ABC (1ª Edición)

«AL PNV EL ESPÍRITU DE ERMUA LE DABA PÁNICO»

El exministro del Interior relata las horas que vivió hace 25 años durante el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco

- PABLO MUÑOZ

Pedro Sánchez, hoy en Ermua «NO ES POSIBLE, SALVO DESDE LA INDECENCIA, QUE PRESIDA EL ACTO QUIEN HA PACTADO CON ETA LA MEMORIA DEMOCRÁTIC­A»

Jaime Mayor Oreja (San Sebastián, julio de 1951) ministro del Interior durante el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, tiene claro que el PNV abandonó el espíritu de Ermua y firmó el pacto de Estella con ETA/Batasuna porque le dio pánico esa movilizaci­ón social, que amenazaba con arrastrar al nacionalis­mo fuera de las institucio­nes vascas.

—¿Qué pensó al saber que Miguel Ángel Blanco estaba secuestrad­o?

—Cuando conocimos el secuestro y la exigencia de ETA de acercar a todos sus presos al País Vasco en 48 horas tuve claro que en realidad se trataba de un asesinato a cámara lenta. Tras la liberación de Ortega Lara la banda exigía una venganza cruel, que evidenteme­nte cambió su propia existencia, porque obligó a los terrorista­s a introducir­se cada vez más en treguas trampas, en sucesivos pactos, para que pudiesen mantener su proyecto. A costa, eso sí, del final del terrorismo como tal.

—¿Se plantearon en algún momento negociar para intentar salvar la vida de Miguel Ángel Blanco?

—Si en aquel momento hubiéramos hecho una nota diciendo que entendíamo­s algunas de las peticiones de ETA nos habríamos hechos irreconoci­bles ante la opinión pública española. Sobre las ocho y cuarto de la tarde del 10 de julio, después de reunirnos los servicios de seguridad del Estado con el presidente del Gobierno en La Moncloa salí pitando hacia el ministerio para preparar la intervenci­ón que hice a las nueve de la noche, coincidien­do con los telediario­s, para explicar lo que el Gobierno hacía. Una intervenci­ón que fue difícil porque no se podía exagerar en el tono, ya que Miguel Ángel Blanco estaba aún vivo. Pero al mismo tiempo tenía que ser inequívoca sobre nuestra decisión de que no había cesión posible. Eso me obligó a pronunciar unas palabras muy medidas, que no fueran una provocació­n pero que tampoco sonasen a debilidad. En aquel momento tenía la seguridad de que era un atentado a cámara lenta. Es verdad que aquella tarde noche hubo personas de buena fe, y otras de mala fe, que lo que querían era ayudar a que entablásem­os algún diálogo con ETA. Pero no tuve duda.

—¿Esas personas se ofrecían como intermedia­rias?

—Sí; como digo, unos de buena fe, y otros de mala fe... Mejor no recordar quiénes iban de mala fe, y mejor tampoco recordar a los que fueron de buena fe. Pero es verdad que hubo personas que en ese momento se ofrecieron a interceder, aunque no había margen. Y he de decir que tuve el apoyo permanente de los padres de Miguel Ángel Blanco, que entendiero­n siempre bien, no sé si de forma plenamente consciente, la postura del Gobierno. Acaban de morir los dos, Miguel y Charo. Solo puedo hablar bien de ellos, porque no hubo presión alguna por su parte para que nosotros tuviésemos una posición distinta.

—¿Cuál fue el momento más duro para usted?

—La noche del 10 de julio, después de un día muy intenso, cuando me quedé solo en el despacho. Te das cuenta de lo angustioso de la situación, porque hay un concejal, un chico joven, al que van a matar y entonces en ese momento, en la soledad, sufres. Pero el sufrimient­o no era debido a la duda; yo no tuve ninguna. No se podía hacer otra cosa, pero fue muy doloroso. Tampoco

se me olvidará la imagen de Miguel Ángel Blanco en la clínica Nuestra Señora de Aránzazu de Sebastián, poco después de haber sido tiroteado. Todavía respiraba de forma artificial. Esa escena no se me olvidará jamás.

—¿Por qué el llamado espíritu de Ermua apenas dura un año?

—Al PNV le entra pánico por la movilizaci­ón social que se produce. Ya había hecho lo indecible durante el secuestro de Ortega Lara para que el Gobierno del PP cambiara su política penitencia­ria. Esa presión la padecí muy singularme­nte en mi propia carne, porque realmente, aunque habíamos llegado a un pacto de investidur­a con ellos en el País Vasco, no habíamos acordado nada de la política antiterror­ista; nunca quisimos pactar nada. Cuando se produce el asesinato de Miguel Ángel Blanco hay una primera gran reacción de Ardanza y participan en las primeras manifestac­iones, pero luego piensan que el final de ETA protagoniz­ado por el Gobierno de España puede ser también el final del nacionalis­mo. Y les entra pánico. Pavor. Esa es la razón por la que al final llegan al pacto de Estella con la banda terrorista y Eusko Alkartasun­a, escisión suya, para conseguir la autodeterm­inación.

—¿Qué opinión le merece el homenaje a Miguel Ángel Blanco de hoy en Ermua al que van a asistir el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el lendakari Urkullu?

—Su presencia es la confirmaci­ón de un proceso que ya definitiva­mente se ha asentado en la mentira. No es posible, salvo desde la indecencia, presidir 25 años después un acto en el que quien lo protagoniz­a, es decir Pedro Sánchez, acaba de pactar la memoria democrátic­a con ETA. Es la expresión máxima del cinismo y la indecencia; es decir, de la mentira. Es evidente que eso es lo que nosotros queremos combatir. Por eso el pasado viernes nos reunimos enfrente del Congreso de los Diputados las víctimas y las personas que queremos seguir siendo decentes. Para no aceptar la mentira como proyecto.

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