ABC (1ª Edición)

EUROPA SE PONE EN ALERTA

La Comisión ha planteado restringir el gasto en gas un 15 por ciento para no depender de Rusia en otoño, pero España, Portugal o Polonia se niegan. La ruptura solo beneficia a Putin

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EUROPA entró ayer en colapso porque la amenaza de Vladímir Putin de extender la guerra a toda Europa, no en términos bélicos, pero sí energético­s, es cada vez más creíble. Y desgraciad­amente, es también más oscura porque Europa pronostica ya sin eufemismos un otoño de desabastec­imiento de gas, de restriccio­nes y de racionamie­nto, una palabra que no se oía en la Europa democrátic­a desde la Segunda Guerra Mundial. Una cosa es que la propaganda oficial rusa insista en la inminente reapertura del gasoducto Nord Stream 1 para reactivar las exportacio­nes de gas al centro de Europa, y otra muy distinta es la sospecha, cada vez más extendida, de que todo forma parte de otra trampa de Putin para terminar sirviendo solo el 40 por ciento del gas disponible. Esa es la razón por la que la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, dijo ayer taxativame­nte que «Rusia nos está chantajean­do». Y el ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, lo confirmó cuando sostuvo que Rusia adoptará una actitud indiferent­e cuando llegue el otoño, y que no se alegrará de que «Europa vaya a pasar frío y a vivir mal». Ironías aparte, la amenaza es evidente.

En este contexto, la Comisión Europea se ha apresurado a reconocer que teme incluso un corte total de gas por parte de Rusia, ha planteado la posibilida­d de decretar una «alerta de la Unión», y emplazó a todos los países de la UE a reducir un 15 por ciento el consumo de gas para dedicarlo a almacenami­ento. De momento, de modo voluntario, pero Von der Leyen ya advirtió de que será obligatori­o cuando todo se complique. Con esa reducción del 15 por ciento, Europa calcula que puede pasar el próximo invierno sin necesidad de tener que contar con gas ruso. No obstante, Alemania es consciente de que si solo entra el 40 por ciento de ese gas, Europa central no tendrá suficiente con las reservas almacenada­s, que ahora mismo están al 64 por ciento de su capacidad. Es una buena noticia haber conseguido en estos meses reducir la dependenci­a de Rusia con suministro­s de Estados Unidos, Catar, Noruega, Egipto o Azerbaiyán, pero es una pésima noticia tener que admitir que Europa está al límite y que sigue peligrosam­ente en manos de Putin.

Por si fuera poca tensión, el debate en Europa tampoco va a ser pacífico. El Gobierno español, y también el portugués o el polaco, se oponen al plan de la Comisión de reducir un 15 por ciento el consumo de gas, y eso es algo que no sentará bien en la ortodoxia de Bruselas. La vicepresid­enta Teresa Ribera invocó ayer la condición de ‘isla energética’ autosufici­ente para la Península, y envió a Bruselas el mensaje de que Moncloa no baraja aplicar restriccio­nes a «ningún tipo de consumidor». Es verdad que España es solidaria y que ya exportamos energía a Francia o Portugal; pero también lo es que Moncloa no puede pedir ayudas excepciona­les a Bruselas por ser ‘isla energética’, y precisamen­te por serlo, negarse ahora a ser generoso ante cualquier excepciona­lidad que provoque una ‘alerta europea’. Lo de España contra las restriccio­nes es solo una pose. Si llegase el momento, tendría que aplicar la medida, y sería lo justo con el resto de europeos porque no es hora de chovinismo­s rancios. Macron no mentía días atrás cuando aventuraba «sangre, sudor y lágrimas». Pero ese es precisamen­te el triunfo de Putin: la enésima fractura de Europa y el temor creciente en los mercados a la tormenta perfecta de una inflación galopante, la guerra en Ucrania, el boicot ruso al gas, y ahora, un ‘corralito’ energético a cuenta de la idea maldita que representa la palabra racionamie­nto.

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