La derecha ante el fenómeno
Sánchez vinculó Covid e inflación aplicando la misma plantilla: las dos causas son ajenas, internacionales, causa de un ser oscuro
Lo dijo muy claro Pedro Sánchez: Vamos a por todas… Vamos a poner la economía y el Estado al servicio de la mayoría social». Y ahora hay que preguntarse qué es exactamente eso a lo que todo debe someterse: los jóvenes a punto de votar a los que meterá cien euros en el bolsillo, los trabajadores públicos que estabilice o consolide, o los votantes que ignoren que los impuestos puntuales a la banca serán repercutidos a todos.
Sánchez no aspira a salir de la crisis, quiere salir con justicia social, transformados y avanzados, que no es lo mismo que salir, y por eso considera que es el momento de redoblar la ideología y el «cambio social» con una batería de leyes que ni las taquígrafas podían recoger…
Promete más gasto y recaudación, con avidez extractiva, porque la inflación es el gran problema español, reconoció, a lo que más tiempo dedicó, pero solo desde un punto de vista puramente narrativo, como nuevo marco ideológico. Vinculó Covid e inflación aplicando la misma plantilla: las dos cosas son ajenas, internacionales, causa de un ser oscuro (Putin y el pangolino), y ni en su principio ni en su fin podemos hacer mucho (el final también depende de Putin, del que cada vez dependen más cosas), y en ambos casos ha de seguirse un criterio técnico, experto, científico y por tanto inobjetable e incriticable, hasta el punto de distinguir entre «curanderos» y «científicos». Esto ya sucedió en la pandemia, pero aquí se refuerza porque, como dijo alguna vez, «si de algo sé es de economía».
Sánchez se atornilla por completo a los argumentos globales. Y ha redoblado su servidumbre con el exterior. Ya no solo somos vanguardia climática, ahora se suma el atlantismo militar. No importa los sacrificios que esas dos agendas nos exijan, los españoles se harán cargo porque hemos de ayudar a «nuestros hermanos europeos», hemos de «ayudar a Europa», «devolver a Europa», «demostrar al mundo que somos europeístas»…
Sánchez no propuso un debate real sobre la nación. Es un enfoque imposible para él. Profundizó en el giro ideológico de su gestión y en su carácter extractivo, que solo aspira ya a ganarse a su votante con riego fiscal y victorias ideológicas y simbólicas.
¿Y qué hizo la derecha? Sánchez es, paradójicamente, lo mejor que tiene el PP. Sánchez y el rostro de Feijóo, que acudió como oyente, mudo, como Harpo Marx pero sin trompetilla y sin mímica. Las cosas le resbalaban por su rostro imperturbable como si no supiera el idioma. Pero lo mejor del PP fue su cara, y su manera desganada de aceptar el peloteo ya visible de sus diputados.
Se dice que el parlamentarismo está muerto. Si no lo está lo matará Cuca Gamarra, que hizo un discurso desesperante en el que no discutió ni un solo marco conceptual del Gobierno. Solo uno: gastar menos, y hasta acabó aceptando, de alguna forma, el de la memoria democrática cuando Sánchez les volvió a poner ante el dilema de comparar franquismo y ETA. Negando el franquismo aceptarán la segunda transición. Aceptarán cualquier cosa. Sánchez se creció y Gamarra acabó defendiendo la gestión de Rajoy y la derecha allí presente, entre bostezos y abanicos, pareció hecha a la costumbre de ser vapuleada. Gamarra dijo «españolitos», que pudiera sonar machadiano pero a ella le sonó como si hablara de ‘croissants’ pequeños y Sánchez se choteó a placer. Se sintió la auténtica indefensión de la derecha, una indefensión fraudulenta que quiso remediar, y hasta cierto punto remedió Santiago Abascal, que ensanchó marcos ideológicos, empezando por recordar el asesinato de Calvo Sotelo, que es, bien mirado, lo que tiene que estar haciendo siempre Abascal, desde el primer día, Sísifo parlamentario: recordar los pecados de origen del PSOE, como si quisiera poner el contador a cero para la partida.
Pero ese contador no está a cero, y Abascal por ahí encuentra sus límites: un Sánchez cínico que les llama piezas de museo y los enfrenta a una España en fuga sociológica que asume encantada lo que Abascal llama «porquería legislativa». Se insinuó un debate interesante. Se dirá que la derecha es complementaria, que se reparten el trabajo, pero el PP parece más complementario del PSOE. La relación de Abascal con el PP es como la del que enciende el motor o lleva el timón de un barco que no disfruta. Contribuye a una singladura en la que no mandará, con señoras rubias y hombres con barriga y media melena tomando el sol. Ante el fenómeno (‘Sánchez en inflación’) se vio que la derecha está más necesitada de una síntesis que de una suma. De una evolución.