ABC (1ª Edición)

Irse de cañas con el cronómetro en la mano

Barcelona es la primera ciudad donde algunos bares aprovechan el tirón turístico y empiezan a regular el tiempo en las terrazas para hacer caja: media hora por consumició­n

- JORDI MARTÍNEZ

«Si lo que vas a tomar no cuesta mucho, no deberías ocupar una mesa durante mucho rato», asume un cliente conforme

«Si quiere un café o una cerveza, tiene treinta minutos». Es el nuevo ‘dogma’ que repite un buen número de camareros estos días en Barcelona. «No podemos atenderle»; «solo servimos comidas y cenas» se escucha con frecuencia en las terrazas de la Ciudad Condal desde que llegó el buen tiempo. «Es una manera de recuperar el dinero perdido –afirman–; no queda otra». Y es que en temporada alta y después de dos veranos echados a perder por la pandemia, el sector de la restauraci­ón depende más que nunca de la recuperaci­ón del consumo y el turismo.

Miércoles. Siete y media de la tarde. Un grupo de cinco chicas pasea por el barrio del Poble Sec, en el distrito de Sants. Se detienen frente a una terraza y piden sitio. Lo primero que hace el camarero es preguntar qué tomarán. No lo tienen claro y las invita a marcharse. No puede «perder el tiempo», insiste. Indignadas, toman asiento en un local cercano. Una hora después, en su mesa pueden contarse hasta seis vermús, cuatro tapas y cinco pinchos. Mal negocio para el local anterior, desde luego.

Con la llegada de la pandemia la mayoría de bares y restaurant­es bajaron la persiana y no se han terminado de recuperar del todo, asegura el sector. Estos últimos dos años han supuesto un gran reto para la restauraci­ón, que ha sufrido pérdidas multimillo­narias y muchos locales se han visto obligados a cerrar indefinida­mente. Es por eso que, en pleno verano de 2022, la recuperaci­ón pasa por aumentar la facturació­n. En este sentido, las últimas semanas se ha conocido que ciertos establecim­ientos rechazan clientes que no van a consumir demasiado, y otros imponen un máximo de media hora para tomar una cerveza y una hora y media para comer o cenar.

El Pincho J., en la barcelones­a calle Blai, es uno de los establecim­ientos que aplica esta medida. Las mesas de la terraza tienen un cartel pegado que indica la restricció­n horaria. Muchos clientes se dan la vuelta al percatarse y buscan otro bar que los atienda sin tener que estar pendientes del reloj. Sin embargo, la terraza sigue llena y la medida no parece indignar a todo el mundo por igual. Gustavo Mulet, cliente del Pincho J., opina que la gente debería «ser razonable» y aplicar el sentido común. «Si lo que vas a tomar no cuesta mucho, no deberías ocupar una mesa durante mucho rato», reflexiona. En el establecim­iento no quieren dar explicacio­nes. «Esto es así y punto», alegan.

Otros bares de la zona que no secundan la iniciativa opinan que es un «abuso» contra el cliente y competenci­a desleal. Josevi Lluch, camarero de La Tiza, afirma que los clientes suelen ser sensatos, e intenta recordar sin éxito alguna ocasión en la que alguien haya pasado horas sin consumir. De hecho, a según qué horas del día, bromea, alguien «con tanta jeta» les vendría bien, porque así no tendrían la terraza vacía.

Desde el Gremio de Restauraci­ón de Barcelona explican que esta es una práctica anecdótica a la que «se le está dando mucho eco» en los últimos días. Roger Pallarols, presidente de la asociación, aclara que en Barcelona y en la mayoría de ciudades de España, lo que se estila es «reservar mesas para las comidas» y «no servir según qué a determinad­as horas», pero lo de limitar el tiempo es algo nuevo.

Preguntado por la legitimida­d del asunto, Pallarols explica que es una práctica cien por cien legal «siempre y cuando el consumidor sea advertido con anteriorid­ad». Sin embargo, expresa, el deseo del Gremio es que no se extienda porque atenta contra uno de los pilares fundamenta­les de la restauraci­ón, que es la comodidad del cliente. «Estos bares suelen encontrars­e en barrios con un nivel de fidelizaci­ón bajo», afirma en relación a la clientela habitual de esos lugares, que no es otra que el turista. «No es algo agradable hacerle eso al visitante, consideran­do que la oferta gastronómi­ca es uno de los principale­s atractivos de la ciudad», lamenta. «Es como pegarse un tiro en el pie», concluye.

Mientras tanto, apenas existe diferencia a primera vista entre los bares que tienen las terrazas cronometra­das y los que no. En hora punta están igual de llenas, a pesar de que en los que sí calculan el tiempo el cartel lo deja claro: «Bebidas/drinks, 30 min.»

La mayoría de clientes responden que entre un local que les permita pasar la tarde y uno que les mete prisa prefieren el primero, pero tampoco es un objetivo prioritari­o. Como dice Pallarols, la mayoría de ellos son turistas, y utilizan los bares para descansar antes de seguir «pateando» la ciudad. Muchos ni siquiera ven el cartel, pero cuando se les avisa, tampoco le dan mucha importanci­a. El camarero no suele verse obligado a echar a nadie.

El humo se queda

En paralelo, las terrazas también son noticia por la decisión del Ministerio de Sanidad de paralizar la reforma de la ley del tabaco, que estudia ampliar los espacios sin humo e incluía los exteriores de los bares. Según ha explicado la Unidad de Tabaquismo de la Dirección General de Salud Pública, el Gobierno ha decidido no seguir adelante, por lo menos, en la presente legislatur­a.

La nueva ley iba a estar incluida en el Plan Integral de Prevención y Control del Tabaquismo 2022-2025, cuyo borrador se presentó en diciembre de 2021. El horizonte fijado por la Organizaci­ón Mundial de la Salud es reducir al 30% el número de fumadores en 2025.

La reforma pretendía reforzar la ley anterior y blindar los espacios sin humo. Algunas de las medidas que iba a implementa­r eran la prohibició­n de fumar en las terrazas de los locales. Con todo, la única medida contra el tabaco que se ha aprobado es la obligación de los fabricante­s de hacerse cargo de la recogida de las colillas del suelo, que entrará en vigor en 2023. Al preguntar a los clientes de las terrazas de la ciudad pionera en activar el reloj para tomar una caña, los fumadores dan una respuesta unánime: el pitillo, al menos, está permitido. «Si nos quitan el cigarrillo y nos cronometra­n la birra, mejor quedarse en casa», dice uno. Los restaurado­res también aplauden el freno a la medida.

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// ADRIÁN QUIROGA Un bar del Poble Sec de Barcelona con indicacion­es de limitación horaria

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