Maestro de economía, sabio de la vida
Muere a los 74 años una de las mentes económicas más relevantes de España
Con la muerte de Emilio Ontiveros desaparece un espectador lúcido y un primer actor de la escena económica española de la democracia. Desde su actividad empresarial en Analistas Financieros Internacionales y su presencia activa en los medios de comunicación, Ontiveros fue una ‘rara avis’ que combinaba a la perfección la teoría, la praxis y una envidiable capacidad de divulgación. Su visión de la vida era una curiosa, una mezcla de escepticismo y de pasión que hacían de él un personaje multifacético. Era un producto sofisticado de la España que hizo la Transición, de una generación tolerante y abierta muy alejada del clima crispado de esta hora.
La mayoría de las semblanzas de Emilio se centrarán en su proteica acción en el mundo de la academia y en el de la empresa; en sus libros, artículos, informes técnicos. Sin embargo, habría que proyectar la mirada hacia lo que podría denominarse la arquitectura moral del personaje o, como les gusta decir a los británicos, ‘el carácter’. Desde esa atalaya resulta fácil entender o, al menos intentarlo, la riqueza de la personalidad de Ontiveros, la textura de su temple, de su sensibilidad y de su posición vital.
Emilio era en la terminología de Marañón, de talante liberal. Si bien su concepción de la política económica era la de un socialdemócrata moderado, había incorporado a su concepción de la economía las aportaciones realizadas por otras escuelas de la ciencia lúgubre y estaba alejado de cualquier posición dogmática. Siempre estaba dispuesto a someter sus posiciones a la crítica de la razón y de los hechos. Tenía un temperamento alérgico a cualquier sectarismo ayudado en esa actitud por un fino sentido del humor y de la ironía. Amaba la discusión y el debate intelectual con las maneras de un viejo lord británico.
Prefirió la influencia al poder y, aunque fue consejero de príncipes, no sucumbió a la tentación de recabar para sí o, mejor, de vestirse con la púrpura imperial. La suya era una cercanía-distancia hacia el poder derivada de un profundo sentido ético y estético. Estuvo próximo al mundo del socialismo español pero no le ahorró críticas cuando fue necesario como se refleja en sus posiciones públicas en su obra técnica y, también, en la mediática. Decía lo que pensaba y nunca dijo lo que no pensaba.
Uno de los rasgos básicos de su carácter era su extremada generosidad. Tanto en la Universidad como en AFI, siempre buscaba y promocionaba el talento. Era posible acudir a él para pedir consejo y otras cosas más prosaicas. Dos generaciones de economistas jóvenes recibieron su apoyo y, muchos de ellos, han tenido un enorme éxito académico y profesional dentro y fuera de España. Emilio era un maestro en el sentido clásico del término, un sabio de la economía y, de algo más importante, de la vida.
Era incapaz de tener rencor y nunca tuvo memoria para los agravios. El compromiso con sus ideas, su profundo sentido de la justicia y su independencia personal le blindaron frente al servilismo y contra la acritud. Pocas personas públicas en esta España cainita y envidiosa han tenido tan poco rechazo por su éxito como él. Jamás permitió que la política perturbase sus relaciones personales y nunca sucumbió a la tentación de la vendetta cuando tuvo plataformas desde las que le hubiese sido muy fácil satisfacerla. Un hombre bueno, un caballero a la vieja usanza.
Cuando pasa el tiempo y se comienza a envejecer, uno mira atrás y quedan en la memoria hechos, las imágenes y las personas que han dejado una huella en su existencia. Ontiveros es una de ellas para quienes tuvimos el honor de conocerle y de tratarle. Si el Cielo existe, Emilio estará en el barrio reservado a los economistas, en donde con una copa de vino tinto en la mano estará envuelto en las mil y una polémicas no resueltas de esa ciencia lúgubre y, a la vez luminosa. Entre tanto, a sus amigos sólo nos queda esperar, sabiendo que nunca llenaremos el volumen enorme que deja su ausencia.