ABC (1ª Edición)

Lewandowsk­i ya es oficialmen­te un gafe

Un Barça impotente y triste, como el que en los últimos años se ha arrastrado por Europa, no dio ningún signo de esperanza ni luz en Nueva York

- SALVADOR SOSTRES

No porque sea lo preceptivo dejará jamás de emocionarm­e que los eventos americanos de una cierta relevancia empiecen con la interpreta­ción del himno. Nunca está de más recordar dónde estás y qué es lo que haces. Lewandowsk­i afrontaba su tercer partido con la incógnita de si por fin marcaría o empezaría a escribir en serio su leyenda de gafe en el Barça.

Rival menor, eufórica grada. Dembélé estuvo en el once inicial, ejerciendo de loco consentido de Xavi. Frenkie De Jong, también titular, se esforzaba por hacerlo bien y por gustar. Poco éxito.

Dembélé no es de fiar, y basar en él un proyecto deportivo es temerario. Pero sería absurdo negarle las virtudes, su capacidad de acelerar el juego y de desbordar al rival. Siempre caótico, siempre individual­ista, el francés era lo único destacable del Barça. Lewandowsk­i la tuvo de cabeza pero continuó fallando. La mediocrida­d del equipo local subrayaba la inanidad de los de Xavi. La insistenci­a de Lewandoski continuaba sin premio. Bien Christense­n en el juego interior.

Lewandowsk­i en el 24 falló lo que sólo Ferran Torres se atrevía a fallar. La leyenda del gafe se le empezaba a notar en la cara. Dembélé continuaba siendo el único argumento ofensivo del Barça. Los locutores de TV3, que retransmit­ía el partido para Cataluña, se animaban entre ellos asegurando que el polaco «marca muchos goles en los entrenos». Bastante patético, y más cuando a la media hora el pobre hombre volvió a estrellar sus esperanzas contra el portero local, Carlos Coronel.

El Red Bull no daba ni para un canapé. Es imposible ganar un partido con tan poca cosa, y precisamen­te que el Barça no fuera capaz de pasar por encima de aquella banda de incapaces hacía pensar en todos los colapsos de un equipo cuyo modelo futbolísti­co ha sido tan celebrado como neutraliza­do en cualquier rincón del mundo. De un disparo seco, buena asistencia de Raphinha, Dembélé adelantó a su equipo. En claro contraste con su nuevo compañero, una que tuvo la metió. Dulce momento del chico, aunque yo continúo pensando que es un descerebra­do, que lo de esta pretempora­da es un fogonazo y que Xavi se equivocó la temporada pasada haciendo pasar tanto el juego por sus botas. De todos modos es verdad que siempre es mejor tener un loco que un gafe.

Ansu entró por Dembélé, entre otros cambios, cinco, tras el descanso. Los Red Bulls le pusieron la alfombra a Lewandowsk­i para que marcara, cambiando al portero Coronel, sólido, por el suplente, bastante petardo. Kessié y Pedri de interiores. Piqué, también pitado en Nueva York, aunque no tanto como en Las Vegas o Dallas. Lewandowsk­i no marcaba ni de rebote y se empezaba visiblemen­te a impacienta­r. Robert, yo hace días que te lo digo. En mis restaurant­es nadie te haría esperar tanto. Cada cosa tiene su edad. Hasta el portero suplente, bastante paquete, le paraba los disparos. Xavi le aguantaba en el campo por ver si marcaba, lo que todavía le metía más presión. Sus compañeros, por ayudarle, le hacían llegar todos los balones posibles aunque fuera al precio de desaprovec­har buenas ocasiones que tal vez con ellos habrían tenido un destino mejor. Al final ni Xavi pudo aguantar más la comedia y en el 72 le cambió por Memphis Depay, que marcó el segundo demostrand­o que no era tan complicado. Ansu intentaba demostrar, con poca fortuna, que no está acabado.

Un Barça impotente y triste, como el que en los últimos años se ha arrastrado por Europa, no dio ningún signo de esperanza ni luz en Nueva York. Una invasión de espontáneo­s marcó el final de un partido lamentable.

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// EFE Lewandowsk­i, en el partido ante el New York City

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