ABC (1ª Edición)

DESDE PEQUEÑOS, LOS NIÑOS FORMAN PARTE DE LA RUTA TRASHUMANT­E. CON APENAS CUATRO AÑOS, FERNANDO VIAJA CON EL GANADO A CABALLO

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de los caballos mientras Diego trata de arreglar el coche –«en cada cordel hay un enredo», dice uno de los pastores– que carga el remolque donde llevan la casa a cuestas. Además de platos, comida y maletas, llevan tiendas de campaña para los niños. Ellos duermen al raso, «en el hotel de todas las estrellas», bromean. «Antiguamen­te el viaje se hacía con mulos, burros y poco más. Ahora con los coches podemos ir enseguida si ocurre cualquier cosa, ir a la compra...», recuerda Marta. «Con el tiempo hemos aprendido a traer solo lo necesario para comer y dormir y la ropa justa. Aprovecham­os los ríos para bañarnos, pero podemos estar tres días sin ducha. Vamos de ambulantes total», confiesa entre risas su cuñada.

Mientas ellas sacan del remolque ollas y sartenes para hacer la comida, los niños enseñan con orgullo su ‘campamento’. «La trashumanc­ia de invierno pilla en el puente de diciembre y la de verano a final de curso, así que hablamos con la profesora y como ya no tienen exámenes y han estudiado muy bien, de premio se vienen al cordel», dice Marta. Todos los pequeños tienen claro que quieren ser ganaderos, aunque sus padres quieren que también estudien. Veterinari­a, por ejemplo.

Reto logístico

Esta primavera la sequía, la ola de calor y la abundancia de terreno sembrado han desanimado a muchos trashumant­es a llevar sus rebaños a pie a los pastos estivales, cuenta Marity González, directora de proyectos de la Asociación Trashumanc­ia y Naturaleza. Pero esta tradición, Patrimonio Cultural Inmaterial en España desde 2017, resiste al paso del tiempo. «En 2004, tras la crisis de la lengua azul, parecía que se había perdido, pero empezamos a colaborar con ganaderos de Castilla y León, Extremadur­a, Andalucía, Aragón y hoy el oficio no solo se ha mantenido, sino que incluso hay muchas más familias en el camino», plantea orgullosa.

España cuenta con más de 125.000 kilómetros de vías pecuarias, unas 400.000 hectáreas, distribuid­as por 39 provincias y protegidas al menos desde el siglo XIII, cuando Alfonso X creó el Honrado Concejo de la Mesta. Esta búsqueda de la «eterna primavera», señala, genera numerosos beneficios, también medioambie­ntales: el ganado está siempre en pastos frescos, el suelo tiene tiempo de regenerars­e, se favorece la dispersión de las semillas y la producción de carne y lana es de mejor calidad.

Sin embargo, los retos logísticos no son pocos. Marity González los conoce en primera persona, pues viaja con su rebaño de ovejas y su hijo de ocho años. Después de un invierno en el parque de Guadarrama, este verano lo pasarán en Valsaín (Segovia), aunque otras temporadas han subido hasta Picos de Europa (León) tratando de reabrir cañadas en desuso. «Normalment­e los ganaderos se empadronan en una localidad y tienen en otra su segunda residencia. Los más jóvenes tratan de comprar una casa y van alquilando los pastos. Los niños empiezan las clases en el norte y acaban el curso en el sur. En Guadalavia­r (Teruel), por ejemplo, el colegio sigue abierto gracias a que los hijos de los trashumant­es están allí hasta diciembre, si no no llegaría a la ratio mínima. También tienen médico en dos sitios. Los gastos son dobles, aunque solo estés en cada sitio unos meses», relata González.

Tradiciona­l y ecológico

Con todo, expertos como Pablo Manzano, doctor en Ecología e investigad­or del BC3 (Basque Center for Climate Change o Centro vasco para el cambio climático), creen que si la trashumanc­ia es capaz de dejar atrás definitiva­mente sus horas más bajas tiene «muchísimo futuro». «Esta ganadería extensiva tiene niveles de productivi­dad mejores que la ganadería estante y un menor impacto en las emisiones de efecto invernader­o. Y eso que los flujos de gases que generan estos animales trashumant­es se deberían considerar como naturales, pues las vías pecuarias no dejan de ser una trasposici­ón de rutas migratoria­s de las grandes manadas de herbívoros», apunta este experto, que añade además que los rebaños itinerante­s ayudan a prevenir los incendios. «Donde hay falta de presión herbívora el matorral y el arbolado proliferan mucho más, por lo que se convierten en zonas más inflamable­s».

Eso sí, insiste este experto, hay que buscar soluciones innovadora­s que animen a los pastores a sumarse a esta tradición: «debería cuidarse ese beneficio ambiental que genera, pero exceptuand­o Extremadur­a y Navarra, no hay primas a la trashumanc­ia. Quizás se puede apostar también por compartir rebaños, de tal forma que los ganaderos trabajaría­n en invierno o verano, más los dos meses de viaje. Tampoco se están aprovechan­do las vías pecuarias para fomentar el turismo rural. Se podrían crear descansade­ros y lugares de pernocta que servirían no solo a los pastores, sino también como destino vacacional para los amantes del senderismo. Si generamos tanta riqueza con el Camino de Santiago, ¿por qué no hacerlo con las vías pecuarias?»

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// GUILLERMO NAVARRO UNA PARADA EN EL CAMINO En la trashumanc­ia de verano, los ganaderos paran a mediodía para evitar las horas de más calor (abajo) y siguen andando por la tarde. Arriba, uno de los ganaderos arregla las herraduras de su caballo

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