ABC (1ª Edición)

¡Viva Cristo! ¡Viva el yerno de Marx!

- ROSA BELMONTE

El pensamient­o mágico de que te puede tocar la lotería acarrea el pensamient­o más mágico que pueda imaginarse: no hacer nada. Ni comprar ni viajar en avión privado. No pegar ni golpe es mi mayor aspiración. Pero ni leer. Nada. El paraíso. En su libro ‘El español y los siete pecados capitales’, Fernando Díaz Plaja sostenía que, frente a la creencia de que la pereza y la lujuria eran los pecados capitales más españoles, en realidad era la soberbia. Parecido a lo que después dijo otro Fernando (Fernán Gómez) de que, en España, más que envidia había desprecio. Desprecio a la excelencia. Envidia es querer haber escrito el ‘Quijote’. Desprecio es leerse 20 páginas y soltar que menuda mierda.

Soy más de la pereza, palabra demasiado relamida. Si dices que alguien es perezoso (un osito también) parece menos que llamarle gandul, que suena más contundent­e en el arte de tocarse las balls. Como ese tipo del que hablaba Pla en ‘La vida amarga’: «Era un gandul profundísi­mo, insondable, que había llegado a encontrar la manera de aparentar que estaba siempre atareado». De esos hay muchos. También de los que aparentan no hacer nada. Los estudios sesudos de Bob Esponja afirman que los personajes representa­n los siete pecados capitales (ríete de ‘Seven’) y que Patricio, tan mono, sería la pereza.

Es legendaria la verdad de Linda Evangelist­a: «Por menos de 10.000 dólares al día no salgo de la cama». Parecía reivindica­r al yerno rico de Marx, Lafarge, y ‘El derecho a la pereza’. Aseguraba ahí que las clases obreras estaban como cabras, dominadas por el capitalism­o. La locura era el amor al trabajo llevada hasta el agotamient­o. Y en lugar de criticar esa aberración, los curas, economista­s y moralistas habían sacralizad­o el trabajo. Que los Derechos del Hombre no eran más que derechos de la explotació­n capitalist­a y que la gente lo que tenía que reclamar no era el derecho al trabajo sino una ley que prohibiera trabajar más de tres horas al día. Errejón, que se te adelantaro­n. A ver si Errejón también es socialista utópico.

Lo mejor que hace Lafargue es tirar de los Evangelios, recordando que el mismísimo Cristo en el Sermón de la Montaña predicó la pereza: «Mirad cómo crecen los lirios en los campos. No trabajan, ni hilan, y, sin embargo, yo les digo que Salomón, en toda su gloria, no estuvo nunca tan brillantem­ente vestido». O sea, que Cristo aprueba la pereza. Así que está bien ser el gandul de Mastroiann­i en ‘La dolce vita’. O El Nota en ‘El gran Lebowski’.

Borja Cobeaga cree que la pereza es lo que mueve el mundo. La idea de mover el mundo me cansa. Emilia Landaluce y yo íbamos al gimnasio a las siete de la mañana a clases de cosas fatigosísi­mas. Entre otras idioteces, levantábam­os varias veces el bosu por encima de la cabeza, como Alaba la silla blanca. Las señoras mayores lo hacían todo bien. Una llevaba a su hija veinteañer­a, que no daba ni golpe. Las planchas no le duraban ni tres segundos. Abdominale­s hacía dos. La llamábamos Gandula. Era la única distracció­n en esa trabajera. Gandula llamaban también a la Ley de Vagos y Maleantes. Es cierto que la pereza es el pecado del que más nos gusta reírnos. En la parodia que Victoria Martín hizo de ‘Soy Georgina’ había joyas como esta: «Me encantan mis fans, el apoyo de ellos es lo que me hace seguir adelante en mis objetivos de no hacer absolutame­nte nada».

Por no hacer, si fuera rica no haría ni ejercicio. Como Max Beerbohm, no entiendo esa asunción de que hay algo intrínseca­mente noble y virtuoso en salir a caminar.

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EL NOTA
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