Los testimonios de trata que niegan a Sánchez su propósito
El combate contra la prostitución lo es contra el negocio del proxenetismo, que mueve miles de millones de euros en manos de peligrosas mafias tratantes.
En el debate sobre la prostitución domina el enfrentamiento entre abolicionismo y regulacionismo, o lo que es lo mismo, partidarios de abolirla o regularla. Pero resulta que no es tan simple como un rifirrafe verbal en el Congreso de los Diputados o un pulso entre facciones de un Gobierno de coalición.
La pasada primavera, tensionados, los diputados contrapusieron sus argumentos al discutir en la tarima parlamentaria la llamada ‘ley del solo sí es sí’ o ley contra las violencias sexuales. Unos partidos, proclives a que se incluyesen en esta norma medidas contra el proxenetismo y la propiedad de lupanares; otros, defensores de dejar esas medidas al margen y debatirlo en el marco de otra ley, la de trata.
Y, en medio de la trifulca netamente política, subyace una realidad que viven diariamente miles de personas en este país y que mueve miles de millones de euros al día. Al hablar con algunas prostitutas, con la grabadora bajada porque el miedo permanece, no tienen dudas al hablar de la falta de libertad allá donde campa la prostitución, y señalar que las mafias dominan sus existencias, que innovan sus ‘modus operandi’ para esquivar la persecución policial y que mientras no se corte el delito, se está tapando la Luna con un dedo.
Explotadas
Las vivencias de estas mujeres son argumentos más que de peso para desmentir al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, cuando cerró su 40º Congreso Federal del PSOE asegurando que su partido sería el que consiguiera «erradicar la prostitución» esta legislatura. Son palabras mayores, un brindis al sol. «No lo va a poder hacer, es ingenuo o muy superfluo pensar que se puede lograr quitar de un día para otro un negocio que mueve en las calles a tantos delincuentes, capaces de lo peor y con tanto dinero por detrás, y además, lo peor es que sabe que no se puede hacer, nunca aboliría el proxenetismo», indica Zoe, por ponerle un nombre, en una conversación ante más prostitutas.
Las que sí dan sus nombres son dos rescatadoras, de Apramp (la Asociación para la Prevención, Reinserción y Atención a la Mujer Prostituida), exprostitutas tratadas que ahora rescatan a prostitutas del polígono de Marconi y Villaverde, en Madrid, o la calle Montera; las Ramblas de Barcelona o alguno de los 1.300 burdeles que salpican las carreteras. Ellas, que han pasado por alguno de ellos, como el de Guadalajara del que salió Carmen, dominicana de 42 años; o los de Sevilla y Madrid, donde estuvo Marcela, brasileña de 39. Pocas en su piel para saber la desconfianza que siente hacia todo el mundo aquella que durante semanas, meses o años ha estado al servicio de uno o varios individuos. Sometida a las palizas, el maltrato, coacciones, amenazas de muerte a los familiares y mucha, mucha tristeza. Comparten con ABC sus historias en un ejercicio que conlleva algo más que de generosidad. Las lágrimas asaltan sus testimonios, los recuerdos magullan sus almas. Es demasiado peso.
Engañan a mujeres de todo el mundo para esclavizarlas en un local o en la calle. Hablan exprostitutas sobre por qué este debate se aborda de un modo estéril
Pero sus reflexiones ayudan. A conocer las entrañas de un negocio que muchos no están dispuestos a perder. «Tú no puedes saber si arriba o abajo de tu casa hay un piso con chicas a las que están prostituyendo, pero me da tristeza porque la sociedad mira a otro lado –dice Carmen–. El oficio más antiguo del mundo no es la prostitución, es mirar a otro lado». «Lo llamamos hipocresía social», apuntilla Marcela. «Es verdad que en la calle Montera las prostitutas son visibles, pero haz un experimento: ve allí y ponte en una farola. ¿Sabes qué va a pasar? Saldrá un chico de la sala de juegos y te pedirá 125 euros por estar ahí solo los viernes. ¿Regular qué? Los proxenetas se van a convertir en empresarios de lujo, se les dará más poder. Siempre van por delante».