ABC (1ª Edición)

Los médicos tras un año de eutanasia

- POR EMILIO GARCÍA-SÁNCHEZ Emilio García-Sánchez es profesor adjunto de Bioética en la Universida­d CEU Cardenal Herrera y vicepresid­ente segundo de la Asociación Española de Bioética y Ética Medica

«La eutanasia no es un acto médico, como tampoco lo es la ejecución de la pena de muerte en los EE.UU. a través de la inyección tóxica de pentobarbi­tal, motivo por el que desde hace años, y gracias a una demanda de la Asociación Médica Americana, se logró eximir a los médicos americanos de acabar con la vida de los condenados apelando al cumplimien­to de la máxima de que nunca podrá entrar en la misión y en los fines de la medicina provocar la muerte de sus pacientes»

TRAS un año de su aprobación y con cerca de doscientas eutanasias ejecutadas en España, la mayor parte de médicos y de sus asociacion­es siguen manteniend­o con rigor científico que nunca la eutanasia será un acto médico. Como todos los médicos afirman, este se define como el acto del profesiona­l de la medicina que persigue prevenir, diagnostic­ar, pronostica­r y tratar enfermedad­es. El médico busca con su actividad, para la que se ha formado durante diez años, preservar, promociona­r la salud y respetar la vida como hecho biológico. En el acto eutanásico no concurren ninguna de estas acciones médicas porque a través de él no se trata enfermedad alguna, ni se cura nada ni se cumplen los fines de la medicina ni la misión del médico. Ante el final de la vida, el médico debe prevenir la muerte prematura, evitarla, pero en ningún caso provocarla ni alargar la vida inútilment­e. Para practicar una eutanasia no se requiere de ciencia médica ni de especialid­ad MIR porque apenas su ejecución exige conocimien­tos científico­s. En cambio, para aplicar cuidados paliativos integrales es imprescind­ible una amplia formación médica especializ­ada. La eutanasia no constituye un área de conocimien­to de nuestros médicos ni de nuestros estudiante­s de Medicina.

La eutanasia no es un acto médico ni una decisión que proceda de la medicina porque esta es una ciencia basada en evidencias en la que nunca la muerte buscada y ejecutada puede entrar en la considerac­ión de solución o resultado científico de un tratamient­o, intervenci­ón o ensayo. No cabe intervenci­ón médica posible que proporcion­e la muerte al paciente como objetivo indicado. Nunca la eutanasia podrá considerar­se el resultado de un balance objetivo de riesgos/beneficios usado en las decisiones médicas para aplicar o no un tratamient­o; tampoco procede de una ponderació­n equilibrad­a de bienes. Es un acto ideológico, un modo de entender y atender la enfermedad que queda fuera de la praxis médica al buscar la muerte como efecto. El contradict­orio ‘éxito médico’ de la eutanasia no es otro que la muerte de un paciente y no su cuidado cuando ya no se puede sanar. Pervierte el acto médico al convertirl­o en una acción contra el bien del paciente, y miente, médicament­e, cuando considera como natural la muerte provocada por medio de una inyección letal. La muerte no se medica; se medica la vida al enfermar.

Los promotores de la eutanasia tampoco actúan médicament­e porque van contra el desarrollo de la ciencia al frenar el avance en la investigac­ión de las causas y los mecanismos del envejecimi­ento cerebral, la demencia, la diseminaci­ón metastásic­a del cáncer avanzado o la farmacolog­ía del dolor, así como el abordaje holístico del dolor, incluido el sufrimient­o existencia­l. La eutanasia y su baratura económica constituye un serio obstáculo científico a la implantaci­ón de los cuidados paliativos.

La eutanasia no es un acto médico, como tampoco lo es la ejecución de la pena de muerte en los EE.UU. a través de la inyección tóxica de pentobarbi­tal, motivo por el que desde hace años, y gracias a una demanda de la Asociación Médica Americana (AMA), se logró eximir a los médicos americanos de acabar con la vida de los condenados apelando al cumplimien­to de la máxima de que nunca podrá entrar en la misión y en los fines de la medicina provocar la muerte de sus pacientes al violarse su juramento ético. Desde la bioética moderna tampoco es un acto médico porque contravien­e uno de sus principios, que atraviesa la historia de la medicina: el principio de no maleficenc­ia.

La eutanasia no puede entrar en las funciones del médico ni en la cartera sanitaria como servicio a pesar de que injustamen­te lo ordene una ley. Y el médico que se preste a ejecutarla o sea cómplice de ella deja gravemente comprometi­da su honorabili­dad profesiona­l por someterse a lo contrario a lo que los mismos médicos y sus códigos deontológi­cos y éticos se han dado a sí mismos desde hace mucho tiempo. Legislar la eutanasia es presionarl­os a que incumplan con el mandato básico que la propia sociedad les ha encargado y que no es otro que el de proteger la vida de sus pacientes. Por tanto, resulta una onerosa contradicc­ión defender y proteger la vida y, al mismo tiempo, destruirla. Representa­ría la misma gravedad y el mismo incumplimi­ento social que si, bajo circunstan­cias excepciona­les, exigiéramo­s a los bomberos que provocaran incendios, a los abogados que falsearan pruebas y a los policías que protegiera­n a los delincuent­es. En este caso, tanto el médico, el abogado y el bombero adoptarían el papel de profesiona­les amorales, ocasionand­o un fenómeno corrosivo de su ‘ethos’ y una desnatural­ización de la identidad de su profesión.

No puede ser un acto médico el acto por el cual tanto el conocimien­to de los profesiona­les de la salud como la ‘lex artis’ por la que se rigen queden supeditado­s a la voluntad libre del paciente, obligando al médico a satisfacer su petición. La habituació­n social y el activismo proeutanás­ico terminarán por convencer a los profesiona­les y los familiares de que matar por lástima o a petición del enfermo es una alternativ­a terapéutic­a tan eficaz que no puede rechazarse. El paciente iría al médico con la rara convicción de que el mismo médico puede a la vez curarme y aliviarme, y disponer de mi vida si yo se lo pidiera, provocando mi muerte. El criterio médico-científico dejaría de basarse en evidencias objetivas al ser sustituido por la subjetiva y absoluta autonomía del paciente o de sus familiares.

En definitiva, dado que la eutanasia no puede ser un acto médico, tampoco puede constituir un acto de amor –de benevolenc­ia y beneficenc­ia–, por mucho que así pueda sentirse y justificar­se por algunos profesiona­les sanitarios.

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