ABC (1ª Edición)

Así devora a su paso un fuego de sexta generación

- M. GAJATE VALLADOLID

Hasta ahora se temía la conocida ‘regla del 30’. Cuando se desataba un fuego a más de 30 ºC, con rachas de viento de más de 30 km/h y una humedad relativa inferior al 30%, las llamas se volvían imparables. Este devastador 2022 ha dejado en anecdótica la ecuación toda vez que las temperatur­as han pasado de 42º, hubo rachas de 70 km/h y la humedad bajó del 20%. Un cóctel que, conjugado con una vegetación que arrastra la sequía del invierno y la primavera, ha dado pie a «incendios de sexta generación» que han devorado 200.000 hectáreas en España. Fuera de la capacidad de extinción durante horas, se propagan a 1.200 hectáreas por hora y levantan un muro de lenguas de veinte metros azotadas por esa brisa nocturna que los descontrol­a cuando los medios aéreos se han retirado.

Este julio medio país ha ardido en llamas. La simultanei­dad asolaba a los operativos. Nunca antes se había vivido un escenario similar. El precedente de un incendio desbocado en esas condicione­s recordaba a Navalacruz (Ávila) el verano pasado y al que en junio pasado fundió a negro la sierra de la Culebra. Unas 25.000 hectáreas arrasadas por el fuego que en nueve días se tragó esta reserva de caza de gran valor ecológico. Así fue la ‘tormenta perfecta’ que la redujo a cenizas:

Todo empezó el 15 de junio. En Castilla y León estaba activado el riesgo medio de incendios que moviliza parte del operativo. Para que estuviera activo el 100% se requería la declaració­n de riesgo alto, que llegaría trece días después. Según la Consejería de Medio Ambiente, esa tarde, una tormenta seca descargó múltiples rayos abriendo catorce focos en el corazón de la sierra de la Culebra. Era el séptimo día con

temperatur­as de más de 30º. Las lluvias acumuladas estaban a la mitad de lo habitual. La vegetación era puro combustibl­e. Matorral y arbolado listos para arder. Las tormentas secas, sin precipitac­ión, provocaron vientos de direccione­s cambiantes y comenzó a prender la mecha, a una «inusitada rapidez».

A las 19.48 el puesto de vigilancia más cercano había detectado el incendio. 16

minutos después el primer medio estaba en el lugar y no pasaron cinco minutos hasta que el 112 recibió alertas de nuevos focos, algunos de ellos en parajes remotos, de difícil acceso durante la noche. Dejaban dos horas de margen a los medios aéreos para actuar. Hasta la madrugada de la jornada siguiente los cambios de dirección de viento (con rachas de 50 km/h) fueron «muy significat­ivos y transforma­ban flancos del incendio en cabezas de alta intensidad». El control del fuego pasó a segundo plano; se «priorizó la defensa de los pueblos» y se evacuaron 24 localidade­s.

El 17 de junio la superficie afectada se incrementa­ba a un ritmo de 515 hectáreas a la hora, 1.269 por hora al día siguiente. Las llamas «sobrepasar­on la capacidad de extinción», en un escenario en el que los medios aéreos no pueden maniobrar por la intensidad del humo y los terrestres tampoco por el calor que desprende el terreno. El «ataque directo no es viable» y el indirecto, peligroso para el operativo. Los cortafuego­s no fueron capaces de poner freno a las llamas, que cruzaron carreteras, la línea del AVE a Galicia y un embalse con 500 metros entre orilla y orilla.

Los únicos trabajos «viables» para el operativo fueron los de defensa de personas e infraestru­cturas hasta que las condicione­s adversas cesaron. En la noche del 18 al 19 de junio, el fuego «fue dominado». En tres días se contuvo el incendio con una incansable labor de las brigadas autonómica­s, reforzada con medios estatales y otras regiones y de la UME, que actuaron sobre los 120 kilómetros de perímetro que habían conquistad­o las llamas.

El 24 de junio, nueve días después del origen, se dio por controlado el incendio. Aún sin cerrar del todo este capítulo, el paraje volvió a iluminarse al rojo vivo el pasado 17 de julio con un nuevo fuego en Losacio que ha quemado más de 31.000 hectáreas y se ha cobrado la vida de dos personas.

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