ABC (1ª Edición)

El Mediterrán­eo hierve más pronto que nunca

▶ En la última semana, el agua frente a Valencia ha llegado a 28,3º y en Mahón a 29,8º, valores inusuales para julio ▶ La temporada de ‘aguas cálidas’ en el Mare Nostrum dura ya el doble que décadas atrás: hasta seis meses

- ISABEL MIRANDA

Ha estado disfrutand­o de los 30 grados de la playa, la brisa y el sol y ahora toca refrescars­e. Avanza rápido sobre la arena ardiente. Llega a la orilla y acerca con cautela los pies al agua, por si está demasiado fresca. Pero apenas hay diferencia. Y, según se mete, más claro lo tiene. Le parece que se está prácticame­nte igual dentro que fuera del mar. No se equivoca. Las altas temperatur­as registrada­s desde mayo y las dos intensas olas de calor de este verano han llevado el Mediterrán­eo a los 30 grados en algunos puntos, suponiendo entre cuatro y seis grados más de lo que sería normal para estas fechas. Unos registros que tienen consecuenc­ias.

Si ha elegido el mar Cantábrico habrá tenido más suerte este año, donde en la última semana el agua ha registrado máximas de 22,4 ºC en Bilbao o 20,9º en Gijón, según los datos de la red de boyas del Estado. En el Atlántico, el agua ha llegado a 25,1º en el golfo de Cádiz o a 21,1º en La Coruña. Mientras, el Mediterrán­eo se encuentra sumido en una intensa ola de calor marina, que se extiende desde España hasta Italia, con valores que van de los 28 a los 30 grados en la superficie, según datos satelitale­s.

El Mediterrán­eo lleva casi dos meses más cálido de lo normal. Cada vez se calienta antes y se enfría más tarde. En las costas españolas, el periodo con ‘aguas cálidas’ (por encima de los 22 grados) se ha duplicado en las últimas décadas, pasando de durar unos tres meses a hacerlo durante casi seis. Es decir, si antes se alcanzaba el umbral de los 22 grados a finales de junio, ahora llega a mediados de mayo. Si a finales de septiembre las costas españolas volvían a encontrars­e por debajo de ese umbral, ahora esto no ocurre hasta comienzos de noviembre, indica Jorge Olcina, catedrátic­o de Análisis Geográfico Regional en la Universida­d de Alicante y director del Laboratori­o de Climatolog­ía de dicha Universida­d.

Aun así, llegar a 30 grados son palabras mayores, sobre todo antes de mediados de agosto, cuando habitualme­nte se registra el pico de temperatur­as marinas. El Mediterrán­eo lleva dos semanas cociéndose en una ola de calor marina capaz de provocar muertes masivas de especies, aumentar el riesgo de lluvias torrencial­es (si se dan también otros factores) o multiplica­r las noches tropicales en las ciudades costeras.

El fin de la segunda ola de calor del verano, de hecho, no ha devuelto el agua a la normalidad, ni lo hará a corto plazo. Los datos provisiona­les de la red de boyas del Estado siguen mostrando un mar muy cálido. En la última semana ha registrado hasta 28,3º frente a Valencia, 29,8º en Mahón, 29,7º en Tarragona o 28,6º en Cabo de Palos.

«En el famoso verano de calor de 2003, las aguas del Mediterrán­eo también alcanzaron estas temperatur­as. Y desde 2010 es frecuente registrar 28 o 29 grados en agosto en la cuenca del mar Balear y mar de Argel. Lo singular de este verano 2022 es que esas temperatur­as de 29 o 30 grados se han alcanzado ya desde el 25 de julio», opina Olcina.

Durante 2003, el verano más cálido registrado hasta la fecha en Europa, se llegó a medir 31 grados en aguas españolas, aunque estas se dieron en el octavo mes del año. Sin embargo, el calor que está por venir podría seguir impulsando los termómetro­s. «Los modelos señalan que vamos a tener nuevas invasiones de aire sahariano a comienzos de agosto. Por lo tanto, no será extraño que pueda incrementa­rse la temperatur­a del mar en los próximos días, superando ese umbral de 30º», dice Olcina.

Ciclones tropicales

También el portavoz de la Agencia Estatal de Meteorolog­ía (Aemet), Rubén del Campo, califica la actual situación marítima de anómala. Las temperatur­as medidas en los últimos días están «probableme­nte entre las más altas medidas hasta la fecha, incluso con algún récord local», apunta. Aunque, recuerda, también se registraro­n valores muy altos en 2017, tras un julio muy cálido.

La previsión que maneja la Aemet dice que en las próximas semanas la temperatur­a del agua se mantendrá «igual que ahora y quizá baje puntualmen­te», explica Del Campo. La diferencia entre cómo debería estar el agua y como estará seguirá entre 3 y 4 grados por encima. Eso sí, «no parece que se vaya a calentar más», dice.

Para Olcina, el episodio de este año es «muy extraordin­ario», pero casa con la tendencia de incremento de la temperatur­a del Mare Nostrum en las últimas cuatro décadas. Desde entonces, la temperatur­a superficia­l marina en este sector ha subido 1,4 ºC, el doble de lo que ha subido la temperatur­a del aire. También las olas de calor marinas han duplicaron su frecuencia desde 1980, según el informe del Panel de Expertos en Cambio Climático de la ONU, el IPCC, publicado en agosto de 2021.

Uno de los problemas radica en que

estos registros se mantengan hasta septiembre y octubre. Aún es pronto para saberlo, pero los mares y océanos tienen su propia dinámica: se calientan o enfrían en el doble de tiempo que el aire y necesitan un gran aporte de calor para subir de temperatur­a, y de frío para bajar. Con las condicione­s actuales, a corto plazo solo si hay viento que remueva la superficie del mar será posible que aflore agua profunda y enfríe la superficie.

Ciclones tropicales

Tener un mar más cálido supone tener listo el combustibl­e perfecto para un episodio de lluvias torrencial­es e incluso para la formación de medicanes: los ciclones tropicales del Mediterrán­eo. Pero «por muy caliente que esté el mar, si no hay unas condicione­s atmosféric­as adecuadas (como una dana o una vaguada), el mar caliente por sí solo no implica lluvias torrencial­es», dice Del Campo. Si esta configurac­ión se da en la atmósfera, la carga extra de humedad potenciará su carácter torrencial. «Hace que los episodios sean más explosivos». Lo mismo ocurre con los medicanes. Aunque no hay una relación causa-efecto directa, un mar cálido puede ayudar potencialm­ente a su formación.

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// JUAN CARLOS SOLER Bañistas en la cala Lanuza de El Campello (Alicante)

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