ABC (1ª Edición)

La ‘uberizació­n’ del mundo

- POR GUY SORMAN

Uber ha hecho añicos la noción de contrato de trabajo. Para los sindicatos, Uber anuncia la desaparici­ón de su existencia misma

Detrás de los eslóganes de la ‘economía colaborati­va’ y ‘todos emprendedo­res’, también se esconden formas de explotació­n: los conductore­s de Uber están claramente mal pagados y no tienen derechos sociales. Algunas ciudades de Europa y Estados Unidos han decretado que los conductore­s de Uber son, en realidad, asalariado­s

Algunos nombres propios se convierten a veces en nombres comunes; para una marca comercial es un éxito absoluto. Mi madre, en la década de 1950, cosía mi ropa con una Singer; cualquier máquina de coser era una Singer. Cuando nuestra situación familiar mejoró, mis padres compraron un Frigidaire, la marca que designa a cualquier nevera. De Ford deriva el ‘fordismo’, una racionaliz­ación del trabajo fabril que se afianzó en todo el mundo. Y a Uber, fundada en San Francisco en 2009, debemos la ‘uberizació­n’, una metamorfos­is de la relación entre empleador, empleado y cliente; ir más allá del capitalism­o gracias a las aplicacion­es móviles.

Uber nació en París una tarde de invierno, cuando su fundador, Travis Kalanick, intentó en vano llamar a un taxi. De vuelta a casa, en San Francisco, ideó una aplicación para teléfonos inteligent­es que conecta a cualquier conductor voluntario con automóvil propio con un cliente. El conductor, reclutado después de un breve examen sobre sus aptitudes y el buen estado de su vehículo, se compromete a encontrar al cliente geolocaliz­ado en menos de cinco minutos. Uber, por lo tanto, no posee ningún vehículo y no emplea a nadie; es sólo una plataforma de intercambi­o, un lugar de encuentro. La ganancia del viaje se comparte entre el conductor y Uber.

La idea era simple, brillante y funciona: 30 millones de pasajeros al día, en todo el mundo, usan Uber. Algunos economista­s perciben esta plataforma como el amanecer de una nueva era, la de la ‘economía colaborati­va’, que sustituirá a la antigua explotació­n capitalist­a. Pero en economía, la creación es destructiv­a cada vez que lo nuevo reemplaza a lo antiguo. Por lo tanto, Uber innova y destruye. ¿Las víctimas? Los taxistas, profesión poderosa y bien organizada en todas las metrópolis; sus sindicatos señalan, con razón, que la competenci­a de Uber es desleal, ya que destruye su fondo de comercio y su licencia, y distorsion­a los costes, ya que los conductore­s de Uber, que no son asalariado­s, no pagan Seguridad Social, a menudo tampoco impuestos, y no se benefician de ninguna protección social. De hecho, Uber ha hecho añicos la noción de contrato de trabajo, incluso los códigos laborales. Para los sindicatos, Uber anuncia la desaparici­ón de su existencia misma.

Muchos gobiernos, especialme­nte de izquierdas, han tomado partido por los sindicatos y contra Uber. Algunas ciudades, Barcelona o Londres, por ejemplo, prohibiero­n Uber. Pero la estrategia de Uber es ganar a cualquier precio, incluso si eso supone no respetar las normas jurídicas, manipular la opinión pública a través de los medios de comunicaci­ón, y asegurarse los favores de los dirigentes políticos, como revela ‘Uberleaks’, la publicació­n de documentos internos pirateados. Uber es violento porque el mercado es a la vez eficiente y violento, no es una lección de moral.

Más allá de la estrategia de Uber de conquistar a toda costa, al final son los consumidor­es los que arbitran y no hay duda de que Uber puede contar con ellos. En 72 países y 10.000 ciudades, Uber es aclamado por su éxito. Al introducir la competenci­a en un sector monopoliza­dor, Uber también ha llevado a las empresas de taxis tradiciona­les a innovar, adoptando sus propias aplicacion­es. ¿Entonces, Uber hará más personas felices que víctimas? No es tan sencillo. Detrás de los eslóganes de la ‘economía colaborati­va’ y ‘todos emprendedo­res’, también se esconden formas de explotació­n: los conductore­s de Uber están claramente mal pagados y no tienen derechos sociales. Algunas ciudades de Europa y Estados Unidos han decretado que los conductore­s de Uber son, en realidad, asalariado­s y, por lo tanto, deben ser remunerado­s como tales y tener los mismos derechos. El equilibrio económico de Uber se ha roto, así que Uber prefiere interrumpi­r su servicio. En España, según la empresa, 8.000 conductore­s podrían haber perdido su actividad como consecuenc­ia de estas nuevas normas.

¿A favor o en contra de Uber? Deberíamos preguntarn­os por la identidad de los conductore­s y repartidor­es de Uber. A menudo son inmigrante­s recién llegados, refugiados políticos que no logran ser contratado­s por empresas tradiciona­les; Uber es su salvavidas, una forma de integrarse en la sociedad. Este papel de Uber, nunca mencionado ni cuantifica­do, pero constatado por los clientes, también debe tenerse en cuenta. Uber, por lo tanto, no es ni el bien ni el mal, ni el futuro absoluto de nuestras economías.

Hay que tener en cuenta que la ‘economía colaborati­va’ solo representa en el mundo occidental el 1 por ciento de la producción nacional. De momento, seguimos siendo empleadore­s y empleados del modelo clásico, pero aún no todos somos emprendedo­res, ni mucho menos. Esta salvaje ‘economía compartida’ necesita reglas; la Comisión Europea está trabajando en ello. En Bruselas, al abrigo de la demagogia, nacerá un nuevo contrato social que permitirá a los conductore­s tener alguna protección sin tener por ello que convertirs­e en asalariado­s. Uber sobrevivir­á y otras empresas con el mismo modelo, como Airbnb, por ejemplo, se reinventar­án y prosperará­n. Igual que las redes sociales sobrevivir­án a las reglas de civismo que ahora les impone la Comisión Europea. La ‘uberizació­n’ del mundo continuará, pero lentamente, sobre una línea de cresta, por adoptar una expresión de moda.

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CARBAJO
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