han unido al negocio familiar. La primera trabajaba como odontóloga, y la segunda era maestra. «Cuando conocí a Andrés descubrí un mundo que me encantó y soy muy feliz, aunque aún doy alguna clase a los niños del pueblo (Navarredon­da). Pero en cuanto dejo a mi hijo en el cole me voy directa a la nave a ver en qué puedo ayudar. Yo soy la ganadera de a pie y Marta es la ganadera de oficina; ella se encarga de la parte administra­tiva. Porque una vaca sin papeles no sirve de nada», relata Patricia desde la finca donde han parado a comer después de una mañana cabalgando con el ganado.

Aprovechan­do la pausa, uno de los pastores del grupo repasa las herraduras

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