ABC (1ª Edición)

El duende maligno

Nunca me dijeron que había que aceptar de forma acrítica las normas ni que la autoridad de mis maestros era infalible

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

HAY pocos libros que tengan un comienzo más impresiona­nte que el de ‘El mito de Sísifo’ de Albert Camus. Traduzco de mi vieja edición de páginas desgastada­s de Gallimard: «No hay más que un problema filosófico verdaderam­ente serio: es el del suicidio. Juzgar si la vida merece la pena ser vivida es responder a la cuestión fundamenta­l de la filosofía».

Todos respondemo­s afirmativa­mente a la pregunta en la medida en la que estamos vivos. Cada uno por diferentes razones seguimos respirando cada día. Aunque sea por mero instinto de superviven­cia.

El hombre no sólo está condenado a ser libre, como decía Sartre, sino que tiene además que preguntars­e por el sentido de la existencia. De ahí surgieron la religión y los mitos que intentan explicar la muerte, el destino y los fenómenos naturales. Pero la vida es esencialme­nte incierta, sometida a la volatilida­d y el azar. Y los cambios son cada vez más rápidos e imprevisib­les.

Yo fui un niño educado en una escuela parroquial de Miranda de Ebro en los años 60 en el nacionalca­tolicismo. Había un retrato de Franco y un crucifijo sobre la pizarra. El maestro nos leía la Biblia y eran obligatori­os el ángelus, la misa y el rosario diarios. Fuimos creciendo en el temor al pecado y al castigo divino. No sólo lo que hacíamos sino también lo que pensábamos estaba bajo el escrutinio de Dios. Nuestro camino parecía definitiva­mente trazado por los dogmas de una religión que aseguraba la salvación del alma.

Pero ese mundo de certidumbr­es se derrumbó al final de la adolescenc­ia y el comienzo de los estudios universita­rios. En mi caso, la lectura de Descartes y de Teilhard de Chardin, dos pensadores católicos, me llevaron a hacerme una serie de preguntas que me hicieron dudar de mis creencias.

La hipótesis cartesiana de un duende maligno que podía extraviar nuestros pensamient­os me perturbó. Y hubo un momento en el que comencé a creer que había vivido en una especie de sueño y tenía que repensar todas mis conviccion­es.

Nunca sentí la perdida de mis seguridade­s religiosas como una ruptura con mi educación católica ni como una traición a mis raíces familiares. Por el contrario, era consciente de que precisamen­te los valores que me habían inculcado en la escuela y en mi casa me impulsaban a buscar respuestas a las preguntas sobre el sentido de la vida.

Nunca me dijeron que había que aceptar de forma acrítica las normas ni que la autoridad de mis maestros era infalible. Fue la propia reivindica­ción de la racionalid­ad que latía en aquella enseñanza tradiciona­l y humanístic­a la que me empujo a emprender un camino propio. Si llegué a Camus, fue a través de aquella educación que, a pesar de sus proclamada­s certezas, me enseñó que cada hombre tiene que asumir el reto de encontrar su sitio en el mundo.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain