La última batalla de Draghi
El exbanquero es el principal dique de contención contra el populismo
En enero el banquero italiano más conocido del mundo eligió seguir siendo primer ministro en vez de postularse como presidente de la República. Lo hizo consciente de que quedaba solo un año antes de que se celebraran unas elecciones a las que no se presentaría. Seguir al frente de un alambicado Gobierno de mayoría nacional fue un gesto de responsabilidad, un sacrificio necesario en una Italia que tras la pandemia afronta una crisis económica y energética derivada de la invasión de Ucrania. Ahora la formación Cinco Estrellas empieza a retirarle su apoyo, con el fin de distanciarse de la moderación y cabalgar una nueva ola de desafección ciudadana. Tanto este movimiento como la Liga tienen vínculos estrechos con Rusia. Con el regreso de la inflación, el crecimiento estancado y la energía disparada, los partidos antieuropeos entienden que es el momento de pasar la factura por la contundencia de Mario Draghi a la hora de frenar el revanchismo de Vladímir Putin. Super Mario ha dimitido sin inmutarse, aunque posiblemente le hubiera gustado parafrasear la despedida de Estanislao Figueras, presidente de la primera república española, «estoy hasta los… de todos nosotros».
Pero en la política italiana nada es lo que parece. Sergio Mattarella, presidente de la República, no ha aceptado la renuncia y ha obligado a Draghi a ganar tiempo, planteando un voto de confianza la semana que viene. El desenlace del enésimo episodio de inestabilidad italiana no es un giro dramático más en un guion previsible. Esta vez nos afecta a todos. Draghi es el adulto en la habitación entre los líderes europeos, una vez que Angela Merkel se ha jubilado y ha quedado expuesto su error estratégico al dar por descontada la seguridad del suministro energético. El italiano sirve de dique de contención frente al liderazgo tosco y emocional de los hombres fuertes en boga, aunque tras su actuación al frente del BCE durante la crisis del euro su figura también tiene algo de salvífica. Todos podemos perder en este envite populista contra la política seria.