Rusia quiere hacer pagar a Japón su apoyo a Occidente
La postura de Tokio con respecto a la guerra de Ucrania, en contra de la invasión, ha indignado al Kremlin, que amenaza con cortes de gas. Un capítulo más en una historia de desencuentros
Tokio ha sancionado a Putin y a sus amigos oligarcas, ha enviado equipamiento defensivo a Kiev y acogido a más de 1.300 refugiados
Ha anunciado el progresivo abandono de combustibles rusos, ardua tarea para un país que importa el 90% de su consumo del exterior
Rusia libra una batalla al oeste tras invadir Ucrania, pero no es la única. Al este, otra permanece inconclusa desde hace décadas. Rencillas históricas impiden la firma de un tratado de paz con Japón que oficialice el fin de la Segunda Guerra Mundial. Un desenlace largo tiempo pendiente que evidencia la turbulenta relación entre ambos países, agitada a la vez por conflictos nuevos y viejos.
Japón ha participado, desde el primer momento y sin reservas, en el castigo propinado por la comunidad internacional. Su gobierno ha sancionado a Vladímir Putin, oligarcas y familiares; limitado las transacciones comerciales y bloqueado la adquisición de bonos. Llegó incluso a expulsar a ocho diplomáticos rusos tras la revelación de las matanzas perpetradas contra la población civil en Bucha. También ha enviado a Ucrania equipamiento defensivo no letal, material humanitario, asistencia financiera y acogido a más de 1.300 refugiados; una respuesta de contundencia inusitada.
La dependencia energética conforma la primera línea de defensa de Rusia ante Japón, como ante muchos otros. El primer ministro Fumio Kishida ha anunciado el abandono progresivo de combustibles rusos, ardua tarea para un país que importa del extranjero el 90% de su consumo. Ha comenzado por el carbón, cuya compra ha prohibido al unísono con la UE. Rusia, por su parte, ha contraatacado con el gas.
Todo el gas que Rusia exporta a Japón, el cual cubre un 2% de sus necesidades energéticas, procede de Sajalín-2, una explotación localizada en la isla del mismo nombre. Mitsubishi y Mitsui poseen un 22% de este proyecto, calificado por Kishida de «extremadamente importante». Putin, no obstante, firmó la semana pasada un decreto para transferir los derechos a otra entidad rusa, aludiendo «amenazas e intereses nacionales y seguridad económica». Dicho movimiento pone en peligro la cuantiosa participación de las empresas niponas y abre la puerta a una expropiación sin resarcimiento. El expresidente y actual vicepresidente del Consejo de Seguridad, Dmitri Medvédev, blandió la amenaza de nuevo. Lo hizo en respuesta a la propuesta japonesa de limitar el precio del crudo ruso en los mercados internacionales a niveles equivalentes a la mitad del actual. Según Medvédev, semejante iniciativa reduciría la oferta y, por tanto, dispararía el coste por encima de los 390 euros el barril. Además, «Japón no tendría petróleo ni gas procedente de Rusia, y tampoco participación alguna en el proyecto Sajalín-2», añadió desafiante.
Cuentas pendientes
Pese a los ambiciosos propósitos de su primer ministro, Japón no cuenta todavía con alternativa a los combustibles rusos. La posibilidad de una interrupción del suministro, asimismo, resulta particularmente peligrosa ante la situación actual: el país padece estos días la peor ola de calor de su historia moderna, sin precedentes desde que comenzaran los registros en 1875. Las autoridades han llegado a solicitar a los ciudadanos que limiten su consumo energético para evitar apagones por sobrecargas. Rusia, mientras tanto, sigue apretando.
La disputa territorial entre ambos países se focaliza en las islas Kuriles, a las que Japón se refiere como Territorios Septentrionales y cuya soberanía reclama. Tras cambiar varias veces de manos a lo largo de la historia, el tratado de San Petersburgo de 1875 establecía que Rusia renunciaba a ellas a cambio de, precisamente, la isla de Sajalín. La Unión Soviética, sin embargo, las ocupó de nuevo tras la derrota de las fuerzas imperiales niponas en la Segunda Guerra Mundial. El archipiélago ha recuperado notoriedad después de que, a mediados de junio, el ministerio de Exteriores ruso suspendiera un acuerdo bilateral que desde hace 24 años permitía a pesqueros japoneses faenar en aguas próximas.
Nuevo enfoque
El asesinado Shinzo Abe, predecesor de Kishida y el primer ministro nipón que durante más tiempo ha ostentado el cargo, impulsó durante la última década un ‘nuevo enfoque’ en su relación con el país vecino. Su objetivo consistía en cerrar discordias pretéritas para así concentrar recursos en hacer frente a la pujanza militar de China. Tras veintisiete encuentros personales con Putin, las conversaciones acabaron por fracasar.
La tentativa de Abe explica las endebles sanciones que Japón impuso a Rusia tras la anexión de Crimea. En esta ocasión, sin embargo, Kishida no ha escatimado gestos ni palabras. «El uso unilateral de la fuerza para cambiar el statu quo (...) perturba los cimientos mismos del orden internacional», ha afirmado. Inquietud orientada, de nuevo, hacia China y su intención de recurrir a las armas para ‘recuperar’ Taiwán, la isla autogobernada que el régimen considera una provincia rebelde. El primer ministro ha repetido en múltiples ocasiones, la última de ellas durante la cumbre de la OTAN celebrada a finales de junio en Madrid, una idea central de su política exterior: «El este de Asia es la Ucrania del mañana».
A pesar de la actual pugna energética, una Rusia cada vez más aislada de la comunidad internacional podría a medio plazo encontrar, a diferencia de la última ocasión, incentivos para negociar con Japón y buscar un acuerdo que solvente sus desacuerdos. Es la lógica histórica: nada como problemas nuevos para dejar los antiguos en el pasado.