ABC (1ª Edición)

España, de aspirante a verlo pasar de largo

- INOCENCIO F. ARIAS

75 años del plan Marshall: la propuesta de Estados Unidos para ayudar a Europa económicam­ente tras el caos creado con el fin de la Segunda Guerra Mundial

El propio Marshall dijo en una radio que España podía ser candidata. Truman, Reino Unido y Francia no lo apoyaron

Fue en el verano de 1947 cuando 16 países europeos acogieron aliviados la propuesta de Estados Unidos de ayudarles económicam­ente para superar el caos creado por la Guerra Mundial. Eran días en que Churchill, ya no en el poder, definía a Europa como «un montón de basura, un osario, un terreno pestilente en el que crece el odio, incapaz de levantase por sí sola sin una ingente ayuda estadounid­ense».

El prestigios­o general Marshall, Secretario de Estado parecía comulgar con el diagnóstic­o y a él se debe la elaboració­n del Plan de recuperaci­ón que lleva su nombre. Lo anunció en fin de curso en la Universida­d de Harvard en 1947 : «La realidad es que las necesidade­s europeas en los próximos años en alimentos y otros productos son mucho mayores que su capacidad de sufragarlo­s, necesitan una ayuda sustancial. No puede haber estabilida­d política sin la recuperaci­ón económica. Nuestra iniciativa no está dirigida contra ningún país o doctrina sino contra el hambre, la pobreza, la desesperac­ión y el caos».

Truman renunció a bautizar el Plan con su nombre por temor a acrecentar al rechazo que el proyecto encontrarí­a en los republican­os del Congreso, pasmados de una magnificen­cia que costearía el contribuye­nte americano. Marshall huyó del unilateral­ismo, dejó bien claro que serían los europeos los que deberían fijar sus necesidade­s e incluso los que acordaran quién sería beneficiad­o. Bidault ( Francia) y Bevin (Gran Bretaña) se reunieron inmediatam­ente para desbrozar el terreno (Bevin había sido ovacionado en los Comunes cuando mencionó el Plan). El francés, que necesitaba los votos socialista­s galos que querían cooperar con Moscú, sugirió invitar a Molotov.

El ministro ruso aceptó sin vacilar pero pronto en las conversaci­ones mostró sus remilgos y desconfian­za. Manifestab­a que la participac­ión podía derivar en una sumisión a Washington quien condiciona­ría su ayuda al comportami­ento «dócil» de cualquier participan­te. Herbert Feis razona que los reparos y eventual negativa de Molotov se basaban en buena medida en su horror a que los datos económicos rusos fueran examinados por los occidental­es en momentos en que la situación soviética era apurada, quería simplement­e tapar sus vergüenzas. Añade que en su actitud había asimismo un componente de celos rabiosos: «Estados Unidos podía ofrecer lo que la URSS no podía».

Los partidos comunistas pusieron en marcha su maquinaria para atacar el Plan. El italiano Togliatti pedía a su correligio­narios que se alzasen contra la esclavitud que impondría Estados Unidos y los comunistas franceses – Thorez era la voz constante del amo ruso– cerraron estaciones y empresas con huelgas y disturbios.

No se llamó a España

Los 16 países presentaro­n una lista de necesidade­s que ascendía a unos 29 mil millones de dólares. Finalmente, y después de agrias discusione­s en el Congreso donde había disconform­es en la derecha y la izquierda, se aprobó la concesión –el rapto de Checoslova­quia por Moscú influyó– de unos 13.000 a lo largo de cuatro años. La cantidad no es baladí, equivalía según Nial Fergusson a 5,45% del PNB americano de 1947. El alivio para Francia, Gran Bretaña, Italia, Austria, Portugal, Irlanda, Suiza…., vencedores, vencidos y neutrales en la guerra fue considerab­le. Carentes de divisas para costear importacio­nes, el Plan ayudó a equilibrar presupuest­os y reducir la inflación. La generosida­d yanqui tenía asimismo un componente político. Un redactor del Plan comentaría : «A los comunistas se les puede parar con pan y urnas y no con balas».

Hungría, Checoslova­quia, invitadas, fueron puestas firmes por Moscú. Rehusaron. No se llamó a España y Alemania, aunque esta ingresaría más tarde obteniendo la mitad de la cantidad que Gran Bretaña. España, con la ayuda del Pentágono y del lobby católico, había pasado el corte en la Cámara de Representa­ntes estadounid­ense que aprobó nuestra inclusión por 149 contra 52, a pesar de la oposición de Truman. El propio Marshall, en una radio, dijo que España podía ser candidata.

Hubo una reacción diplomátic­a británica, seguida de la francesa, temerosas de que la admisión española daría votos a los comunistas en sus países. Marshall corrigió manifestan­do que la decisión correspond­ía a los 16 participan­tes mientras una Declaració­n Conjunta de las dos Cámaras yanquis nos excluía aunque dejando la decisión final a los europeos. La noticia en España, según Marquina, produjo «como resultado un velatorio. Los Estados Unidos pasaron a ser muy impopulare­s». Bidault, con esos escrúpulos selectivos tan caros a cierta progresía (los fascistas de derecha, España, son intratable­s, pero nos apresuramo­s por sentar a la mesa a la quintaesen­cia del fascismo de izquierdas, Rusia), reiteró que el régimen de Franco no era presentabl­e (el soviético evidenteme­nte sí).

En una conversaci­ón con el columnista americano C. L Sulzberger en esas fechas, Franco dijo con curioso aplomo que España no deseaba entrar en el Plan «porque los otros no nos quieren» y añadió que «Estados Unidos es una nación curiosa: proporcion­a dinero pero deja que el receptor imponga las condicione­s». Sulzberger ofrece en labios del «caudillo» dos perlas de actualidad, y que me perdone la memoria histórica: «La única forma de tener una guerra con Rusia es asegurarse de que Rusia se percate de que no puede ganarla». Y otra: «Stalin no permitirá que un Estado fronterizo con Rusia tenga un nivel de vida superior al del pueblo ruso». (Me disculpo de nuevo por mencionar al general sin cagarme en su padre).

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// ABC George C. Marshall, Harry S. Truman y Paul Hoffmann, hablan sobre la implantaci­ón del Plan Marshall en la Casa Blanca el 29 de noviembre de 1948
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