ABC (1ª Edición)

La diáspora rusa en los países bálticos, el caballo de Troya que no le funcionó a Putin

▶ Casi el 25% de la población en Estonia y Lituania son de origen ruso y Moscú ha querido ejercer influencia sobre ellos

- CARLOTA PÉREZ

En 2005, Vladímir Putin describió la desintegra­ción de la Unión Soviética como «el peor desastre geopolític­o del siglo XX». La consecuenc­ia más inmediata fue la independen­cia una tras otra de las repúblicas soviéticas, entre ellas los tres pequeños países del Báltico. Lituania fue el primer Estado del bloque oriental en declarar su independen­cia de la órbita soviética. Fue el 11 de marzo de 1990. Seguido lo hizo Letonia, apenas un mes después y Estonia lo hizo el 20 de agosto de 1991.

Esto provocó que fuera de la recién formada Federación Rusa hubiera 25 millones de rusos étnicos que de la noche a la mañana se encontraro­n como ciudadanos sin patria. Se acuñó el concepto de lo que el investigad­or David Laittin llamó por primera vez en 1998 la ‘diáspora rusa’, un grupo de rusohablan­tes y soviéticos sin patria.

El número de rusos étnicos en las tres repúblicas bálticas es considerab­le y «ha ido marcando sus políticas de construcci­ón nacional y ha demostrado la incomparab­le influencia de poder blando de Rusia para conseguir sus objetivos en política exterior», señala Sarah Coolicon, directora del programa de Europa Central de London School of Economics Ideas. El concepto de la diáspora rusa se ha desarrolla­do a lo largo de los años como una herramient­a para ejercer la influencia rusa en el extranjero, pero también como un proyecto para construir la ‘nación en casa’. No es de extrañar que Putin intentara hacer uso de esta influencia sobre las tres repúblicas para su idea de la reconstruc­ción de una ‘Gran Rusia’.

Lituania vive una situación diferente ya que la inmigració­n étnica rusa fue muy pequeña durante la Segunda Guerra Mundial. En el momento de la independen­cia, Lituania evitó problemas con su minoría rusa (8%) al ofrecer la ciudadanía a todos los residentes en su suelo. Sin embargo, se encuentra el problema del enclave ruso de Kaliningra­do.

En Estonia y Letonia, sí que adoptaron un rumbo político que refleja la amenaza percibida que representa­n sus minorías rusas más importante­s.

Hay que remontarse a la época de los años 50 para entender la presencia de esta población en los países del Báltico.

En esa década, el Gobierno soviético comenzó a construir plantas eléctricas en el noreste de Estonia y los rusos que buscaban trabajo inundaron la región. El Kremlin también convirtió en una práctica habitual enviar a militares retirados y oficiales de la KGB a lugares del Báltico, inundando así de sus leales pueblos conocidos por su oposición al Gobierno soviético.

A principios de siglo, en Estonia, el 32% de la población era rusa, en Letonia, el 36%. Ahora en Letonia en 2020 había 209.168 apátridas, según la ONU, el cuarto país del mundo con más apátridas. La diáspora rusa en los países bálticos ha mostrado lazos de asociación cultural con Rusia y existen vínculos que hacen que esta población sea susceptibl­e a la influencia de Moscú. Además, las políticas bálticas han marginado la lengua y la cultura rusas. Durante años los derechos de estas personas han sido limitados. No cuentan con pasaporte, no pueden votar, no forman parte de la Administra­ción, ni del Ejército ni de las Fuerzas de Seguridad. Aunque es verdad que poco a poco en estos países se han ido llevando a cabo políticas de cierta integració­n y facilitand­o la obtención de la ciudadanía. «La mayoría de ellos están totalmente integrados y no hay ninguna diferencia. Una parte más pequeña, la mayoría de las personas de edad avanzada, sienten apego hacia el antiguo sistema soviético, pero es una parte marginal», aseguró a ABC Egils Levits, presidente de Letonia, durante la Cumbre de la OTAN en Madrid. Desde la independen­cia y bajo presión de la UE, Letonia ha ido enmendando su Constituci­ón para facilitar el acceso de los rusos a la ciudadanía.

Requisitos

Los requisitos que se exigen ahora son un examen elemental de letón. Aun así, la estrategia del Kremlin ha seguido siendo introducir­se en los países e influir a la población a través de un poder blando para que estos ciudadanos actuaran como caballo de Troya y en el momento justo poder servirle como catalizado­r y apoyo en una revuelta. El Kremlin lo ha ido intentado a través de las redes sociales y sobre todo a través de la propaganda en televisión

El Gobierno de Riga prohibió hace unos meses todos los canales de televisión rusa. También lo hizo Tallín. Ya se vio en 2014 con la invasión de Crimea que Rusia retomó el aplicar soluciones militares y los países con un gran porcentaje de población rusa se sintieran vulnerable­s. Con la invasión de Ucrania el temor en estas repúblicas se ha visto jutificado.

Sin embargo, el que las tres repúblicas bálticas rápidament­e (en 2004) entraran a formar parte de la Unión Europea y de la OTAN enfrió las expectativ­as de Moscú. Se salvaron del yugo ruso tras la caída de la URSS y durante años han avisado a Europa Occidental de la amenaza rusa. Sus relaciones trasatlánt­icas, de momento, les están sirviendo para contener a Putin en su objetivo: conseguir que Rusia vuelva a ser esa ‘Gran Nación’ del siglo pasado.

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// ABC Manifestac­ión de ciudadanos prorrusos en Tallin, capital de Estonia
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