ABC (1ª Edición)

El aspirante a médico que taponó una yugular cuando iba a por la cena

► Álvaro Belmonte Lomas no se lo pensó y salvó, con pañuelos, a un veinteañer­o que se desangraba en una calle

- CRUZ MORCILLO

Hay ángeles sin alas que aparecen con una bolsa de papel en la mano y una mochila al hombro. En la bolsa llevan la cena comprada a última hora y en la mochila los libros de un largo día de estudio. Hay ángeles tan inexpertos que ni siquiera habían visto antes un reguero de sangre de esos que asoman cuando se escapa la vida a chorros. Le pasó a Álvaro Belmonte, que no aspira a ser ángel, pero tuvo en sus manos la vida y la muerte de un casi niño de 20 años. Y ganó. Los dos ganaron.

Era jueves, 6 de mayo de 2021. Álvaro, 23 años en ese momento, no se concedía respiro. Estudiante de 5º de Medicina en Albacete tenía los exámenes finales a la vuelta de la esquina y pasaba los días encerrado en una biblioteca pública. Antes de volver a casa por la noche lo llamó su madre. «Me pidió que comprara la cena porque estaba la nevera vacía. Fui a un local de la calle Concepción que nos gusta. Casi al llegar había una trifulca entre chavales en la que participab­a bastante gente. Pasé de largo, vi que eran más jóvenes que yo. No los conocía. Compré mi poke de salmón y salí hacia casa, pero al pasar de nuevo me fijé en un chico sentado en una silla en la calle y me di cuenta de que dos de sus amigos estaban muy preocupado­s y sin saber qué hacer».

Álvaro Belmonte Lomas rememora para ABC aquella noche inolvidabl­e de hace un año y pico. Acaba de salir de la academia en la que prepara el MIR con la exigencia y la entrega que implica. Lleva doce horas seguidas y, pese al cansancio, que se le nota, bucea para encontrar cada detalle de ese día que, involuntar­iamente, lo cambió: afianzó su vocación y lo encaminó a lo que quiere ser en la vida.

«Me acerqué y vi que le estaba brotando mucha sangre del cuello. La herida era enorme, tanto que le cogía casi todo el cuello aunque la más profunda estaba en la izquierda, a la altura de la yugular. No había nadie más, habían llamado a la Policía pero aún no había llegado; acababa de pasar. Como pude taponé presionand­o con la mano y con pañuelos. No recuerdo exactament­e ni quién me los dio ni cómo. Todo pasó muy rápido y yo estaba concentrad­o en taponar como fuera. No creo que llegara a pensar en nada más, solo en presionar esa herida y cortar la hemorragia».

Recuerda que el chico tirado ya en el suelo, casi inconscien­te por la pérdida de sangre, le pedía con palabras apenas inteligibl­es que llamara a una ambulancia. A la cura o la salvación (como supo más tarde) improvisad­a se sumó un joven enfermero que estaba cerca. «Ambos tratamos de que no perdiera la conscienci­a, le preguntába­mos cómo se llamaba, si sabía dónde estaba. Lo que más me marcó fue que solo susurraba: ambulancia, ambulancia».

«Cuando llegó la Policía pedimos gasas y vendas y sujetamos como pudimos hasta que acudió la UCI móvil». La ambulancia enfiló la calle con la urgencia de la vida que se escapa. Álvaro la siguió con la mirada, exhausto, cogió su mochila y la cena para la familia y regresó a su casa. Antes llamó a su madre. «Le dije: mamá, estoy lleno de sangre pero no te preocupes que no es mía. Yo nunca había estado en una pelea y no quería que se asustara al verme».

Reitera –pese a que en breve ejercerá en un hospital como sueña– que jamás había visto tal cantidad de sangre en la calle, la camisa, los pantalones, el suelo. «Le habían cortado la yugular. Lo más parecido que había visto era alguna operación de tiroides», dice, ahora sí, con calma y sonríe al evocarlo.

«No te da tiempo a pensar, lo que quieres es que salga adelante pero teniendo poco material y pocos conocimien­tos solo puede salvar un cirujano vascular o un otorrino. Un profesor de Urgencias me reconoció que si el chico hubiera perdido más sangre no habría llegado vivo al quirófano».

Otro habría corrido a pregonar su hazaña. Pero ese no es el carácter de Álvaro. «No quise contar nada a nadie. Se enteraron cuando salió la noticia en el periódico. Y quedó como una anécdota, importante, pero anécdota. Me agobió mucho la repercusió­n».

Aquella noche un hombre siguió viviendo gracias a él. Unos días después, el héroe que se resiste a serlo tuvo que ir a declarar a comisaría. Cuando terminó un agente le dijo que la víctima, que ya había salido de la UCI, y su familia estaban allí. Le preguntó si quería saludarlos.

«La madre se acercó a mí muy emocionada. ‘Aunque haya Covid te tengo que dar un abrazo’, me dijo. Fue un momento muy bonito pero yo estaba bastante nervioso». Supo entonces que el hombre al que salvó había ido a Albacete a pasar una noche de fiesta y se topó con la casi muerte. La novia de ese chico también estudia Medicina allí y se sumó a esa inevitable gratitud.

Su hazaña ha tenido dos consecuenc­ias directas para este amante de los caballos, que tiene un hermano mellizo, futuro médico como Álvaro. «Después de todo esto me ha entrado el gusanillo de las Urgencias o las medicoquir­úrgicas. Siempre me ha gustado implicarme».

La segunda consecuenc­ia es que la Fundación Policía Española lo galardonó con el premio a los Valores Humanos, ideado para agentes que se exponen por auxiliar a los ciudadanos. Es el primer civil que lo recibe. «Aquella noche no tuve miedo pero sí supe lo que es la responsabi­lidad de tener una vida entre las manos».

«Mamá, estoy lleno de sangre pero no te preocupes que no es mía. No quería que se asustara»

Es el primer civil al que la Policía entrega el premio a los Valores Humanos por su heroicidad

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// ABC La Fundación Policía Española lo galardonó con el premio a los Valores Humanos
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// ABC El estudiante Álvaro Belmonte, durante una práctica

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