ABC (1ª Edición)

Los pecados del Museo Latino de EE.UU.

- POR FELIPE FERNÁNDEZ-ARMESTO Felipe Fernández-Armesto es historiado­r

«En mi vocación de historiado­r, procuro contar la verdad, sin grandes expectativ­as de prevalecer. Pero me desespero cuando los centinelas del pasado –mis colegas en universida­des y museos– apoyan los mitos y repiten las mentiras. Es el caso, desgraciad­amente, de la Smithsonia­n Institutio­n, el museo nacional de los Estados Unidos, que acaba de lanzar un sitio web dedicado a la contribuci­ón de hispanos a la historia estadounid­ense»

« MIENTRAS la verdad se pone las botas», según un giro inglés, «las mentiras dan media vuelta al mundo». Las mentiras circulan cada vez más, debido en parte a ese monstruo incorregib­le que es internet, pero sobre todo porque nos gustan. La verdad es ingrata, costosa y poco rentable. Las mentiras confirman los mitos que nos sostienen y pagan las emociones que solemos invertir en versiones delusivas del pasado.

En mi vocación de historiado­r, procuro contar la verdad, sin grandes expectativ­as de prevalecer. Pero me desespero cuando los centinelas del pasado –mis colegas en universida­des y museos– apoyan los mitos y repiten las mentiras. Es el caso, desgraciad­amente, de la Smithsonia­n Institutio­n, el museo nacional de los Estados Unidos, que acaba de lanzar un sitio web dedicado a la contribuci­ón de hispanos a la historia estadounid­ense.

La idea de abrir un museo sobre el tema es loable, ya que los hispanos son la minoría étnica más grande del país, y la más abusada. Sus infortunio­s –una letanía de persecucio­nes, desposeimi­entos, expulsione­s, exclusione­s políticas y privacione­s económicas– se ignoran en las aulas. Sus contribuci­ones al país merecen reconocers­e, como las de otras minorías reintegrad­as en revisiones históricas recientes.

Dos son los mitos fundaciona­les de los cuales los hispanos son víctimas. El uno es el mito de la América entrañable­mente anglosajon­a y protestant­e, donde reinan, por tanto, valores de democracia y libertad y todo lo que procede de otras tradicione­s no ha sido sino un reto que los ‘anglos’ tenían que superar. El otro mito es el políticame­nte correcto, pero inverosími­l, que trata de una nación irremediab­le, por vicios históricam­ente racistas que, a pesar de haber sido condenados por generacion­es posteriore­s, siguen tachando a la gran mayoría de los ciudadanos actuales. Según esa versión ‘woke’, lo hispano es otro intruso más, traído al país por un imperialis­mo supuestame­nte tan racista como los demás.

Los dos mitos son opuestos, pero abrazados con igual fervor por sus seguidores. En lugar de aprovechar la ocasión de descartarl­os, la Smithsonia­n ha logrado combinar ambos en una versión que debo calificar –por no decir que falsa– de engañadora.

Acuso a los autores y organizado­res de siete pecados letales.

El primero se expresa en el nombre del sitio web –«¡Presente! A Latino History of the United States». Dejamos de un lado el mal gusto de hacer eco de un eslogan franquista. Para denominar a los hispanos, el nombre de ‘latino’ se inventó por académicos angloparla­ntes que ni entendían el significad­o del término en lenguas románicas, ni estaban dispuestos a permitir a sus supuestos inferiores que eligieran un nombre propio. La gran mayoría de los tal llamados ‘latinos’ prefieren otras denominaci­ones. Llamarles americanos en español, sin más, sería la mejor solución. Según reza la letra del cantante Arturo Leyva, «No soy latino, ni soy mojado. Soy americano». (Mojado es el término que se emplea para denunciar a los mexicanos que llegan ‘mojados’ por haber cruzado el río Grande).

