Ganas de comerse el mundo
► Interminable novillada, con una oreja para la honda izquierda de Víctor Hernández y un percance de Fonseca
A comerse el mundo salieron los tres novilleros. Hambre de triunfo traían, como cara de haberla pasado tenían algunos novillos de Núñez de Tarifa, vareados de carnes, más de uno escurrido como un silbido. Su lavada expresión y su deslucido comportamiento decían más bien poco, aunque la terna se encargó de alzar la voz. Demasiado, pues tantas eran sus ansias que acabaron soltando largos parlamentos y hartando al personal. En el toreo se puede ser todo, menos pesado. No ayudaron tampoco las desafiladas tizonas, que dejaron el marcador con una solitaria oreja para Víctor Hernández.
Se santiguó el madrileño cuando se abrió el portón de toriles. A por todas salió desde los dos faroles, metiéndose al público en el bolsillo con su variedad capotera. Firme, como en las gaoneras, se plantó por estatuarios hasta coser un invertido. El temple y la largura del trazo se fijaron como objetivo de su faena, con el valor y la hondura de su izquierda. Todo con quietud y dejándose lamer por el noble rival. Las bernadinas pusieron el colofón antes de volcarse en la estocada. Saboreó la vuelta con la oreja como la cuadrilla los tragos de vino. Con la bota, un clásico.
No pudo redondear en otro, al que parearon malamente. De rodillas se hincó el torero, con estatura de pívot, para luego echar los vuelos al hocico en una labor cimentada al natural, con zurdazos de categoría. Cuando Volantero se apagó, calentó al tendido en las cercanías y en un desplante. Tal era su afán que alargó a lo loco y cambió el trofeo por dos avisos.
En su despedida de novillero y en el umbral de su alternativa, Isaac Fonseca cumplió a rajatabla el quinto mandamiento. Ya puede afilar su espada el futuro matador, al que valentía le sobra. Todo lo ofreció en su primero, en el que aplaudieron al varilarguero por apenas picarlo: cosas de los nuevos públicos. Quien mereció desmonterarse, aunque no lo hizo, fue Iván García tras un soberbio par. Había salido suelto Portugués hasta que el mexicano lo recogió en unas verónicas rodilla en tierra, engarzadas a unas chicuelinas. Distraído y de rebrincado estilo, no era claro el de Núñez de Tarifa, aunque obedeció a los toques de Fonseca. Todo lo ofreció desde los dos pendulares de hinojos, acompañados de un cambio de mano y un molinete. Le dio fiesta por ambos lados para acabar metido entre los pitones, pero el acero enfrió los ánimos. Idéntico pecado en el quinto –con más cuajo–, después de jugársela desde el milimétrico quite a la espalda hasta el soberano arrimón con un rajado Gorrión, que lo mandó a la enfermería con una herida en el brazo.
Ilusionó Marcos Linares desde su vistoso saludo a ese aroma de gusto que dejó con un buen tercero, aunque algo pegajosete. Tras el espadazo, la recompensa quedó en el paseo al anillo. Con el deslucido sexto solo pudo mostrar sus deseos antes del fallo en la hora final. Y así acabó una interminable función de tres horas.