ABC (1ª Edición)

Sincorbati­smo

Quizá pronto la corbata acabe por convertirs­e en un gesto de protesta contra la vulgaridad rampante de esta época

- IGNACIO CAMACHO

EN tiempos de Zapatero, cuando el ministro Miguel Sebastián se presentó sin corbata en el Congreso para dar ejemplo de ahorro energético, Pepe Bono llamó a un ujier para que le llevase una a su asiento. Por si con las prisas se le había olvidado en casa, dijo con mucha retranca el entonces presidente de una Cámara en la que hoy empieza a ser raro hasta el uso de la americana. Aquella ocurrencia de Sebastián, que pasa por ser el padrino intelectua­l de la tesis de Sánchez (por decirlo de forma amable), la ha rescatado el jefe del Gobierno sin rendirle al autor el debido homenaje, como es costumbre en un hombre aficionado a la ‘intertexua­lidad’ en todas sus variantes. Es decir, a fusilar palabras, ideas y frases ajenas sin sonrojarse. Sólo que la recomendac­ión, además de que como método para economizar combustibl­e resulta irrelevant­e, carece ya de sentido porque la prenda en cuestión no la lleva casi nadie y ha quedado reducida al protocolo de ciertos ámbitos oficiales.

Hace mucho que el sincorbati­smo está de moda. Empezó como una especie de revolución indumentar­ia de las compañías tecnológic­as y se ha normalizad­o en el espacio político, las oficinas públicas, los bancos, los restaurant­es de lujo, los grandes almacenes y otros ambientes donde hasta la primera década del siglo la corbata era prácticame­nte obligatori­a. Ahora el último reducto que le queda son las bodas y algunas pocas ceremonias que aún exigen una etiqueta de tradición respetuosa. La comodidad le ha ganado la batalla a la formalidad y la ropa es un lenguaje que expresa, como dice Lipovestky, el espíritu de cada momento de la Historia. El del actual ha cambiado una uniformida­d por otra: la que representa Zuckerberg en camiseta, el flop-flop de las chanclas, el calzado deportivo, el auge de la sudadera. Al conde de Perlac, legendario director del Don Pepe de Marbella, le preguntaro­n una vez por la relajación de la vestimenta en un hotel que durante mucho tiempo exigió a sus clientes un riguroso ‘dress-code’ en la cena. «Ya nos conformamo­s con que lleven algo en los pies», contestó con un aire de melancolía irredenta. Todo tiempo tiene un pensamient­o dominante y todo pensamient­o una estética que lo refleja en el espejo trivializa­do de la apariencia

Así, ese Sánchez descorbata­do a punto de subirse a un Super-Puma a quemar carburante a caño libre es una parodia veraniega, una impostura caricature­sca que trivializa una cuestión de fondo bastante seria. En invierno nos dirá que llevemos bufanda para reducir la factura eléctrica. No merece la pena otorgarle al asunto el rango de anécdota; es el retrato de su propia intrascend­encia. Quizá pronto ponerse corbata se convierta en un gesto de protesta. No contra el sanchismo y sus frívolas estrategia­s, ni contra los postulados ambientali­stas de la Agenda 2030. Simplement­e contra la vulgaridad rampante de esta época.

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