«Pensamos que reventaba todo, fue como una bomba»
En Santibáñez del Val, cuyos vecinos regresaron ayer a sus casas, el fuego arrasó un barrio entero. Apenas tres viviendas se libraron. Un agricultor fue detenido como responsable del incendio, mientras otros culpan a la despoblación
El punto rojo en la fachada de la vivienda indica que no se puede entrar todavía por los rescoldos; el negro, que tendrá que ser demolida
Rafa se ha quedado solo en el barrio de abajo. Su casa es de lo poco que se ha librado de las llamas en esta zona de Santibáñez del Val (Burgos), donde nada ha logrado escapar de la voracidad del fuego. Silencio, viejas vigas vencidas que dos días después siguen humeando e incluso chisporretean y prenden. Y la imagen desgarradora de calles vacías víctimas de la despoblación y que ahora son las de un pueblo fantasma. Ruinas y más ruinas.
A las puertas de su casa, este antropólogo jubilado que ha estado en EE.UU., África y Suecia que buscó en esta pequeña localidad su lugar de retiro, reflexiona «con tristeza» en el alma y la pena por un futuro que ve tan negro como lo carbonizado del paisaje alrededor. «Si no estuviera tan abandonado, el pueblo no se quemaría así», dice.
Su casa «¡no se ha quemado porque estaba yo aquí dentro!», defiende. El pasado domingo, cuando el fuego procedente de Quitanilla del Coco –al parecer, por una cosechadora que trabajaba fuera de la hora permitida, por lo que el dueño, un agricultor, fue arrestado y ayer quedó en libertad mientras siguela investigación– estaba encima, fue evacuado. «Pero volví». Logró regresar por caminos a su vivienda, la última de la calle Rincón, pared con pared con otra que está para demoler. Abrió la puerta a los bomberos y por la parte de atrás, el horror: las llamas que se propagaban por las traseras sin freno. Con las mangueras desde el interior combatieron el fuego. «Estaba todo ardiendo».
Se han quemado una treintena de construcciones, la mayoría viejas, de vigas de madera compartidas –tejados con material vegetal como aislante–. Es difícil imaginar que allí hubiera un día una vivienda. El punto rojo en la fachada indica que no se puede entrar; el negro, que habrá que demolerlas «hoy, mejor que mañana», dicen los efectivos de la extinción. Y son muchas. Una manzana completa y algunas más.
Quemaduras en el rostro
En el número 36 de la calle Plazuela, las sillas chamuscadas en torno a la mesa sitúan el lugar en el que Conchita iba a comer. Se intentó quedar hasta que no pudo más. Las llamas «se vinieron encima». Su hija Conchi vuelve al pueblo para ver cómo ha quedado la casa de sus abuelos, «de toda la vida, de las vacaciones...». Son muchos recuerdos y un valor sentimental «muy grande», dice con la voz quebrada al comprobar que las imágenes eran realidad y que de esa casa apenas queda nada.
Casi enfrente, en el número 15, el pan sobre la mesa señala el lugar en el que Daniel iba a almorzar hasta que las llamas lo obligaron a salir. Su casa es de las tres que se han salvado. Él, junto a otros vecinos, se afanó en intentar mantener a salvo el pueblo, que dividido en dos barrios, mantiene prácticamente sin daños el de arriba, aunque el rastro de cenizas rodea Santibáñez del Val y hay casas cuyo jardín ha cambiado el verde por el negro. Tienen quemaduras en manos y rostros. Las pavesas saltaban y llevaban el fuego de un lado a otros.
«Hizo boom, como una bomba de gasolina». Y lo que era un fuego que llegaba por el campo, entró en las casas. «Pensamos que había reventado todo», señala Felipe, uno de los vecinos que desde primera hora se empleó en contener el avance de las llamas. También Antonio, exhausto tras dos días sin dormir. Él no se fue, como otros muchos en el valle del Arlanza, donde los vecinos defienden su labor y critican que no les dejasen intervenir más y ensalzan el trabajo de aquellos que usaron sus tractores y máquinas para crear cortafuegos. «Han salvado una granja con 40.000 gallinas», relata con lágrimas la mujer. En otras granjas se ven cadáveres churruscados.
Lo que se veía como algo lejano, casi en un abrir y cerrar de ojos, estaba presente. «En cuanto entró en los árboles… nada. Nos ha pillado de lleno», apuntan los vecinos de Santibáñez.
El «milagro» de Silos
También en el cercano Santo Domingo de Silos, donde el fuego sobresaltó la comida del domingo y aún no se han recuperado del susto. «En principio,
pensabas que no iba a llegar, y sí...», reconocen dos vecinas evacuadas y ya de vuelta. «Quintanilla sonaba lejos...», pero el viento lo impulsó a una velocidad inimaginable. Llegó hasta las primeras construcciones, los ‘casillos’, antiguos corrales utilizados como cocheras, leñeras, almacenes… La de una de estas mujeres ya son solo cenizas. La de Andrés se ha salvado, muestra con cierto orgullo y resignación desde el interior de su coche en el que tuvo que salir precipitadamente hacia el pueblo de Salas de los Infantes.
Para milagro, el del Convento de San Francisco, situado en el extrarradio de Santo Domingo, con los tiznones en sus muros. El trabajo de los bomberos fue ímprobo para salvarlo. Primero, refrescando los matorrales y abriendo cortafuegos, hasta que llegaron las llamas. Formación, todos en línea, plantando cara a llamas de más de diez metros, recuerdan dos de los profesionales que participaron en el operativo. Llegaron a lo máximo que daba el camión desde Quintanilla. Dentro de una nube de humo y viendo las llamas por las ventanillas. «Casi nos come el fuego», rememoran de ese día de lucha. «¡Un milagro!» que dentro de la desgracia, no haya pasado más, reconocen. «¡Era impresionante! ¡Había que verlo... y pasarlo!», comentan unos vecinos en el día el regreso a Santibáñez del Val tras dos jornadas evacuados. El mismo sentimiento en Santo Domingo de Silos, donde hasta los monjes de la Abadía se tuvieron que ir. De nada servía los anchos muros. Además de las llamas, el humo negro era un riesgo.
Con el susto aún en el cuerpo, el recuerdo de las muchas dificultades para evacuar a los mayores, la sensación de impotencia y angustia y entre un fuerte olor a quemado que lo inunda todo, intentan ver el lado positivo: «No se ha quemado todo. Hemos tenido muchísima suerte. Dentro de lo malo, ha sido un milagro».