ABC (1ª Edición)

«España lo quema todo»

Máximo Huerta Exministro, presentado­r y escritor ▶ El presentado­r valenciano abre las puertas de su inexpugnab­le casa en Madrid para hablar con ABC de su vida

- LUCÍA M. CABANELAS

Máximo Huerta (Utiel, 1971) cree que «la vida hay que gastarla», como su nombre, que ahora se ha cambiado por el más imperial Máximo. Tal vez por eso fue el ministro más breve de la democracia. Chico de la tele con Ana Rosa, escritor y hasta pintor en vacaciones, pero sobre todo ‘recordador’, de los veranos con su abuela, «oliendo a mar y a sal», de sus raíces, de su padre. A sus 51 años, con una vida con la maleta a cuestas, desempaca lo que lleva dentro y publica ‘Adiós, pequeño’ (Planeta), una novela que habla, en clave de ficción, de sí mismo, de sus orígenes y de los silencios que mantuviero­n a su familia y «a España en pie». Para combatir las arrugas y las canas, el presentado­r de À Punt vuelve al pasado porque no quiere dejar de ser un niño. Para evitar el calor le basta con poner el aire acondicion­ado en su casa de Madrid, donde hace un alto en su gira y habla con ABC, rodeado de figuras de Tintín, cómics de Corto Maltés y fotografía­s de amigos como Bibiana Fernández.

—Utiel, Vinaroz, Madrid, Buñol... ¿Cómo han ido cambiando sus maletas?

—Cada vez hay menos cosas en la maleta. Cada vez la maleta ha sido más pequeña. Antes las maletas llevaban de todo, ahora no les hace falta el por si acaso. He eliminado por si acasos; están más reducidas.

—Ministro, ‘chico Ana Rosa’, escritor... ¿pesan más unas maletas que otras?

—Pesa la del escritor, porque los libros pesan mucho. Mis maletas siempre vuelven pesando mucho más porque compro mucho libro. Vuelvo con más libros de donde sea, siempre.

—Con tanto libro... ¿es de los que subraya?

—Subrayo, doblo... y no subrayo con lápiz, subrayo con lo que encuentre a mano porque soy impulsivo. Meto tarjetas, postales, fotos, estampas de la Virgen. Tú abres un libro mío y es un gabinete de curiosidad­es.

—¿Alguien tan impulsivo se arrepiente de muchas cosas?

—El arrepentim­iento católico no vale para nada, solo para ir a confesarte a la iglesia si quieres. Me parece respetable, pero arrepentir­se de lo demás, como no lo puedes corregir... Somos como los ríos que van a dar a la mar. No puedes apearte. Hay que disfrutar el momento y no pensar en mañana. Lo único que tenemos es el ayer. Mañana no existe. Por eso a veces hay que revisitar el pasado para decir, bueno, de ahí vengo.

—¿En qué cambia la maleta de un plató y la de La Moncloa?

—En ninguno de los dos casos he llevado maleta. Del plató sí que me he ido a muchos viajes solo con la cartera y el móvil en el bolsillo, comprados en directo. Han sido las mejores experienci­as de mi vida, esos comprados a última hora a Zúrich, Ginebra, Ámsterdam, Fráncfort. Han sido los mejores viajes por haber sido improvisad­os; es la mejor forma de viajar, viajar sin nada. Y sin nadie. Entonces, te sientas en la terraza... Yo como tengo la herencia de mi madre de dibujar, con sentarme en una terraza, mirar a la gente y pintar unas acuarelas... ya es maravillos­o.

—No le gusta estarse quieto.

—Es que la vida hay que aprovechar­la, hay que gastarla.

—Pero hay cosas para las que hay que valer.

—Bueno, hay que disfrutar. Hay gente que deja de ser niño. Yo no quiero dejar de ser un niño, no quiero dejarlo de lado.

—¿Cómo evitar olvidar el pasado?

—Afortunado­s los sentidos que nos siguen llevando a lugares que ya no existen. Como cuando pasas por un bar y huele a tortilla de patatas y recuerdas la cocina de tu abuela. Cuando piso lavanda, por ejemplo, veo a la Virgen. Veo ya el final del verano, la llegada de septiembre. Soy muy sensorial y sigo comprando jabones de Pravia, porque es como si estuviera lavando mi abuela.

—Más que las bicicletas, los abuelos son para el verano.

—Mis veranos de la infancia, esos poderosos, que son veraneos, largos, pesados a veces, que eran eternos como un año, pertenecen al tiempo en el que mi abuela vivía y hacía la comida para todos los nietos y subíamos de la playa descalzos, oliendo a mar y a sal y cocinaba tomate frito, tortilla de patata con tomate frito y lomo. Mmm, me encanta.

—Tiene 51 años y, sin embargo, plantea sus memorias noveladas como una despedida. ¿Por qué era tan importante decir adiós ahora?

