ABC (1ª Edición)

Psicología de un error

España, por culpa de una política exterior de patio de embajada, ya no tendrá a su lado a su socio más fiel en el norte de África, como sí lo tuvo cuando estalló la crisis de Perejil

- POR LUIS TEJERO GONZÁLEZ LUIS TEJERO GONZÁLEZ es diplomátic­o

TEXA incomprens­ible decisión adoptada por el Gobierno español de reconocer ‘de facto’ la soberanía marroquí sobre el Sahara occidental responde, sin duda alguna, más que a cualquiera considerac­ión práctica y razonable de política exterior – a la vista están los resultados–, a la inveterada costumbre del Ministerio de Exteriores español consistent­e en enmendar, incluso invertir, lo hecho por el inmediato predecesor en el cargo.

Es la particular manera en que no pocos funcionari­os diplomátic­os creen dejar su indeleble sello personal en los puestos por los que van pasando. Hasta tal punto está arraigada dicha costumbre en el palacio de Santa Cruz y sus dependenci­as por todo el mundo, fruto, en realidad, de la completa falta de una política exterior de Estado, que sería posible formular la hipótesis psicológic­a de que cuanto más trastoca el sucesor, mayor es su petulante mediocrida­d.

En la decisión de Albares de pegar un tiro a cada uno de los pies con que España se sostenía en el Magreb pesa, más que cualquier otra razón, la torpísima gestión de su predecesor­a en el cargo con ocasión del acogimient­o hospitalar­io en España, de tapadillo, de Brahim Gali, máximo dirigente del Frente Polisario. Y digo bien: en cada uno de los dos pies, porque si la más que previsible consecuenc­ia de reconocer la soberanía marroquí sobre el Sahara occidental era hacer saltar por los aires nuestra relación con Argelia, el único beneficio que cabe esperar para España de tal decisión es una ganancia de tiempo, sujeta, además, al improbable hecho de que los principale­s actores de la comunidad internacio­nal no adopten la misma decisión que España. Ese día, que se sitúa más en el corto plazo que en el largo, la moratoria marroquí sobre la soberanía española de Ceuta y Melilla habrá terminado.

Y para entonces, España, por culpa de una política exterior de patio de embajada, ya no tendrá a su lado a su socio más fiel en el norte de África, como sí lo tuvo cuando estalló la crisis de Perejil. El actual Gobierno español ha olvidado –¡grave pecado el olvidarse de los amigos!– que en aquellas primeras horas cruciales del mes de julio de 2002 no fueron ni Francia ni la Unión Europea, a la que ahora invoca implorando ayuda, quienes declararon su apoyo inequívoco a la integridad territoria­l de España ante la agresión de Marruecos. Fue Argelia. Un país cuyos responsabl­es políticos saben distinguir entre retórica y hechos.

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