El rastro de España en los papeles de Pío XII
► Algunos ciudadanos pidieron al Pontífice que intercediera por amigos o que les ayudara a obtener un visado de tránsito a Madrid o Barcelona
«Soy una joven española. Escapé de España con mi madre y nos refugiamos en Italia. Mi madre ha regresado a Barcelona, con mis dos hermanos, que se quedaron allí prisioneros de los rojos, para arreglar las cosas y nuestras propiedades», escribe María Dolores Prim al Papa Pío XII en diciembre de 1939. La joven añade que da clases de español en academias privadas y «desde hace tres meses trabajo en el Consulado General de España en Génova». «Entre las buenas personas que nos ayudaron a poder resistir las dificultades económicas está la familia Rubinfeld, judíos, y en este momento obligados a dejar Italia por la ley vigente», asegura. Se refería a las leyes raciales, o racistas, que Benito Mussolini había impuesto poco más de un año antes para sellar su alianza con Adolf Hitler.
Para supuestamente «proteger la raza italiana», los niños judíos fueron expulsados de los colegios públicos y los intelectuales judíos, de las organizaciones culturales. A partir de noviembre de 1938 ya no podían casarse con no judíos, ni tener personal doméstico considerado ‘ario’, y se les apartó del Ejército, las instituciones y la banca. María Dolores Prim pedía la intervención del Papa para que ayudara a esta familia, pues la ley racial les obligaba a salir de Italia en 15 días. «Suplico a Su Santidad que interceda ante el Gobierno italiano, o ante el español, para que puedan irse a España», escribe en perfecto italiano.
A continuación, revela un pequeño secreto a Pío XII. «La viuda Rubinfeld tiene dos hijos: podría decirse que desde hace cuatro meses el mayor, Bertoldo, sería mi prometido, si no existiera el impedimento de la diferencia de religión», confía. Le cuenta que espera que en el futuro el joven se convierta al catolicismo, algo que sería más difícil si se ve obligado a escapar de Europa. Dos días después, el Vaticano le responde a través del cardenal arzobispo de Génova. «Haga saber a la Señorita Prim que la Secretaría de Estado lamenta profundamente no poder dar curso a su petición, porque sabe por experiencia que una eventual intervención en ese sentido no sería, en este momento, coronada de éxito», escribe de puño y letra Angelo dell’Acqua, el monseñor encargado de ocuparse de estas solicitudes.
No esconde la frustración el monseñor de la ‘Sagrada Congregación para Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios’, el entonces Ministerio de Exteriores del Pontífice, que multiplica su correspondencia con nunciaturas, archidiócesis, embajadas, cárceles y la dirección general para la Demografía y la Raza, para intentar atender las peticiones de ayuda. Se ven también sus reacciones escritas al margen de las peticiones. «Urgente», anota con letras rojas. «Ha sido benévolamente examinado el caso del comandante Adler, recomendado por Su Eminencia, pero ha sido imposible adoptar una medida excepcional, a causa de su descendencia estrictamente judía», responden desde el Ministerio de Interior a una de las solicitudes del monseñor dell’Acqua. Son algunos de los documentos del pontificado de Pío XII que el Vaticano publicó recientemente en internet. Cuando esté completo, habrá unos 40.000 documentos relativos a 2.700 solicitudes de ayuda recibidas entre 1939 y 1948. El material no se ha filtrado para mostrar solo éxitos del Vaticano. A menudo fracasó y no obtuvo lo que habían solicitado desesperadamente personas que estaban en peligro. Dell’Acqua no pudo ayudar al prometido de aquella señorita Prim, Bertoldo Rubinfeld, pero hay rastro de su historia en otro archivo ita
liano, el registro de ‘Judíos extranjeros internados en Italia durante el periodo bélico’. Siete meses después de la respuesta del Vaticano, Bertoldo aparece en el registro de prisioneros en el campo de Ferramonti, y «sale del campo de Guardigrele» en octubre de 1943. No fue deportado a la Alemania nazi.
Una primera lectura muestra que por orden de Pío XII, debían poner todos los medios para atender las solicitudes que llegaban hasta el Palacio Apostólico, a pesar de las dificultades del momento. Es el caso de Próspero Rimini, que envía una carta desde Finale Emilia el 25 de junio de 1943. «Tengo el visado de entrada en Argentina, pero necesito un visado de tránsito español para poder viajar. Solicito que la nunciatura en Madrid se interese del caso ante el Ministerio de Exteriores», escribe con atenta caligrafía. El Vaticano contacta a la nunciatura el 29 de junio, festivo en Roma. El 24 de julio, el nuncio en Madrid comunica que «el ministerio ha autorizado al cónsul español en Roma a que conceda el visado». Los planes de Próspero cambiaron, pues según otros registros, se casó en Roma en 1944 con Cabiria Ferrari y regresaron a Módena. Ella falleció joven, unos años más tarde.
Además de ser un material de gran valor para historiadores, según Paul Richard Gallagher, ministro de Exteriores del Vaticano, estos documentos ayudarán a los descendientes de estas personas, pues podrán encontrar «rastros de sus seres queridos desde cualquier lugar del mundo». En la mayoría de los casos, no encontrarán buenas noticias.