Acuarelas

Siempre lleva consigo acuarelas, junto con un ‘amuleto de mar’, para recordar los veranos

Libros

‘En busca del tiempo perdido’, de Proust, y ‘Me acuerdo’, de Perec

Pinceles y cuaderno

Heredó de su madre el don de la pintura, por eso lleva un estuche de pinceles y un cuaderno

Adiós al ‘por si acaso’

«Antes las maletas llevaban de todo, ahora no les hace falta el por si acaso, los he eliminado»

Ropa

Viaja ligero de ropa porque le gusta llenar las maletas de libros, que nunca faltan

—Porque nos pasamos la vida despidiénd­onos, sin darnos cuenta, y hay que acostumbra­rse a despedirse. Hay que despedirse de los compañeros del colegio, a los que nunca verás; hay que despedirse de las vacaciones, hay que despedirse de la toalla que ya está rota y hay que tirar esa camiseta que ya está vieja...

—Pero cuesta más despedir a un ser querido que a una toalla o una camiseta vieja.

—Cuando la vida ya se ha hecho, ya está gastada, y notas el sonido de los tacones de la muerte, sí que cuesta despedirse, por eso estoy muy a favor de disfrutar de la vida ahora de manera lenta, incluso de que las vacaciones vuelvan a ser parecidas a aquellas de niño en las que no había planes, porque entonces todo parece que dura más.

—A veces lo que falta es decir adiós. ¿Es España un país que se guarda para sí las palabras?

—Los silencios mantienen vivo a este país, mantienen en pie a España y a todas las familias. Todas las familias están llenas de silencio para sobrevivir. Me pregunto cuántos matrimonio­s se casaron sin quererse o han tenido que aprender a quererse a lo largo de la vida. Nuestros abuelos, nuestros padres, se dejaron de amar al cuarto mes y han estado toda la vida. Se acostumbra­ron a querer y el silencio les ayudó. El silencio en España ha ayudado a cerrar muchas heridas.

—¿Vale más el que calla?

—Sí. Morderse la lengua es importante.

—De lo que se ha despedido es de su nombre.

—No, está ahí, sigue vivo. Depende de quién me llama. [Rebusca en su escritorio y enseña dos sellos: uno pone Màxim y el otro Máximo] En la tele me llaman Màxim, mi madre me llama Maxi, mis amigos Max. Pero sigo siendo el mismo, el del DNI, que es Máximo.

—¿Por qué lo recupera ahora?

—Porque es mi raíz. Porque es mi padre.

—El tiempo es tan importante en su novela como en su carrera como político. Fue el ministro más breve de la democracia.

—Respecto a ese tema, y pensando en las vacaciones, es hora de sacar la ropa de verano porque eso ya es ropa de invierno.

—¿Ha dado portazo a la política entonces?

—Eso ya no es de mi talla.

—¿Porque se le quedó grande o pequeña?

—Uno no decide su vida. La vida va decidiendo por ti siempre. Aunque me hubiera gustado ser cantante, aunque me hubiera gustado ser actor, la vida me ha puesto a contar historias allí donde trabaje, en prensa o en televisión. Yo soy un contador de historias. Yo no he decidido. La vida decide por ti la mayoría de las veces.

—¿Pasó de estar en todas las television­es de España a hacerlo en la autonómica valenciana. ¿Es cruel la televisión, olvida demasiado rápido?

—Siempre he sido muy buen espectador de televisión porque no soy nada crítico. Cuando no me gusta algo, lo apago. Entiendo que es un entretenim­iento. Y fundamenta­lmente la tele, y los medios, son una gran compañía. Mi padre se pasó años en hospital, poner la tele y estar callado en la habitación era la salvación. No puedo criticar algo que me hizo compañía y me dio trabajo.

—¿Y dice la verdad?

—La tele es una radiografí­a. El espectador no es nada tonto y nota quién es buena persona, quién es mala persona, con quién se iría de cañas...

—También polariza. Fíjese el Benidorm Fest, que presentó.

—Qué divertido.

—Menos para Chanel.

—Porque este país tiene un temperamen­to brutal. Por eso tenemos sanfermine­s, el flamenco, las meigas en Galicia, volcanes en Canarias o fallas en Valencia. Este país lo quema todo. A este país le encanta quemar, arder. Le encanta la luz, los colores y disfruta con la pasión. Somos tan pasionales que hasta una cosa tan sencilla, con las bases cerradas, la convertimo­s en una pasión. Forma parte de nuestro ADN.

—¿La España negra?

—Pero eso son los cuadros de Goya. El cuadro de los garrotazos define muy bien a España. Chanel sufrió, pero el tiempo pone a cada uno en su sitio y todo el mundo la aplaudió. Y eso también es muy de este país, que aplaude tarde.

Más vale callar

«Los silencios mantienen a España en pie; han ayudado a cerrar muchas heridas»

Impulsivo

«El arrepentim­iento católico no vale para nada, solo para ir a confesarte a la iglesia si quieres»

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// ISABEL PERMUY El exministro de Cultura abre las puertas de su casa en Madrid

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