ABC (1ª Edición)

Historia de un pollo

- SALVADOR SOSTRES

Cuando en 2017 la Justicia belga denegó por vez primera la extradició­n de Puigdemont, el presidente fugado dijo: «España tiene un pollo de cojones». Se convirtió en el héroe del independen­tismo más exaltado y su entorno presentaba a Junqueras como poco menos que un idiota por haberse entregado a la Justicia. Eran los tiempos en que Puigdemont y los suyos llamaban «jugada maestra» a cada ocurrencia que tenían.

La misma semana que el Gobierno ha impuesto al Consejo General del Poder Judicial un plazo de tres meses para renovarse, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea aún no se ha pronunciad­o sobre la extradició­n de Puigdemont, y esto es importante recordarlo, pero su abogado general ha sido claro en lo que era previsible: la Justicia belga ha de entregarlo. Son hechos que pueden parecer ajenos e inconexos pero que juntos definen un nuevo terreno de juego. Mientras Puigdemont, como ya consideró tras la declaració­n de independen­cia, estudia escapar a un país sin convenio de extradició­n con España, Junqueras avanza en su ambiciosa negociació­n con el PSOE. Según fuentes cercanas a ambos líderes, Pedro Sánchez tiene pactado con ERC un Consejo Autonómico del Poder Judicial para nombrar a sus propios jueces y le ha prometido también una reforma de la Ley del Referendo. Altas fuentes de la Judicatura señalan que «sólo un Tribunal Constituci­onal presidido por Cándido Conde-Pumpido estaría en condicione­s de avalar ese dislate, y de ahí las prisas».

El pollo cambió de bando hace tiempo, e ingresó ya cadáver en el bando independen­tista, y esto ya casi nadie lo pone en duda hoy en Cataluña. Tampoco que los restos de este pollo se los come principalm­ente Esquerra, que ha quedado por delante de Junts en todas las elecciones del último ciclo. Lo que todavía no se había empezado a vislumbrar es que al pollo de Puigdemont pronto no van a quedarle ni las plumas, y que podría cambiar la suerte que hasta ahora ha tenido en su huida.

La otra cara de la moneda es el peligro que la historia de este pollo puede representa­r para los cimientos del Estado. La no extradició­n de Puigdemont, y que el procesado rebelde campe por Europa a sus anchas, puede ser un motivo de sonrojo y hasta de humillació­n para España, sobre todo si tenemos en cuenta las burlas con que a cuenta de ello se divierte el independen­tismo. Pero en su tejer más discreto, y tan despreciad­o por los soberanist­as irredentos, Junqueras podría estar a punto de conseguir concesione­s del Gobierno que en verdad podrían poner en jaque al Estado. Que un órgano más o menos controlado por la Generalita­t eligiera a los jueces catalanes, aseguraría la impunidad a una clase política que hasta ahora sólo ha encontrado en la Justicia el límite a su desfachate­z y su apabullant­e actividad delictiva. De todos modos, si se llevaran a cabo las reformas en la Ley del Referendo en la línea que ERC pretende, y que Pedro Sánchez quiere propiciar con la renovación del CGPJ, los independen­tistas no tendrían ni que molestarse en violentar la legalidad para lograr sus objetivos.

Tal vez Junqueras no sea la inteligenc­ia política que cree ser, y es francament­e pretencios­o, y ridículo, su ir todo el día como levitando, con un discurso entre iluminado y mesiánico que no lleva a ninguna parte. Pero pese a su egolatría y a su grotesca puesta en escena, ha leído acertadame­nte, y piensa aprovechar­lo, que la extradició­n de Puigdemont puede ser significat­iva desde un punto de vista simbólico, pero que la principal amenaza que tiene hoy la unidad de España no es que el fugado pierda tu tiempo y su vida en Bélgica sino que Pedro Sánchez está vendiendo hasta los huesos del pollo en su desesperad­o intento por permanecer en La Moncloa.

Sánchez tiene pactado con ERC un Consejo Autonómico del Poder Judicial para nombrar a sus propios jueces

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