Retóricas del archivo
Cada época tiene sus ‘palabras comadreja’, succionadoras de todo sentido salvo de la voluntad de mantener la inercia del mismo sinsentido. Desde el demoledor fin de siglo hemos sufrido una sobredosis de pulsión archivística, pareciendo que esa era la clave para ser bienvenido en el clan ‘bienalizador’. Aquel «mal de archivo» descrito por Derrida propició, más que nada, un furor por las vitrinas alicatadas de todo tipo de materiales.
Los espectadores sufrieron las consecuencias de esta museografía documental, agotados por una ‘pospedagogía’ que les hacía sentirse ignorantes por más que se tuviera un doctorado reluciente coronado por el ‘cum laude’ ritualizado. La retórica y la burocracia del arte contemporáneo planteaban una ‘deconstrucción’ (término también que haría pensar pájaros astutos como el cuco) de la obra de arte para favorecer algo pretendidamente más democratizador que sería el ‘materialismo documental’. Muy pocos tuvieron la pasión y perspicacia oportuna para coleccionar aquello que parecía interesar a todos, antes de que la cosa se saliera de madre. José María Lafuente es el ejemplo perfecto del coleccionista que consigue generar un proyecto que ofrece lecturas del arte contemporáneo en clave internacional, nacional e incluso local. Los casi 130.000 documentos y obras que atesora permiten entender y contextualizar el arte del siglo XX con especial atención a las prácticas experimentales, siendo especialmente importante el núcleo del arte conceptual español y las derivas contraculturales.
Desde hace años el Archivo Lafuente realizaba una admirable labor expositiva y, sobre todo, ofrecía publicaciones de enorme interés historiográfico, por ejemplo, las que organizó Javier Maderuelo. La adquisición de esta ‘constelación archivística’ por parte del Ministerio de
Cultura y su integración en las colecciones del MNCARS es, sin ningún género de dudas, un acontecimiento cultural y patrimonial de enorme importancia. La apertura en 2023 de la antigua sede del Banco de España en Santander para albergar ese archivo supone la generación de la primera ‘sucursal’ del Reina Sofía. Esperemos que la investigación y las exposiciones venideras eviten la habitual conversión del documento en monumento o, por lo menos, puedan elaborar algo más que un atlas agotador.