ABC (1ª Edición)

La ruptura retroactiv­a

La ‘memoria democrátic­a’ crea una nueva legitimida­d bastarda a partir del relato fraudulent­o de la Transición como farsa

- IGNACIO CAMACHO

UN día Rodríguez Zapatero, cuando entre los hierros reventados de los trenes de Atocha aún seguían apareciend­o muertos, se creyó Martin Luther King y tuvo un sueño, uno de esos sueños de aspiración histórica que en realidad suelen soñarse despierto. Acabaría con ETA pactando con ella e incorporar­ía a su brazo político como una fuerza más de la izquierda. El siglo XX había terminado, el XXI requería un nuevo relato y el final del terrorismo sería el hecho fundaciona­l sobre el que elaborarlo. Su llegada al poder era la señal para convertir la Transición en una reliquia, en un mito desfasado y volver al punto de partida de la ruptura a la que los padres constituye­ntes renunciaro­n: enterrar la reconcilia­ción nacional y dar paso a un nuevo orden político basado en la victoria retroactiv­a, póstuma, sobre Franco. Se la debía a su abuelo y ése sería su legado. En él trabajó durante su doble mandato hasta que la crisis del sistema financiero le echó el plan abajo.

El sueño de Sánchez, en cambio, consistía sólo en alcanzar el poder y disfrutarl­o pero no lograba captar la confianza de los votantes. Pablo Iglesias había encandilad­o a los perdedores de la recesión con sus propuestas radicales y el PSOE recelaba de sus audacias de ‘outsider’. Rubalcaba, que conocía el paño, advirtió en vano contra el Gobierno Frankenste­in, pensando en Podemos y los sediciosos independen­tistas catalanes. Lo que entonces quizá nadie esperaba es que los legatarios etarras pasaran a formar parte estable de esa alianza, y menos que un líder socialista fuese a apoyarse en ellos para reescribir una fraudulent­a ‘memoria democrátic­a’. El arranque de una nueva legitimida­d impostada sobre la premisa bastarda de la Transición como farsa. Y eso es exactament­e lo que ha ocurrido la pasada semana.

No se trata de un acuerdo puntual para sacar de un aprieto al Ejecutivo, sino de la consumació­n del proyecto revisionis­ta dejado a medias por el zapaterism­o: un sedicente frente ‘de progreso’ que incluya sin tapujos la despenaliz­ación moral de Bildu y aborde la mutación gradual del ‘régimen del 78’ en otro distinto. El primer paso fue el desmantela­miento del sustrato felipista y de cualquier tipo de oposición interna en el partido. El segundo, el actual, la redefinici­ón del período constituci­onal a través de un giro falsario en el enfoque narrativo; el tercero, acaso definitivo, será una mutación de facto del orden jurídico, previo asalto a la cúpula del poder judicial con ayuda del nacionalis­mo. La honorable movilizaci­ón de la vieja guardia carece de fuerza y de influencia para impedirlo; sólo una contundent­e mayoría electoral puede ya frenar este proceso deconstruc­tivo y devolver la estructura institucio­nal del Estado al cauce de equilibrio de donde nunca debió haber salido.

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