Gordas en la playa
Sospecho que la izquierda caniche no frecuenta las playas populares
EL Ministerio de Igualdad ha sacado un cartel publicitario, exhortando a las gordas a frecuentar las playas sin temor a ser señaladas, suscitando el natural recochineo entre los coñones, pues las gordas nunca han sido señaladas en las playas españolas; a lo que desde el Ministerio de Igualdad han respondido en su particular jerga demente que las gordas visitan las playas «asumiendo el odio por enseñar un cuerpo que no es normativo». ¿Se referirán, tal vez, a los cuerpos liberados de dietas cárnicas y bebidas azucaradas que promueve el ministro Garzón, esa reencarnación cutre del doctor Pedro Recio de Tirteafuera?
Si hay un sitio donde las gordas (y los gordos) podemos pasear tranquilamente nuestras lorzas es, precisamente, en las populares playas españolas, de las que todavía no se enseñorea ese clima jansenista, supurante de odio, que la izquierda caniche azuza. Pero sospecho que la izquierda caniche no frecuenta estas playas populares, sino playas de pago para pijos estresados, con música ‘chill out’ y derecho a tumbona y consumición (salvo bebidas azucaradas, por supuesto). No hace falta decir que la izquierda caniche es una patulea de flacos grimosos; pues, como señalaba Charles Laughton, los tiranos más crueles son infaliblemente flacos.
La gordura, que antaño era signo de opulencia y prosperidad (de ahí que, en las caricaturas antañonas, los banqueros luciesen siempre barrigones), se ha convertido hoy en distintivo de pobreza (pues son los pobres los que tienen que recurrir al ‘fast food’). Los ricos no están gordos, porque siguen las directrices dietéticas del ministro Garzón, sudan la gota gorda en el gimnasio exclusivo y, en caso de necesidad, se aligeran de michelines y cartucheras en el quirófano. Así que de este cartel gubernativo podría decirse lo mismo que de la famosa caridad de don Juan de Robres: «El señor don Juan de Robres, / con caridad sin igual, / hizo este santo hospital, / mas primero hizo a los pobres». Sólo que don Juan de Robres, al menos, mandaba construir hospitales; mientras que la caridad de la izquierda caniche, esa incesante fábrica de pobres, se conforma con dedicar a los pobres que primero ha fabricado un cartel, que sale mucho más barato.
Yo siempre he sido entrado en carnes porque soy hombre de temperamento bonancible. Pero, viendo este cartel del Ministerio de Igualdad, me han entrado ganas de ponerme a adelgazar, porque nada me jode más que la caridad condescendiente de la izquierda caniche. Enseguida he recapacitado, sin embargo, pues Balzac señalaba que, cuanto más flaco es el escritor, más propende a la envidia, el resentimiento, la infecundidad y el barullo sintáctico. Y si algún flaco de la izquierda caniche me dedica su caridad condescendiente me acordaré de la respuesta que Chesterton le daba a Bernard Shaw. «Si yo estuviera tan gordo como usted –bromeaba Shaw– me ahorcaría»; a lo que Chesterton contestaba, beatífico: «Tranquilo, si algún día decido ahorcarme, lo usaré a usted como soga».