Matorral de sobra
La foto del fuego, pues, depende del gran angular y del encuadre. Apuntar sólo al mantra del cambio climático es lo fácil
LOS rebeldes e inconformistas de hoy huyen del cambio climático como explicación casi divina a todo. Los busco a cuenta de los incendios. Gente seria, no como esos payasos intimidantes de Extinction Rebellion que, en Londres, han roto cristaleras de algún periódico de Murdoch porque no gustan del enfoque informativo sobre la ola de calor. Así que doy con un amigo biólogo, que sabe de bosques y de los árboles que no nos dejan verlo y le pregunto por los fuegos: todo suele ser más complicado de cerca, la realidad quema neuronas sin entrenamiento para pensar más allá de la pancarta. Me sorprende, de entrada, que pronuncie una frase contundente sobre el negocio de apagarlos. Hace historia y me lleva a los años 80, cuando los biólogos arrinconaron a los ingenieros de montes, el Icona se empezó a desintegrar, cuando, en definitiva, se hizo naturaleza teórica en los despachos y se olvidaron de los hombres que la domaban y la cuidaban en el campo. De los que vivían de ella, los primeros interesados, obvio, en conservarla. Se pasó de los fuegos prescritos –a algunos incluso les sorprenderá que se debe quemar matojos de manera controlada– a los proscritos.
Cerca de casa, por un descampado casi urbano, hace años había un cabrero que guardaba al rebaño en una casa señorial abandonada, con permiso de la dueña. Le pregunté si vendía la leche y me dijo que imposible, demasiados papeles. Cabras sigue habiendo, claro está, a ver de dónde sacan leche para tanta tarta de queso payoyo, pero aquellas que le daban al matorral con la misma meticulosidad con la que algunas dueñas de tiendas friegan su trozo de acera desaparecieron. Y el descampado luce cabellera densa de matojos. De ese matorral que enamoró a los biólogos de los 80, con su visión de que la naturaleza no se toca. Y no sé yo si seguiríamos en la cueva con esa filosofía. A veces me pregunto si no es donde quieren que volvamos, total, son grandes refugios climáticos.
Los políticos con caras compungidas y paquetes de medidas en los incendios tienen mejores fotos que si se pusieran a redactar planes de manejo de los montes que quizás vieran resultados en una década, un tiempo que no cabe en encuestas electorales. Los helicópteros y los bomberos nos dan muchos reportajes épicos y alguna trastienda oscura de titulares de hace unos años y no sabemos en qué acabó. ¿Recuerdan aquello del cártel de fuego y amaños de contratos para los medios aéreos?
La foto del fuego, pues, depende del gran angular y del encuadre. Apuntar sólo al mantra del cambio climático es lo fácil. Podemos obviar que España es el segundo país en superficie forestal de Europa, sólo por detrás de Suecia. Incluso podemos decidir no hablar con la gente del campo, los primeros interesados en conservarlo. Seguiremos así dando alas al alarmismo para convencernos de que cambiando el viejo coche diésel por uno eléctrico, haciendo los deberes de una transición ecológica de despacho, los montes dejarán de arder. Pero no, porque justo de ese combustible, de matorral, andamos sobrados.