El juego del calamar
Hay tanta incoherencia en la acción del Gobierno que no puede ser casualidad y debe ser una estrategia meditada
La única estrategia detectable en el Gobierno de Sánchez es la del calamar y su tinta: mostrar tanta incoherencia que la opinión pública termine por no racionalizar nada y solo se quede con sabores y olores, mientras él huye hacia adelante, buscando el fin de la legislatura. Prácticamente no hay episodios en el oficialismo que resistan hoy un análisis crítico. Se convoca un Comité Federal del partido en el poder para neutralizar el portazo de la vicesecretaria y en vez de hacerlo con los atributos democráticos que se presuponen a un órgano de este tipo, la cosa acaba en una sauna búlgara. Sánchez centra su discurso ante sus acólitos en «la emergencia climática» (probablemente más interesado en la emergencia que en el clima) mientras por otro lado subsidia los combustibles fósiles con la excusa de combatir la inflación.
En el debate sobre el estado de la nación, el presidente proclama que la solidaridad debe ser el vector para afrontar la dependencia europea de la energía extranjera, pero lo primero que hace su Gobierno es imitar a Mark Rutte y decir que España ha hecho los deberes y no aceptará la iniciativa europea. Bajo esa respuesta tribal de la vicepresidenta Ribera ya está floreciendo el mensaje demagógico de que Bruselas le va a quitar el gas en invierno a los jubilados españoles para que la industria alemana tenga energía barata.
Se elige a la banca para darle una lección ejemplar a los supuestos ‘robber barons’ (barones ladrones) del capitalismo español que fuman puros y conspiran contra Sánchez, y se envía a la reunión a la vicepresidenta que menos cree en el impuesto y que se pasa toda la reunión echando balones fuera porque no hay nadie de Hacienda que explique cuál va a ser el objeto del nuevo tributo. Con la subida de tipos de interés –argumentan desde La Moncloa– los bancos mejorarán su cuenta de resultados, pero no será por mérito suyo, sino fruto del entorno. Los fabricantes de sombrillas, de aires acondicionados y productores de sandías y helados deberían estar alerta ante la posibilidad de que se establezca un impuesto a los beneficios extraordinarios que va a producirles la ola de calor. Ya se sabe, no es por mérito suyo, sino del entorno.
Detrás de la tinta del calamar, el Ejecutivo sigue dañando la democracia formal. Ayer se supo que Sánchez ha escondido la ampliación del impuesto a los gases fluorados en una modificación de la ley de Transparencia, de la misma forma que ocultó la reforma a fondo del Instituto Nacional de Estadística (INE) en la Ley General de Comunicación Audiovisual. Por no hablar de la costumbre de recurrir, sin auténtica urgencia, al real decreto ley para usurpar la potestad legislativa de las Cortes y otras añagazas como aceptar la convalidación de un real decreto ley como proyecto de ley y meterlo en un cajón de una comisión para que, como las facturas de los ayuntamientos, no figure en el pasivo del Gobierno. Esto no puede ser casual.