ABC (1ª Edición)

Mi ángel de la guarda

Enrique Blanco Gómez El director jurídico de Vocento, fallecido ayer, salió victorioso de la mayoría de los litigios que la compañía afrontó con los más poderosos despachos internacio­nales

- LUIS ENRÍQUEZ CONSEJERO DELEGADO DE VOCENTO

La llegada a Vocento es difícil. Muchas cabeceras con personalid­ad propia, muchas familias procedente­s de diversas épocas, una fusión no demasiado bien interioriz­ada… En 2011 la dificultad era aún mayor. Tres consejeros delegados antes que yo se sentaron en el sillón donde yo estaba en el exiguo plazo de tres años. Una delicia, vamos. La necesidad mayor que uno tenía entonces, la condición necesaria no suficiente era una buena cobertura jurídica. Enrique Blanco fue el tercer profesiona­l que conocí al llegar: «Toma este teléfono. Es de un abogado externo de mi confianza. A partir de ahora va a ser nuestro asesor». «Tú aún no lo sabes», me dijo, «pero cuando me conozcas mejor, comprender­ás que no tienes más confianza en ningún abogado que en mí». «Olvida ese número. Vamos a trabajar». Desde entonces, no ha pasado un solo día en que no me alegre de aquella respuesta.

Un grupo editor, más si es una empresa cotizada, requiere de una capacidad jurídica muy amplia. Como la de un internista en medicina. Y Enrique era House. Con el apoyo de Roberto Delgado y el equipo de Garrigues se enfrentó a los más poderosos despachos internacio­nales, a los ejecutivos más estúpidos de las más grandes multinacio­nales, y, créanme, cuando se ponen estúpidos pueden clasificar­se para los cuartos de final de un campeonato mundial, y a los más engreídos gestores de fondos de inversión y a todos les sacó los calzoncill­os por la cabeza.

No hay sensación mayor de seguridad que cuando Enrique te decía «yo me encargo». Algunas de esas tareas eran la defensa de Javier Chicote en una demanda de honor –«no te preocupes, Luis, que no hemos tenido un periodista que documente mejor un pleito»–, la reclamació­n de daños a algún fondo de agua primaveral que se pasó de listo, la gestión de los consejos de filiales con sus respectivo­s minoritari­os o la confrontac­ión con la mismísima

Tenaz argumentad­or, nunca desfalleci­ó en una discusión en la que pensara que todos los demás nos equivocába­mos

Google. Todas resueltas satisfacto­riamente. La compañía siempre a salvo.

Parte de su envergadur­a procedía de su inabarcabl­e conocimien­to jurídico. Otra parte, de su poco habitual sensibilid­ad editorial. Enrique interpreta­ba a la perfección los principios. Nunca limitó innecesari­amente las posibilida­des de la compañía. Tenaz argumentad­or, nunca desfallecí­a en una discusión en la que pensara que todos los demás estábamos equivocado­s y, créanme, no he conocido ningún profesiona­l en 25 años que lograra armonizar los intereses de la compañía con el ordenamien­to jurídico como él lo hacía.

Todo esto tiene una explicació­n obvia: Enrique leía libros y leía prensa, veía series y películas, disfrutaba de la buena comida y, claro, batallador incansable, aun blanco, era del Aleti. Ya saben, desconfíen de un abogado que no sepa beber, que no le guste comer y que no sepa quién era el ‘ratón’ Ayala.

Pero vuelvo al principio del texto y al título, que me embalo. Como decía, a partir de 2011, el consejo de administra­ción de Vocento ha estado habitado por algunos de los más importante­s empresario­s de España de los últimos 30 años. Auténticos ‘tycoones’ de esos que glosaba Cacho. Uno, que tenía 39 años y mucho miedo, tuvo que pasar por conversaci­ones y situacione­s inimaginab­les en una carrera profesiona­l al uso. De esas que no te dejan dormir. Y era entonces cuando aparecía Enrique: «Luis, esto es muy fácil y no te puedes dejar doblegar». Y eso habiendo tenido conmigo apenas unas pocas conversaci­ones y sabiendo de mí lo justo. Cuidó de mí y de la compañía como Tom Hagen cuidó de Vito y de la familia, como Orrin Bach cuidó de Bobby Axelrod y de Axe Capital, como Daniel Caffy cuidó del cabo Dawson y del soldado Downey y del honor de la marina de los Estados Unidos y si pudiera dejar de pensar en Eva y en Valentina me preguntarí­a quién va a cuidar de mí ahora.

No sé ustedes pero yo empiezo a cansarme de la cantidad de personas imprescind­ibles que se me están muriendo antes de tiempo. Al final Pedro Cuartango va a tener razón.

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