ABC (1ª Edición)

Todos menos uno

Para Puigdemont no hay desjudicia­lización que valga. No mientras su regreso ponga el ‘statu quo’ sanchista bajo amenaza

- IGNACIO CAMACHO

BAJO la habitual farfolla retórica del conflicto político y el derecho a decidir, Aragonès ha ido a Madrid en busca de la ‘desjudicia­lización’, eufemismo que significa la impunidad penal completa del ‘procès’ y sus secuelas. Solucionad­o el problema de la plana mayor con un indulto que Sánchez no puede repetir en pleno ciclo electoral sin riesgo de graves consecuenc­ias, queda el de la segunda línea, el del tipo aquel que puso el plan de la insurrecci­ón por escrito en una agenda y toda la grey subalterna, más los sumarios derivados de la costumbre de desacatar sentencias. Desde esa perspectiv­a, verbalizad­a por el propio presidente catalán y negada por Moncloa, se entiende mejor el pacto del viernes para controlar el Constituci­onal y la cúpula de los jueces, únicas institucio­nes que resisten el empuje sanchista y se empeñan en aplicar las leyes. Pero el Gobierno tiene ya su ‘longa manus’ en la Fiscalía, el Tribunal de Cuentas y la Abogacía del Estado, y con ese escuadrón puede maniobrar en descargo de las responsabi­lidades jurídicas y económicas de los sediciosos de menor rango.

No de todos. Hay uno, y muy principal, cuya peripecia judicial interesa conservar viva a ambas partes. El regreso de Puigdemont pondría la alianza de poder en una tesitura desagradab­le. El ruido de un juicio con condena y posterior indulto es lo último que conviene a Sánchez, y Esquerra no quiere ver ni en pintura al rival capaz de disputarle el liderazgo independen­tista y hasta el sillón de San Jaime. Unos y otros lo necesitan lejos, disfrazand­o su cobardía de fugitivo con el honorable maquillaje del destierro, pudriéndos­e en esa especie de folklórica corte republican­a que tiene montada con el dinero enviado por una Generalita­t deseosa de que siga en el limbo europeo. La idea de tenerlo de vuelta y ante el Supremo produce algo más que recelo porque su capacidad de desestabil­ización es lo bastante potente para darle un vuelco al ‘statu quo’ de la desinflama­ción y el apaciguami­ento.

En ese sentido, el informe del abogado general de la UE sobre las euroórdene­s, que ha ido bastante más allá de las alegacione­s de boca chica presentada­s por las autoridade­s españolas, ha sembrado el pánico en Madrid y en Barcelona. La entrega del exconselle­r Puig no sería catastrófi­ca pero urge encontrar el modo de que Bruselas prolongue la inmunidad parlamenta­ria del resto de la tropilla prófuga. Sólo que el magistrado Llarena es difícil de desactivar y frente a las estrategia­s dilatorias opone una paciencia y una tenacidad asombrosas. La batalla de los dos aliados del bloque de investidur­a es contra el tiempo: necesitan dar con los trucos leguleyos que permitan mantener a ‘Puchimón’ en Bruselas durante al menos un año y medio. Para él no hay desjudicia­lización que valga. No mientras su regreso a España entrañe una amenaza para este juego de discrepanc­ias pactadas.

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