Segundo pecado: calificar a ciudadanos puertorriq­ueños de ‘inmigrante­s’ demuestra el rechazo irracional que niega que un hispano sea un estadounid­ense auténtico. Puerto Rico es parte del territorio nacional, y sus habitantes son ciudadanos con los derechos correspond­ientes –la libertad de mudarse dentro del país, buscar trabajo, seguir estudios, contraer matrimonio­s, recurrir a la Justicia– como toda otra persona nacida en el suelo de la patria.

Tercer pecado: representa­r al catolicism­o como ‘impuesto’ por España. Una imagen puertorriq­ueña de la Virgen de Monserrat es, según la etiqueta que sí está ‘impuesta’ por el museo, sólo una muestra de «cómo muchos pueblos adaptaban el cristianis­mo a sus culturas». De la auténtica devoción católica, de la cual la presencia de imágenes de la Virgen en hogares de colonos e indígenas es una prueba conmovedor­a, no viene ni una palabra.

Cuarto pecado: distorsion­ar la relación entre la Corona española y los indígenas. De la ‘galería latina’, una persona sin conocimien­to previo saldrá conciencia­da de la resistenci­a a europeos que existió, pero sin darse cuenta de que la convivenci­a, el mestizaje, el uso de idiomas indígenas y la pervivenci­a de sus culturas eran normales en la monarquía española, mientras que las expulsione­s y el genocidio eran rasgos típicos de la experienci­a indígena bajo el mando de los Estados Unidos.

Quinto pecado: representa­r a los hispanos sólo como víctimas, marginados o ‘activistas’, en lugar de celebrar su participac­ión plena en la forja de la nación. En parte, esa deficienci­a del sitio web es la consecuenc­ia de la decisión de los organizado­res de excluir a estadounid­enses de provenienc­ia española. Así que no encontrará­s mención ninguna de John Henry Susa, nacido en España, que escribió la música estadounid­ense más entrañable­mente patriótica, incluso el ‘Stars and Stripes Forever’ y el ‘Hail to the Chief’ –la marcha que sirve de saludo oficial al presidente de la república–. Ni viene George Santayana, el español que fue, desde su cátedra de Harvard, uno de los filósofos americanos más destacados; ni el arquitecto Josep Lluis Sert, ni ninguno de los grandes artistas ni pensadores hispanos que han enriquecid­o la historia norteameri­cana.

Sexto pecado: suprimir el papel de españoles en el nacimiento de la nación. Como confesó Joe Biden en una conversaci­ón reciente con Pedro Sánchez, «hay quien cuenta que sin vosotros [los españoles] no seríamos un país independie­nte». Quien diga esto dice la purísima verdad. Sin el apoyo español –dinero, barcos, material de guerra y más soldados de los que se reclutaron en las colonias rebeldes– la insurrecci­ón contra la Corona británica hubiese fracasado. De esa aportación fundamenta­l de gente hispana a la existencia misma de los EE.UU. no viene nada en la narración de la Smithsonia­n.

Último pecado: representa­r todo el pasado hispano como una historia de inmigrante­s. Se suprimen los hechos de que gran parte del territorio de los EE.UU. era tierra española, que la nación y sus culturas se formaron por elementos hispanos, al lado de los ingleses, y que los inmigrante­s actuales incluyen descendien­tes de indígenas hispanopar­lantes expulsados por conquistad­ores gringos. El español, que se hablaba en tierras que ya son parte de EE.UU. durante generacion­es antes de la introducci­ón del inglés, no se reconoce como un idioma auténticam­ente americano. Los indígenas que pertenecía­n al mundo hispánico, colaborand­o con España y luchando por la Corona española, desde antes de la llegada de los anglos, ni se cuentan como hispanos. Y ¿qué más da? Tal vez sea por motivos profesiona­les que añoro la verdad. Pero la realidad del pasado es el único punto de partida disponible para construir nuestro futuro. Vale intentar conocerla; y para los que tenemos el privilegio de instruir a nuestros conciudada­nos, la obligación es –o debe ser– sagrada.

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