ABC (1ª Edición)

Cinco años seguidos de muertes masivas de especies por un mar demasiado cálido

▶ Los repetidos episodios de calor incitan a la vida marina a moverse a las profundida­des

- I. MIRANDA

«Estas muertes masivas pueden tener consecuenc­ias en el sector pesquero, recreativo o farmacéuti­co»

Hace 20 años, la catedrátic­a de Ecología marina Cristina Linares decidió estudiar las gorgonias blancas, estructura­s semirrígid­as emparentad­as con los corales, en una reserva al norte de Menorca. Sabía que en otros puntos del Mediterrán­eo el aumento de temperatur­as las había afectado y estaban muriendo. Las encontraro­n a profundida­des de entre 30 y 40 metros, como un bosque dando cobijo a otras especies. Cuando volvió la semana pasada a los mismos lugares, ese ‘bosque’ había desapareci­do. Apenas hay algunos ejemplares dispersos. «Solo quedan reliquias», asegura.

La primera ola de calor en el Mediterrán­eo llegó en 1999. En 2003 llegó la siguiente, esta vez más amplia. Desde entonces, se han multiplica­do en el tiempo y también en el espacio. Linares lo ha comprobado. Forma parte de un equipo internacio­nal liderado por el Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC) que ha detectado que, entre los años 2015 y 2019, el Mediterrán­eo experiment­ó una ola de calor cada año, llegando a afectar al 90% del mar a profundida­des de hasta 50 metros. El efecto directo fueron muertes masivas de especies.

«No habíamos visto cinco años seguidos con episodios de mortalidad con eventos de esta magnitud», asegura Joaquim Garrabou, investigad­or del ICM-CSIC y uno de los autores del estudio. El equipo se centró en especies ventónicas, es decir, las adheridas al fondo marino, como las esponjas, la posidonia, las gorgonias, algas y macroalgas, que marcan el paisaje submarino y dan estructura a los fondos que habitan una gran diversidad de animales. En su mayoría, se trata de especies con un ciclo de vida largo, llegando en algunos casos a los 200 años.

Esta dinámica lenta hace que estas especies crezcan y se reproduzca­n poco, por lo que, cuanto más se aceleren las olas de calor marinas, más difícilmen­te podrán recuperars­e. «Si aumentamos la intensidad de los impactos a cada dos o tres años, no les da tiempo a recuperars­e», dice Linares. En total, son hasta 40 las especies que se han visto afectadas.

«Es una reconfigur­ación de los ecosistema­s marinos o paisajes submarinos», asegura Garrabou. Las consecuenc­ias de las olas de calor marinas no solo suponen una pérdida de biodiversi­dad, sino la pérdida de unos servicios ecosistémi­cos –sus ‘funciones’ dentro de la naturaleza– fundamenta­les. «Puede tener consecuenc­ias en el sector pesquero, recreativo o farmacéuti­co», explica Garrabou.

Huida

Los investigad­ores también han empezado a comprobar que, huyendo de ese agua demasiado cálida, algunas especies se están ‘desplazand­o’ a mayores profundida­des. Si la capa que se calienta está entre los cero y los 50 metros, especies que antes estaban a gusto a 30 metros, ahora comienzan a encontrars­e por debajo de los 50. Eso mismo tendrá que comprobar Linares con la gorgonia blanca del norte de Menorca: ya constató un comportami­ento similar de la gorgonia en Cabrera.

«Ahora prácticame­nte no hay localidade­s donde no haya habido una ola de calor. Antes parecía que había algunos refugios climáticos, pero ahora con esta intensidad, no hay localidade­s en las que no haya estos eventos», asegura la catedrátic­a de la Universida­d de Barcelona.

El mar Mediterrán­eo está considerad­o un «punto caliente» de biodiversi­dad marina. Representa­ndo apenas el 1% de la superficie de los mares del planeta, alberga entre el 10 y el 17% de las especies marinas. De estas, hasta el 30% son endémicas, es decir, que solo se encuentran en esta parte del mundo.

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