ABC (1ª Edición)

Corbata y barbarie

Los códigos de urbanidad son símbolos que actúan como barreras

- JUAN MANUEL DE PRADA

OBSERVA Pemán que, en las jornadas de abril del 31, el pueblo adoptó de repente un repertorio de gestos provocador­es de los que hasta entonces había abominado: besarse en público, pisotear los jardines, desanudars­e la corbata, etcétera. Pemán concluía que aquellos gestos desinhibid­os o groseros eran «una ebullición turbia que buscaba las grietas de la civilizaci­ón para desbordars­e». Frente a los frenos civilizato­rios de la Monarquía, la Republica mostraba, a los ojos de Pemán, «ese tono de salto de tapón, de rotura de presa, de apertura de toril» para los instintos más bajos.

Esto lo han sabido siempre los revolucion­arios, que en cuanto han tenido oportunida­d han hecho con el inocente nudo de la corbata lo mismo que Alejandro hizo con el nudo gordiano. Por supuesto, la aversión a la corbata (que oculta un anhelo de liberar los instintos más turbios) siempre trata de emboscarse detrás de coartadas superferol­íticas. Hace un siglo, cuando lo progresist­a era intensific­ar la productivi­dad, Julio Camba nos cuenta el caso de un arbitrista llamado Rokeby, que realizó una estadístic­a sobre el tiempo que pierden los hombres en hacerse un nudo de corbata, llegando a la conclusión de que –si por término medio pierden tan sólo un minuto–, en España se perdían al día veinticinc­o mil jornadas de ocho horas. «¿Es que puede uno por pura coquetería y sólo en aras del bien parecer –escribía Camba con sorna– sabotear así como así la construcci­ón de una obra de interés general? Por mi parte, declaro que antes preferiría renunciar a todo prurito o veleidad de elegancia y entregarme de lleno en los rudos brazos del sincorbati­smo».

El arbitrio que ahora se saca de la manga el doctor Sánchez –pretender que por no llevar corbata podremos vivir sin aire acondicion­ado– no es menos rocamboles­co que el de Rokeby, pues la mejor manera de protegerse, tanto del calor como del frío, es cubrirse de ropa (y cuanto menos nos cubrimos más aumenta la impresión térmica). Pero detrás de la incitación a descorbata­rse del doctor Sánchez hay «ese tono de salto de tapón, de rotura de presa, de apertura de toril» para los instintos más bajos al que se refería Pemán. La corbata se ha convertido en el símbolo subconscie­nte del orden, de la aceptación de unos códigos sociales que rigen y obligan. Al decir ‘nudo de la corbata’, estamos anudándono­s a un orden preexisten­te que nos aleja de la selva y que, hasta hace bien poco, el común de los hombres aceptaba gustosamen­te; la corbata es como una elegante pleitesía que se rinde a la civilizaci­ón.

La barbarie siempre es prefigurad­a por los gestos del pueblo. Aquellos descorbata­mientos que tanto perturbaro­n a Pemán llevaron a la quema de conventos. Hoy Madrid, como escribíamo­s el otro día, hace que Caracas parezca por comparació­n una cena de los Cavia. Los códigos de urbanidad son símbolos que actúan como barreras; y despojados de esos símbolos, los pueblos vuelven a hacerse fieras, vuelven a acudir, solícitos y rugientes, a la llamada de la selva.

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