Tamara Falcó se convierte en teleserie
Lunes
Escribía Umbral que el académico es un señor que se convierte en sillón. Hoy añadimos que la famosa es una mujer que se convierte en teleserie. He ahí la gran consagración, el autoculebrón. La última,
Tamara Falcó. A mí me tiene dicho Isabel Preysler que Tamara pudiera ser su sucesora, pero a mí es que me cuesta creerlo. Habrá que acudir a la serie, a ver. Lo que sí tiene Tamara es que es Tamara. Me ha pasado siempre con ella lo mismo que con
Francisco Rivera, ex Paquirrín, y perdónenme ustedes la comparación, porque Tamara está entre mona y monísima: la noticia es que hablan. Lo que digan ya importa menos, eso es verdad. Entre otras cosas, porque lo que dicen no se acaba de entender del todo, siempre entre el gruñido o el gemido y el un latiguillo de boquita pintada o corazoncito loco, tipo «o sea, tía, o sea». Me gusta ver cómo habla Tamara, porque así compruebo que no es extranjera, aunque tampoco hable español en rigor, porque lo suyo viene a ser un cruce de bobada, chicle sin azúcar y palabrita de farde en francés, o inglés. Hubo un tiempo, ya casi remoto, en que daba alguna entrevista, donde contaba de su familia y de sus proyectos profesionales, que pasaban por diseñar trapos. O sea, que gustaba del corte y confección en general, zona cara artesanía. Estas finas chicas de portada van mucho al barrio de Salamanca, o a las orillas del Sena, a por harapos de oro, y acaban de modistillas pijas que ponen más la estampa que el trabajo. A mí me gusta mucho Tamara, y no sé si la serie biográfica incluirá una frase inolvidable, que un día nos dejó, por error alegre, que es como resultan memorables estas intelectuales orgánicas. Le preguntaban a la chavala el título del último libro que ha leído y respondió con la risa de espot puesta: «No me acuerdo, porque el libro aún no lo he abierto». Ahí sí la entendimos. Porque estas cosas no se escuchan todos los días. Ni se escuchan ni se olvidan. Deseando estoy de verle la elocuencia en su teleserie.
Martes
Va a tener que asomarse a un juzgado Ricky Martin, después de que un sobrino le haya denunciado por violencia doméstica y acoso. El cantante no ha dicho nada, de momento. En estos casos, si hablas, malo. Y si no hablas, malo también.
Miércoles
No necesariamente salimos a biquini por día, en las novedades de Instagram. A veces, brota un apolo, como Jesús Vázquez. Jesús tiene ya cincuenta y cinco palos, pero se quita la camiseta y da una primicia. Pudiera anunciar lo benéfico de un gimnasio. Quedan lejos aquellos albores profesionales, cuando fue pareja de
Penélope Cruz, en el programa ‘La quinta marcha’. Lejos, pero ahí están. Luego ha hecho muchas cosas de tele, pero nunca da un ruido. A su éxito sostenido yo creo que contribuye que Jesús no es cualquier tontiloco de los que se lo montan en los platós. Todo lo contrario. Yo diría que es Jesús lo que parece: un trabajador sin tontuna, un sentimental de sinceridades, y un famoso nada folclórico. Tiene ya más de medio siglo, mirando el deneí. Y en esa edad también es él lo que parece: un guapo de consenso. En la cosa sentimental es un famoso de los que no desvaría, y tiene pareja, Roberto, desde hace dos décadas, o más, sin aspavientos, y también sin ocultamientos. A él yo creo que ese prestigio del guapo sin réplica ya le va dando un poco igual, porque en algún momento dijo, muy atinadamente: «Me estoy despidiendo de que mi cuerpo sea mi principal tarjeta de presentación». Sí, pero el cuerpo sigue ahí, un cuerpo de titán que sale de chaqueta bien cortada, en la tele. Y en Instagram.
Jueves
Tanto repetir que
Julio Iglesias está enfermo, y algún día se acertará. Para llegar a enfermo sólo tienes que tener un buen médico.
Viernes
Auno, cronista de hermosas, cuando toca, le gusta Alba
Carrillo, porque a menudo responde antes de que le pregunten, y porque da fina y dorada en los selfis de cuerpo entero. El último se lo ha hecho en su pueblo, en Gredos, y ella misma ha puesto luego un pie de foto, desde el plató donde se desempeña: «la vestimenta es nude». De Alba, si nos fijamos, no hay nunca demasiado que decir, salvo que ella siempre tiene que decirnos mucho. Alba siempre tiene algo que contar, porque es una muchacha inquieta, y además suele tener un novio pendiente, porque parece que con los novios propiamente dichos, y en curso, la cosa se remata con fracaso. Es, de algún modo, soltera de muchos hombres. Ya ha cubierto un carrerón de televisiva que expone sin complejos su estado civil, unas veces con disgusto de divorciada, otras con euforia de soltería. Es la novia de sus circunstancias, una tertuliana de sí misma. Y a veces, hasta aporta foto nude.