Aquí asesinaron al concejal y así nació el espíritu de Ermua
ABC recorre los escenarios clave en los que se produjeron los principales acontecimientos del secuestro y asesinato del joven concejal hace 25 años. Desde la estación del municipio donde sus vecinos le vieron con vida por última vez hasta el paraje en el
‘La huella imborrable’ es el título de varias iniciativas para recordar el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco por parte de ETA, de los que estos días se cumplen 25 años. Una fecha redonda para seguir esa huella que algunos pretenden borrar. Todo empezó en Éibar, a diez minutos en tren de Ermua. Miguel Ángel salió de su pueblo por esa vía el 10 de julio de 1997. Cuando llegó a la parada eibarresa de Ardantza, le estaba esperando el Comando Donosti. Le subieron en un coche y le secuestraron. Nadie volvió a verle con vida, salvo sus propios asesinos y los médicos que intentaron salvarle en lo que desde el principio ya se intuía como un milagro.
En la fachada del Ayuntamiento de Ermua está el balcón desde el que la familia de Miguel Ángel recibió el apoyo de toda España. Un país entero asomado al televisor con la mirada fija en ese lugar. El mismo en el que el entonces alcalde, el socialista Carlos Totorika, pronunció la frase que nadie quería oír y todos se temían: «Miguel Ángel ha sido asesinado». Un clamor recorrió la calle, con la gente gritando lo que siempre fueron los etarras, antes y después de aquel crimen: «¡Asesinos, asesinos!»
A ambos lados de ese balcón, dos pancartas: la de Miguel Ángel y la de otro vecino mucho menos conocido. Es Sotero Mazo, al que ETA asesinó en 1980. Padre de dos hijos y peluquero, murió varios días después de ser tiroteado cuando iba por la calle en Éibar junto a su amigo y policía nacional José Luis Lisalde, que falleció en el acto. Debajo de ellos, telegramas que llegaron a Ermua durante aquellos días desde toda España. Algunos pedían la dimisión del concejal de HB. Otros confiaban con rabia en que, «con el asesinato de Miguel Ángel, ETA ha muerto». Lo cierto es que siguió matando hasta 13 años después.
Otro punto clave fue la céntrica Plaza del Cardenal Orbe. Allí se concentraban los vecinos con velas para mantener viva la llama de la esperanza por la liberación de Miguel Ángel. Y por allí pasó su féretro de camino al cementerio. Hoy acoge una exposición con imágenes de aquellos días entre gente que pasea, niños que juegan y terrazas de los bares adyacentes. Es la vida que sigue donde ETA intentó destruirla. Es la plaza en la que un pueblo valiente se ganó la libertad de la que hoy disfruta.
En un extremo de esa misma plaza se alza imponente el frontón, una seña de identidad en cualquier municipio vasco. La parte abierta mira a la plaza donde Ermua y los ermuarras siguen viviendo y recordando a Miguel Ángel. La pared da la espalda a la antigua sede
de HB. En la ventana, un cartel con unos 200 presos de ETA pidiendo «libertad». La hipocresía de los criminales exigiendo lo que ellos negaron a sus víctimas inocentes. El cartel, quizá para hacer honor a los protagonistas, va envejeciendo tras unas rejas.
Este recorrido, como la vida de Miguel Ángel, termina en un paraje de Lasarte-Oria, a 57 kilómetros de Ermua.
El Comando Donosti llevó al secuestrado a las afueras de esta localidad guipuzcoana por un camino junto a la urbanización Miracampos y el arroyo Oztaran. En ese paraje aislado, los etarras le descerrajaron dos tiros en la cabeza y le dejaron tirado. Lo encontraron poco después dos personas que paseaban por la zona. Allí murió un joven inocente y así nació el Espíritu de Ermua.