«No son mujeres libres, las muelen»
▶ Tras un infierno en Turquía, Grecia y España, ahora ayuda a otras mujeres
Carmen lleva once años en España. Ha sido testigo protegido al denunciar a algunos miembros de su red de tratantes. Hace doce que salió de su tierra, República Dominicana, donde dejó marido e hijos. «La economía no era boyante, trabajaba en el laboratorio de un hospital. A una amiga le habían ofrecido un trabajo en Europa, confié por completo pensando en que me esperaba algo mejor». Se hipotecó. Eran 6.000 euros por el viaje, la documentación y el contrato laboral, que debía abonar a una agencia de viajes, conchabada con la red. «Íbamos en el avión a Turquía para –supuestamente– que nos diesen la documentación». Pero aquella aeronave no despegó ya de Estambul. Las llevaron a un hotel y no tardaron demasiado en descubrir que la señora que coaccionaba, o el ‘policía’ de la puerta formaban parte del entramado mafioso. El hotel tenía una especie de discoteca en la planta baja.
«Nos alimentaron y nos ‘soltaron’ a trabajar hasta que llegara la documentación. Me dijeron: ‘Tú también, para pagar la ropa que te hemos prestado’». Al revolverse las primeras chicas, los insultos y los golpes no tardaron en caer. Carmen rememora: «Vamos a tratar de salir de aquí, le dije a mi amiga, pero ya teníamos algo en la bebida, si no bailábamos nos iba a ir mucho peor». Las retuvieron día y noche drogadas. A su amiga no la volvió a ver. No ha sabido nada. «Estaba nerviosa, rompía cosas...». Ella es quien se rompe. Cumplieron sus amenazas. Incomunicada, su familia en Santo Domingo pensó durante tres meses que se habían quedado también sin Carmen.
En un periplo de penurias que parecen vidas, la red que prostituía a estas mujeres les hizo cruzar a Grecia. «’Nos llega mercancía nueva a Turquía’, decían, para referirse a mujeres más jóvenes, más bellas... Había niñas de 13 años, de 14 años». Fue un viaje infatigable, con parte del recorrido a pie. «No sé nadar, me dieron un golpe, me caí al río, hasta ese momento no supe que era víctima de tráfico de personas». En Grecia había más personas aguardando ‘mercancía’. Ejercieron en Atenas ocho chicas en un piso. Tenían que seguir las órdenes. Me pegaban, llegué a España llena de golpes. La embarcaron en otro vuelo rumbo a Barcelona acompañada de otro chico. Tuvieron que simular que eran pareja. La entregó en el aeropuerto de El Prat a otra persona y de ahí a un apartamento en el barrio de Sants. La encerraron una semana. Ella sola, con sus pensamientos, hasta que con fortuna la dueña del piso denunció que había sido okupado ilegalmente. Carmen se fue a la calle, y llamó a una antigua amiga dominicana que estaba en España. Poco más podía hacer, además de llamar a su familia, que activó un dispositivo de búsqueda policial.
Su amiga la esperó en Guadalajara. Ella era prostituta en un club, con la renovada ‘fortuna’ de que el local sufrió una redada. En comisaría, primero le dijeron que iba a ser deportada. Luego un comisario se acercó y le dio el teléfono de Apramp. Hasta hoy.
—De todo, ¿qué fue lo peor, Carmen?
—Nunca había tenido que acostarme con tanta gente. Me sentía violada, drogada. Te pegan hasta que se cansan. Muchos clientes no conocen otra forma de hacerlo. Hasta que me vi declarando, no sabía qué era ser una esclava. Identificamos varias chicas a parte de los tratantes, los mismos.
—¿Cuándo dicen que van a abolir la prostitución qué piensa?
—Que está en los clubes, las carreteras y en la calle. La prostitución no tiene horas. Yo tardé mucho tiempo en recuperarme y cuando me sentí preparada recuperé esas calles para ayudar. No digo que no haya nadie que lo haga voluntariamente, pero por libre elección nadie haría eso. Estoy rehaciendo mi vida, pero sigo encontrándome todos los días chicas a las que muelen. Las mafias cambian sus métodos y no se acaba con ellas. Y hay mucha hipocresía: la gente no quiere ver lo que hay en la calle, los políticos tampoco.